Ignacio Marco.Cardoqui-El Correo
Hemos empleado océanos de tinta en describir la pandemia, sus orígenes y sus efectos y llevamos ríos dedicados a sus consecuencias económicas. Pero me sorprende la poca dedicación que ha tenido la cuestión del tamaño de las distintas administraciones de cara a la búsqueda y aplicación de soluciones a estos problemas. Se suponía que una de nuestras señas de identidad era la excelente calidad de nuestra sanidad. Sin embargo, en cuanto apareció la enfermedad vimos cómo el Estado solicitaba y nosotros aceptábamos, con muy escasa oposición, la centralización de la respuesta. Y luego hemos visto que los datos del impacto causado son similares, sin grandes diferencias con respecto a la media.
Ahora, cuando se trata de encarar la reconstrucción económica vemos que la respuesta en el ámbito vasco se queda muy, pero que muy corta e, incluso, la española es manifiestamente insuficiente. Todos miramos con expectación hacia Europa y a su dinero, que esperamos recibir en los próximos meses. Europa es la tabla de salvación frente a unos problemas que aquí, en Euskadi o en España, no podemos resolver.
¿Entonces? Antes de que me lluevan los sopapos, no estoy proponiendo la demolición del Estado de las autonomías, pero creo que es obvia la necesidad de reflexionar sobre él, sobre sus limitaciones y sus costes. Nadie va a modificar en su esencia el modelo -nadie lo propone, salvo quizás Vox y no hay posibilidad real de modificarlo-, pero ¿no deberíamos hablar de su adecuación, cuando comprobamos sus limitaciones en casos tan graves como el vivido estos meses?
Parlamentos vacíos, pero funcionando, Juntas Generales ausentes, plenos municipales desaparecidos. ¿De verdad necesitamos tanta gente ocupada en tantas parcelas de la cosa pública? Si siempre me ha parecido excesiva la configuración administrativa del país: Municipios, Diputaciones, Gobierno vasco, Gobierno central y Comisión Europea, más su inmensa corte de concejales, diputados, junteros, consejeros, parlamentarios vascos, españoles y europeos, en estos tiempos me parece un auténtico despilfarro.
Es una evidencia histórica que ningún político vota a favor de la desaparición de su puesto de trabajo, pero si no se acomete ninguna remodelación del modelo, en estos momento de exigencias angustiosas en los Presupuestos y de necesidades sociales y económicas inconmensurables, nunca lo haremos. Este periodo electoral era un buen momento para debatir sobre ello. ¿Ha oído usted algo al respecto? Ya, pues por eso creo que será una oportunidad perdida. Quizás, la última.