El socavón que ya está aquí, como acaba de poner de manifiesto la Encuesta de Población Activa (EPA) que conocimos esta semana y que, aunque apenas un pálido reflejo de la profundidad de la crisis que se nos viene encima, muestra que en la segunda quincena de marzo la pandemia de la covid-19 destruyó 509.500 empleos, más de medio millón de personas al paro en apenas 15 días, y ello sin incluir en la estadística, como aclaró el INE, a las personas afectadas por ERTE y que en esa quincena ya superaban el millón de afectados. Se avecina un drama de grandes dimensiones para un país cuyo horizonte inmediato está formado por tres guarismos a cual más temible: un ejército de seis millones de parados (hay quien afirma que superará esa cifra), un déficit del 12% del PIB y una deuda pública del 120%. Es el drama del paro amenazando de nuevo a un Estado en situación financiera precaria, que en los años de bonanza ha necesitado seguir viviendo de prestado y al que la caída drástica de ingresos provocada por el parón de la actividad y el aumento de los gastos coloca en situación de mendigar la ayuda de unos socios muy reacios a pagar la cuenta.
Al margen de las decenas de miles de vidas que la pandemia se llevará por delante, España se encontrará a las puertas del verano con un colosal desafío social que puede llegar a poner en peligro la convivencia, porque cuando el hambre llama a la puerta no hay porras suficientes para contener la determinación de quienes han decidido entrar en el súper más cercano y arramblar con lo que pillen. Nada de esto se está contando. Nadie está advirtiendo a la población de los sacrificios que nos aguardan. Nadie está diciendo que los españoles saldremos de aquí más pobres, más endeudados colectivamente hablando, más desconfiados, más cainitas, más quemados, con menos reserva de esperanza y, por supuesto, más desiguales. Desiguales en renta y en nivel de consumo, desde luego, y es aquí donde merecerá la pena endeudarse un poco más –nunca más justificada una deuda- para evitar que las capas más humildes de la sociedad se queden en la cuneta del desamparo y la miseria, poniendo en marcha cuanto antes esa ayuda vital, llámese como se quiera, de la que podrían beneficiarse muchas familias, y que debería llegar a manos de los verdaderamente necesitados evitando la picaresca de los vividores de la subvención.
Prácticamente todas las fuerzas políticas del arco parlamentario y grupos sociales están de acuerdo en poner en marcha cuanto antes esa subvención con las cautelas debidas, una de las cuales atañe al carácter temporal de la misma, para evitar contribuir a esa “sociedad de mantenidos” tan querida por la izquierda comunista. Incluso los grandes empresarios, a través de CEOE, han hecho saber al Gobierno su disposición a cooperar en este sentido, arrebatando al señor Iglesias la bandera de una solidaridad que no debe estar reñida con la realidad de una sociedad española que en el siglo XXI y en la Unión Europea no puede ser sino abierta, competitiva y libre. Es decir, democrática. Es uno de los grandes peligros del momento. Como hoy señala la apertura de este diario, Podemos está empeñado en dilatar el estado de alarma el máximo tiempo posible con el fin de dañar el tejido productivo -el cuanto peor, mejor-, hasta el punto de hacer muy difícil una salida de la crisis en el marco de una economía de libre mercado, momento en que el apóstol de los pobres llamaría a la puerta de millones de hogares con su caja de alimentos mensual bajo el brazo y la promesa de ese bolivariano mundo feliz al que aspira el profeta de la coleta.
Tras el ¡Aló presidente! de anteayer, esa ha sido la urgencia que algunos empresarios han transmitido a Nadia Calviño y al propio Pedro Sánchez: la necesidad de acortar plazos y levantar el confinamiento para reanudar la actividad cuanto antes, huyendo de la brutal destrucción de empleo que el encierro supone, materializado en ese 1% de PIB que se va por el desagüe cada semana de confinamiento. También le han dicho al gallardo jefe del Ejecutivo que su Gobierno y él mismo tienen que empezar a decir la verdad a la población sobre las dimensiones del sacrificio que se avecina, porque no puede mantener engañada a la gente como si esto fuera una alegre cuchipanda de aplausos en los balcones de la que nos vamos a olvidar cuando en julio nos vayamos todos de vacaciones a la playa, porque, muy al contrario, nos esperan “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», la cuádruple promesa que un gran estadista hizo al pueblo británico en los albores de la Segunda Guerra Mundial, con una quinta añadida que el inquilino de La Moncloa nunca podrá prometernos: la victoria.
Esconder la realidad
También le han dicho que los sacrificios que sea preciso afrontar en términos de déficit y deuda para ayudar a los más necesitados en este trance tienen que servir para algo, fundamentalmente para salir del socavón con más fuerza en algún momento de 2021 hacia una recuperación vigorosa de la actividad. Me temo, sin embargo, que las aguas de este Gobierno no circulan por ese cauce. Atentos al control del “relato”, su discurso se orienta a minimizar la profundidad de la sima en la que nos vamos a precipitar y en blanquear sus consecuencias. A esconder que nos espera un recorte generalizado de nuestro nivel de vida. Toda las referencias televisivas de Sánchez desprenden el aroma del aquí no pasa nada, porque Europa, de una forma u otra, antes o después, vendrá en nuestra ayuda con fondos suficientes, gratis total, para salir del trance, sin condicionalidad alguna, sin compromisos de austeridad de ninguna clase, sin hombres de negro que valgan.
A nadie con dos dedos de frente se le puede ocurrir pensar que eso vaya a ser así. Pedro & Pablo disponen de lo que resta de año para hacer de su capa un sayo, aprovechando que los socios de la UE están todos y cada uno empeñados en poner orden en sus respectivas casas por culpa del coronavirus, ergo no están para prestar mucha atención al desvarío de las variables macro españolas. Eso va a permitir a la pareja gastar lo que no tienen, prometer ayudas a más y mejor a sabiendas de que no podrán cumplir. La gente quiere gasto y el Gobierno le complace sin preocuparse del mañana. No lo tiene un Tesoro sin ingresos y una Seguridad Social al borde de la quiebra, de modo que hacia fin de año, cuando la Europa del norte empiece a salir del hoyo y mire en derredor, unos y otros asistirán asombrados al espectáculo de dos países varados en el arroyo: España e Italia, que requerirán de un rescate urgente para salvaguardar el euro.
Un rescate con duras condiciones, como no puede ser de otra manera, porque nadie da duros a cuatro pesetas. Razón de más para que el dúo que nos gobierna dijera la verdad sobre los sacrificios que nos esperan, si no por virtud al menos por necesidad, si no por honestidad al menos por simple precaución personal, porque no, aquí no nos ha tocado la lotería ni Holanda nos va a pagar esta fiesta tan divertida que el populismo social comunista se ha montado en España. Es verdad que, de momento, la pareja tiene a mano el recurso al MEDE, inevitable, y la emisión de deuda que el BCE comprará con su proverbial voracidad, pero llegará un momento, más pronto que tarde, en que sean los mercados quienes impongan su ley o sea la propia UE, España se verá obligada a asumir un plan de saneamiento de sus cuentas públicas con su inevitable programa de austeridad adjunto. Con o sin hombres de negro. Momento en el que el Podemos de Pablo Iglesias se tirará en marcha de una chalupa incapaz de achicar el agua que embarca, invocando el sacrosanto principio de su lealtad a la clase trabajadora. Es el cadáver que veremos desfilar ante nuestra puerta en algún momento de 2021 como muy tarde. Esta juerga, que repite las pautas de Zapatero en 2010 al milímetro, se la han corrido Pedro & Pablo y quieren que la paguemos todos, con las clases medias en cabeza.