Querido director:

Mi duda es si no sería mejor, tanto ética como políticamente, que todos los de este lado guardásemos silencio ante el comunicado. Un silencio estruendoso. ¿Qué más da que digamos que es positivo, insuficiente o mediopensionista, si al final hablamos de lo que ellos deciden? Ellos hacen, nosotros respondemos.

Me pides amablemente que escriba sobre mi reacción y opinión ante el comunicado de ETA. Y al ponerme a ello me asalta una duda que va más allá de las normales que son previas a la redacción de todo comentario que se pretenda original y substancioso sobre un hecho de actualidad. Porque mi duda no es sobre qué puedo decir sobre tal comunicado, sino sobre si debo decir algo, si es bueno ponerse a decir algo. Mi duda es, en definitiva, la de si no sería mejor, tanto ética como políticamente, que todos los de este lado (y ya sabes cuál es este lado mejor que nadie) guardásemos silencio ante el comunicado. Un silencio estruendoso. Verás, hace ya bastantes años que el antropólogo Juan Aranzadi escribió que la única esperanza que le quedaba a ETA y a su entorno -derrotados en todos los campos- era la de, por lo menos, conseguir ser el sujeto de su propio final, ser ella la que escenificara y representara simbólicamente el momento y lugar de su desaparición. No se trataría con ello de poder negociar u obtener alguna contrapartida o medida de gracia (que también), sino que ese protagonismo le dotaría de la facultad de describir el proceso del fin del terrorismo de una determinada forma.

Pues bien, creo que le estamos regalando a ETA este protagonismo de una forma bastante necia, simplemente porque no somos capaces de pensar o imaginar el proceso de su desaparición de una manera en la que sea la sociedad y el Estado de Derecho la única protagonista. Y ponernos todos a opinar sobre el último y tan esperado comunicado de ETA no es sino una manifestación más de este regalo. ¿Qué más da que digamos que nos gusta o nos disgusta, que es positivo, insuficiente o mediopensionista, si al final hablamos de lo que ellos deciden? Ellos hacen, nosotros respondemos.

Y es que al final, y por paradójico que pueda parecer, el que podríamos llamar discurso público vigente desde hace meses de ‘el fin de ETA’ es un discurso ‘made in ETA’, es el tipo de discurso que interesa a ETA y sus adláteres políticos. Ese discurso construye la realidad de forma subliminal como un espacio teatral, un espacio en el que la sociedad vasca ocupa el lugar del espectador, mientras que ETA ocupa el escenario: es ETA la que decide el si, el cómo y el cuándo de su desaparición. Es de ETA de la que todos esperan las palabras salvíficas, es ETA quien puede o no concederlas a los espectadores. La sociedad espera, anhela, se frustra, aplaude o abuchea, pide más o mejor, pero siempre asume su rol pasivo. A pesar de que, como es obvio, es el Estado de Derecho el que ha conseguido acogotar a ETA y Batasuna hasta reducirlas a la impotencia, es de ellos sin embargo de quienes esperamos las decisiones y los comunicados: desde el momento en que, por razones complejas, hemos optado por contar la realidad (construirla) de esta forma tan peculiar les hemos concedido el papel estelar de la historia.

¿Por qué esta sociedad vasca nuestra, de una manera que en último término revela un cierto complejo de inferioridad moral ante los terroristas y su historia, se empeña en esperar de ellos el certificado de su final? ¿Cuándo se ha visto que los vencedores de una contienda supliquen al vencido que admita su derrota, porque sin ello se sienten incompletos e inseguros?

Comprendo que hay exigencias derivadas de la forma de contar la realidad que tienen los medios: el comunicado final de ETA sería el evento perfecto para culminar el relato de su ciclo vital. Convertir la realidad bruta y sorda en noticia tiene sus consecuencias a la hora de enmarcar esa realidad. Pero ¡cuidado!, en este caso, el tipo de relato no es inocente sino que está preñado de consecuencias desagradables.

Si los terroristas protagonizan su final serán ellos los que lo describan. Lo estamos ya oliendo en muchas declaraciones: lo describirán como el momento de la decisión meritoria de unos esforzados luchadores que renunciaron a la violencia e inauguraron así un nuevo tiempo, el tiempo de la reconciliación, de la vuelta del hijo pródigo, de la profundización de la democracia, el tiempo en que todo sería posible. Y serán muchos los que aceptarán, algunos incluso de buena fe, esta versión de la realidad, porque va implícita en toda la tramoya que estamos construyendo al otorgar a ETA el protagonismo de decir cuándo y cómo termina su vida.

Por eso, querido director, creo que sería mejor guardar silencio. Sería la forma de decir que de ETA no esperamos nada, ni bueno ni malo, que no es ella quien protagoniza su desaparición, sino que esa desaparición es un proceso sordo, lento, sucio, no noticioso, como el proceso en que la nieve de nuestros montes se convierte en fango y luego en nada. El único comunicado interesante sería uno de 2020 en que la policía noruega -por poner un ejemplo- diese cuenta de que había detenido a un tipo raro y un tanto excéntrico que decía ser el último etarra activo. Ese comunicado no sería noticia, claro. Nadie lo comentaría. Pero es el único que merece la pena esperar.

José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 11/1/2011