José Luis Zubizarreta-El Correo

  • El acuerdo que firmaron el pasado miércoles PSOE, UP y EH Bildu, superfluo e inviable, delata el tacticismo miope y trapacero con que Sánchez ejerce la política

El acuerdo alcanzado el miércoles en el Congreso entre PSOE, UP y Bildu sobre la derogación integral de la reforma laboral no es sino el estrambote tragicómico de un soneto bufo cuajado de ripios, rimas falsas y pésima métrica. No de otro modo cabe describir el proceso en que ha venido prorrogándose por cinco veces en el Parlamento la alarma decretada por el Gobierno.

Digamos, de entrada, que en el desbarajuste no hay ni un partido libre de culpa. Los que se han descolgado con más escándalo, Vox y PP, por haber tomado la pandemia al modo en que tomaron el terrorismo etarra o el independentismo catalán, como palancas con que derribar al Gobierno. Los que han participado, por haber supeditado su apoyo a contrapartidas que nada tienen que ver con lo que está en juego, como la financiación autonómica, la mesa sobre el conflicto catalán o la reforma laboral, algunas de los cuales encontrarían lugar más adecuado en la Comisión para la Reconstrucción. Y el Gobierno, por haberlo propiciado o tolerado.

Siendo esto así, el tragicómico añadido con que ha culminado el bufo poema merece, por su extravagancia, análisis aparte. Formalmente, la idea de posponer el anuncio del acuerdo a que ya hubieran votado la prórroga quienes habrían podido sentirse agraviados y cambiar, por tanto, su voto, PNV y Cs entre otros, da cuenta de la trapacería con que desarrolla su política Pedro Sánchez. Pero esto ya lo sabíamos.

Mayor gravedad implica otro hecho que, aunque también colateral al acuerdo, tiene especial relevancia ética. Ya desde las negociaciones para la formación de éste y el anterior Gobiernos, la sensibilidad de los actuales dirigentes del PSOE en el trato con la coalición abertzale había revelado un desfase respecto de la que mostraban sus antecesores y, sobre todo, de la que todavía muestran sus compañeros de Euskadi. Nunca le ha dolido prendas a esta nueva hornada socialista recabar el apoyo de una izquierda aún lastrada por un pasado no del todo redimido. Pero en esta ocasión, la fatal coincidencia del acuerdo con los ataques que han sufrido la secretaria general de los socialistas vascos y su familia por parte del entorno afín a la coalición y que ésta se ha negado a «condenar» invita a hablar, más que de desfase, de indiferencia. ¡Será un paso más en la desescalada hacia la ‘nueva normalidad’!

Desde una perspectiva ahora estrictamente política, nunca más a propósito el recurso al vulgarismo del elefante en cacharrería. Todas las alianzas que se habían ido tejiendo se han desgarrado. Para empezar, nunca el aliado del PSOE en el Gobierno había desautorizado con tanta contundencia la desautorización que del acuerdo habían hecho a su vez los socios socialistas con nocturnidad y alevosía. Nunca tampoco se había desairado con tanto descaro a quienes hasta el momento se habían demostrado leales aliados, como el PNV y Cs, presentándoles el hecho consumado de un acuerdo -superfluo, por otra parte, e inviable- que al primero le roba espacio que creía suyo y que el segundo no puede asumir.

Y nunca finalmente, por terminar unas citas que podrían prolongarse como la propia alarma, se había propinado una bofetada tan sonora y humillante a quienes, en estos momentos de extrema precariedad, más necesarios resultan para ayudar a sacar el país de la profunda crisis en que se encuentra: la patronal, que tan cooperativa se había mostrado hasta ahora, y, por derivación, los propios sindicatos. Un roto, en suma, que va a resultar muy difícil de remendar. Han quedado disueltos los dos aglutinantes que mantienen compactas las alianzas: la fiabilidad de quien la solicita y la confianza de quien la acepta. Y esto sin mencionar la cara que habrá puesto la UE, que ya ha hablado por boca de la vicepresidenta Nadia Calviño.

Mal, pues, por los errores. Pero más inquietante resulta aún la pregunta que su cúmulo creciente obliga a plantearse con un alto grado de alarma: quién gobierna esta nave. En efecto, si a las dudas, retrasos e incoherencias que se han acumulado en la gestión sanitaria de la crisis -y que estaríamos dispuestos a condonar en razón de la novedad, abrupta irrupción y veloz propagación de la pandemia- se suman ahora el cortoplacismo tacticista y miope, así como los despropósitos a que estamos asistiendo en el diseño de lo que a la política concierne, no nos queda otra a quienes navegamos en cubierta que elevar la mirada al puente y preguntarnos quién marca el rumbo y quién maneja el timón en esta incierta navegación. La pregunta inquieta, sobre todo, a quienes no compartimos la opción que algunos están tomando de recurrir a los motines.