- Si Laya y Robles se guisaron y se comieron lo de Gali, se entiende la caída de la primera, pero no el mantenimiento de la segunda
No podría haber entrado en España el jefe del Polisario sin el auxilio de unos y la aquiescencia de otros. Todos ellos en el aparato sanchista. Cuesta llamar ‘aparatos del Estado’ a los perpetradores y encubridores de esa ilegal chapuza: pasaporte falso para un tipo al que buscaba la Audiencia. Inútil delito, por otra parte, pues el régimen ni siquiera disimula: tras un telefonazo de Exteriores al Estado Mayor del Aire, al sacamantecas no se le pidió el pasaporte. Mira qué fácil. En el sanchismo no se precisa pincel fino.
Que la muy irregular llamada la hizo el jefe de gabinete de Laya está fuera de duda: él lo contó. Que el segundo jefe del Estado Mayor del Aire fue su interlocutor tampoco admite discusión: lo reconoce. Resta pues un somero ejercicio mental al que le invito, lector. Vamos. Tenemos a un enemigo declarado de Marruecos que, además, estaba imputado en la Audiencia Nacional por genocidio y tortura. El caso se duerme en 2020 porque no hay visos de poder interrogarle jamás. Pero he aquí que el tipo aparece en España y nuestra Justicia reabre la causa. Mientras tanto, vuelan por los aires las relaciones con Marruecos: lo de Gali es ‘casus belli’. Denuncian la opacidad de la operación -cómo negarles aquí la razón- y anuncian represalias.
No desconecte, querido lector: seguimos con el ejercicio mental. Estamos con las premisas fácticas. Sigamos. De la decisión de aceptar a Gali en España, sin control de pasaporte y con la inestimable ayuda de dos ministerios de Estado, se deriva una grave crisis que abarca, de momento, desde entradas masivas de menas en territorio español espoleadas por las autoridades marroquíes hasta la petición de cosoberanía sobre Ceuta y Melilla. Pregunto:
¿Cree usted posible que esta crisis la hayan provocado un jefe de gabinete y un segundo jefe de Estado Mayor? ¿Le parece verosímil que las entonces titulares de los ministerios de Exteriores y Defensa fueran ajenas a esta operación ilegal, opaca, y de consecuencias cuya magnitud aún no podemos calcular? Y, en el caso de que no se trague la tesis de los segundones, ¿cuán probable le parece que dos ministerios de Estado tomen una decisión que compromete las relaciones con nuestro vecino -y principal foco de problemas- sin encomendarse al presidente del Gobierno? Si Laya y Robles se guisaron y se comieron lo de Gali, se entiende la caída de la primera, pero no el mantenimiento de la segunda.
¿Fue esto, en fin, la conspiración de dos segundones que, preocupados por el estado de salud del jefe del Polisario, prepararon espontáneamente su entrada en España pese a las previsibles consecuencias para los intereses nacionales y pechando con un eventual futuro penitenciario? ¿Fue la audacia infinita de dos ministras que prefirieron mantener a su presidente al margen de una movida de espionaje? ¿O fue Sánchez quien, jugando a aprendiz de brujo, nos ha vuelto a joder?