El jueves, Agustín Valladolid traía aquí a colación los Pactos de la Moncloa como recordatorio de lo que un Gobierno responsable fue capaz de poner en marcha en 1977, en uno de los muchos momentos difíciles por los que ha atravesado este país. Producto de un desarrollismo en gran medida descontrolado, la economía española atravesaba entonces graves desajustes que la crisis del petróleo de 1973 no hizo sino agravar hasta poner en riesgo el edificio de la convivencia que de forma tan valiente como esforzada se estaba levantando tras la muerte de Franco. Nadie había sido capaz de tomar medidas correctoras a su hora. Unos porque el dictador vivía sus últimos días y otros, después, porque empeñados en el diseño de una compleja transición no entendían otra música que la política, de modo que cuando el Gobierno de Adolfo Suárez llegó al poder se encontró con una economía que no crecía, una inflación desbocada, unas cifras de paro desconocidas y una balanza comercial en flagrantes números rojos. Fue así como Enrique Fuentes Quintana, un economista de prestigio sin vocación de poder pero con un alto sentido de la responsabilidad, apareció en televisión (cuando TVE se veía en casi todos los hogares) el 8 de julio de 1977, para decirle a los españoles a la hora de la cena que pintaban bastos, que las cosas de la economía iban muy malamente y que había que apretarse el cinturón si el país no quería irse por el desagüe.
«Hoy, en una coyuntura quizá más grave que aquella, nadie desde el Gobierno se atreve a decirle la verdad a los españoles», argumentaba Valladolid. Porque hoy, mucho más que en 1977, habría que pensar en poner en marcha unos nuevos Pactos de la Moncloa en cuanto el personaje que hoy ocupa la presidencia del Gobierno desaparezca de nuestras vidas. Pero unos Pactos de la Moncloa que, a diferencia de los pergeñados por el profesor Fuentes Quintana, no deberían ser solo económicos, o fundamentalmente económicos, sino también políticos. Se ha aludido aquí con reiteración al riesgo de una crisis de deuda más que evidente a consecuencia de un endeudamiento público que se acerca vertiginosamente al billón y medio de euros y que obligará más pronto que tarde, en la coyuntura de subida de tipos y con el freno al programa de compra de deuda soberana por parte del BCE, a un gran acuerdo de consolidación fiscal, un saneamiento de las cuentas públicas, llámenle ajuste, que abra las puertas al crecimiento sostenido y la creación de empleo, única forma de resolver los problemas de fondo de nuestra economía. Pero ese gran acuerdo, esos nuevos Pactos de la Moncloa, no podrán ahora ser solo económicos, sino me atrevería a decir que de forma obligada tendrán que ser esencialmente políticos en razón al deterioro galopante que sufre nuestra democracia y la pérdida acelerada de prestigio de nuestras instituciones.
Hoy, mucho más que en 1977, habría que pensar en poner en marcha unos nuevos Pactos de la Moncloa en cuanto el personaje que ocupa la presidencia del Gobierno desaparezca de nuestras vidas
Lo ocurrido esta semana es un buen ejemplo del desastre patrio que estamos viviendo. También el jueves compareció ante la comisión de secretos oficiales la directora del CNI, Paz Esteban, que, armada de documentación hasta las cejas, reconoció el espionaje a 18 independentistas con orden judicial como mandan los cánones. Los rufianes «se quedaron blancos», explicaba aquí el viernes Jorge Sáinz. Porque lo preocupante, lo alarmante, lo inaceptable para cualquier demócrata en su sano juicio es que el CNI no hubiera seguido la pista (con escaso éxito, como se pudo comprobar el 1 de octubre de 2017) de unos señores que pusieron en marcha un golpe de Estado contra la legalidad constitucional, que fueron condenados en juicio con todas las garantías, que después fueron indultados por este Gobierno miserable y que antes, durante y después no se recatan en decir que “ho tornarem a fer”. ¿Y quién dio la orden de espiarlos? Conociendo a Paz Esteban, una proba funcionaria que no movería un dedo sin la orden pertinente, la cosa está clara: el presidente del Gobierno. ¿Para proteger a España? No, para negociar con ventaja el apoyo de «la banda» a su Gobierno en 2019. Pero este Gobierno, en lugar de negar la mayor, endosa las acusaciones de los nacionalistas y envía a pedir perdón a Barcelona al ministro de la presidencia, dejando a los pies de comunistas, separatistas y bildutarras una institución tan importante para la seguridad del Estado como el CNI. Insólito en el panorama de los Gobiernos civilizados en el mundo. Aún más grave, permite la entrada en la comisión de secretos oficiales de los enemigos declarados del orden constitucional. Un país y una democracia en manos de sus enemigos.
Siendo difícil subir nuevos peldaños por la escalera de la degradación institucional, más grave si cabe resulta que este Gobierno sacara el lunes a relucir la especie de haber sido él también espiado con Pegasus. Nueva humillación ante el separatismo catalán. Nueva petición de perdón, o quizá reclamo de pura compasión. Nunca habíamos visto a un Gobierno admitiendo haber sido espiado, porque esa asunción pone en evidencia fallos imperdonables en la seguridad del Estado y devalúa hasta el infinito su condición de socio fiable para los servicios secretos de los países amigos. Pero nada es imposible con Pedro. Y todo es más sencillo con Pedro. Pedro arrastra al CNI por el fango para hacerse perdonar por ERC cuyos votos sigue necesitando para agotar la legislatura. Un Gobierno secuestrado por sus socios. ¿Y quién ha espiado a Pedro? Nadie mejor que el propio CNI para saberlo, y quienes saben algo del funcionamiento del Centro lo tienen claro: el vecino del sur. Pero la posición de este Gobierno es tan débil, su fragilidad tan evidente, que Sánchez se tiene que tragar ese sapo (y los españoles la humillación consiguiente) sin rechistar porque le faltan agallas, primero, y porque acaba de hacer al monarca alauita un regalo de cojones, segundo: nada menos que el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, un presente que muy probablemente no sea casual y tenga que ver con ese espionaje. ¿Qué número de afrentas futuras tendremos que soportar por parte del sátrapa de Rabat?
Acabaremos sabiéndolo. De momento, lo que sabemos es que el tipo que nos gobierna se ha convertido en un grave peligro para la seguridad del Estado. La degradación institucional es ya total. Nada queda en pie. Muy probablemente Sánchez ofrecerá a ERC la cabeza de Paz Esteban (enorme la ovación que recibió el viernes con motivo del 20 aniversario del CNI), una mujer a la que debería condecorar, y esa será una muesca que los separatistas se apuntarán en su cartuchera y una nueva y definitiva muestra de la debilidad de este Gobierno rehén de sus apoyos parlamentarios, chantajistas dispuestos a exigirle cada día que pasa cesiones más onerosas. Sánchez y su equipo son ya una caricatura de su ineptitud y sectarismo. Un Gobierno en clara descomposición. Un Gobierno que no tiene ya nada que ofrecer a los españoles salvo propaganda. ¿Cuánto puede durar este viacrucis?
Sánchez y su equipo son ya una caricatura de su ineptitud y sectarismo. Un Gobierno en clara descomposición. Un Gobierno que no tiene ya nada que ofrecer a los españoles salvo propaganda. ¿Cuánto puede durar este viacrucis?
«¿Alguien sabe hacia dónde va España? ¿Alguien ve al actual Gobierno gobernando de verdad o simplemente siguen resistiendo?», se preguntaba el miércoles Alberto Núñez Feijóo. Para «resistir en el Gobierno el PSOE ha debilitado al Estado, exponiéndolo a aquellos que no creen en él», de modo que «lo lógico sería ir a elecciones cuanto antes para revertir el caos en el que vive el Ejecutivo». El líder del PP recogía el sentir de tantos españoles que hoy se preguntan cómo podrá resistir este país la degradación institucional y el deterioro económico que implica soportar a Sánchez hasta el final de la legislatura. El ansia de urnas quedó esta semana patente en las elecciones para la renovación de los nueve miembros electos del Consejo Fiscal. El varapalo sufrido por Dolores Delgado es de los que hacen época. La mayoritaria Asociación de Fiscales consiguió colocar en ese órgano consultivo, en teoría llamado a asesorar a la fiscal general del Estado, la señora de Baltasar Garzón (en realidad el verdadero FGE y ministro de Justicia de este Gobierno), a los seis vocales que propuso, mientras la Unión Progresista de Fiscales de la doña lograba colar apenas dos de los seis propuestos. ¿Resultado? La Lola se va a los puertos o «la que bebe de mi copa» (Garzón dixit) pierde el control del órgano que ha venido utilizando para respaldar el nombramiento de letrados dispuestos a plegarse a los intereses del Gobierno y dar el v/b a sus anteproyectos legislativos. Revolcón sin paliativos.
Es la suerte que espera a Sánchez si hoy, como sería obligado de quedar en él un asomo de responsabilidad, optara por convocar elecciones generales. Sabemos que resistirá hasta el final y a cualquier precio, aunque la situación del país parece ahora mismo tan dramática que se antoja difícil que pueda llegar a finales de 2023. Él puede perfectamente aguantar; España, no. ¿Quién será el Fuentes Quintana que en esta ocasión le diga la verdad al país sobre la situación de la economía y sobre el brutal deterioro institucional provocado por este sujeto? Más que en 1977, España reclama unos nuevos Pactos de la Moncloa capaces de abordar primero la regeneración de nuestra malherida democracia antes incluso que el saneamiento de la economía. Un Fuentes Quintana dispuesto a recordarle a los españoles algunas verdades elementales hoy olvidadas, como que «una familia que insiste en gastar más de lo que ingresa, acabará por agotar sus ahorros y su crédito». Con sensibilidad bastante para percibir que, antes que nada, tal vez España necesite una reconstrucción moral, el restablecimiento de esa serie de valores compartidos que cohesionan una sociedad. La recuperación de la convivencia, por ejemplo, imprescindible para abordar las reformas (esencialmente políticas) capaces de alumbrar un futuro en paz y prosperidad. Un camino difícil que haría necesaria la colaboración estrecha entre izquierda y derecha. Por desgracia, Sánchez ha convertido al PSOE en un erial. Todo será así más difícil, pero no menos urgente. Como dijo Fuentes Quintana en julio de 1977, «a los temas enojosos hay que hacerles frente y cuanto antes, mejor».