Ignacio Varela-El Confidencial

El expresidente entrega a quien le suceda al frente del PP un vehículo con el motor gripado, el carburador obstruido y las bujías fundidas

Si prescindimos por un momento de maniqueísmos y contemplamos la realidad con cierta distancia y sin anteojos ideológicos, se puede concluir que Mariano Rajoy ha sido un razonable gobernante conservador y un pésimo líder partidario. Justo lo contrario que su antecesor.

Atendiendo a su tarea en el Gobierno, es difícil negar que entrega una herencia mejor que la que recibió. España fue, después de Grecia, el país europeo más castigado por la crisis económica. Pueden ponerse mil objeciones al modelo elegido para salir de ella, pero lo cierto es que si Pedro Sánchez puede hoy plantearse medidas de alivio social ,es porque la economía lleva tres años creciendo al 3%, el paro aprieta menos, el sistema financiero ha salido de la UVI y hay unos Presupuestos útiles (que lo serían más si el PSOE hubiera aceptado negociarlos en lugar de dejarlos en manos de los nacionalistas vascos).

Es cierto que su forma de afrontar el conflicto de Cataluña fue miope, indolente y burocrática. Eso se refiere sobre todo al periodo entre el 6 de septiembre y el 27 de octubre. Pero también lo es que se produjo una insurrección prerrevolucionaria, y que hoy se ha restablecido la legalidad y los promotores del golpe están ante la Justicia. Una vez más: si Sánchez puede hablar ahora de “desinflamar” el conflicto —al menos, intentarlo—, es porque, con todas sus deficiencias, la reacción del Estado controló el incendio.

Y como señala ‘The Economist’, no es logro menor, viendo lo que sucede en Italia, que en España no haya brotado un populismo xenófobo de extrema derecha y que la inmigración no se haya convertido en un factor de crispación social y desestabilización política. En otro caso, la generosidad del nuevo Gobierno en el asunto del Aquarius —y en todo lo referente a la acogida de inmigrantes— habría sido imposible.

Sin embargo, todo ello no ha impedido que Rajoy deje a su partido en el estado más calamitoso desde que Aznar refundó en 1989 la Alianza Popular de Fraga. Rajoy entrega a quien le suceda al frente del PP un vehículo con el motor gripado, el carburador obstruido y las bujías fundidas, las dos ruedas delanteras pinchadas y el volante bloqueado. Todo, por no proceder a tiempo al relevo del piloto.

Rajoy pudo dejar su puesto en 2013, cuando aparecieron los papeles de Bárcenas. O cuando, poco después, se filtraron sus SMS de complicidad con el estafador, y su propio nombre apareció entre los presuntos ‘sobrecogedores’. Pudo hacerlo en diciembre de 2015, cuando su partido perdió casi el 40% de su fuerza electoral y parlamentaria. Cualquiera de sus colegas europeos lo habría hecho sin vacilar.

Más recientemente, pudo dimitir el mismo día en que se conoció la demoledora sentencia del caso Gürtel, sin esperar a que Sánchez presentara la moción de censura. Incluso pudo, y muchos piensan que debió hacerlo, dimitir antes de la votación, tal como el propio Sánchez le propuso desde la tribuna. Ya saben, aquellas horas eternas en que un bolso de señora ocupó el escaño del presidente del Gobierno.

En cualquiera de esos momentos habría dejado a su partido en mejor posición competitiva ante el futuro inmediato. Cuando por fin ha dado el paso, el cambio de líder es apenas un placebo para la magnitud de los males que aquejan al PP.

Cada organización tiene su propia cultura corporativa. Los procesos sucesorios del PP siempre han sido tutelados, cualquier otra cosa genera desconcierto y ‘horror vacui’. Al PSOE le sucede lo contrario, los líderes socialistas en retirada que intentaron dirigir su propia sucesión se encontraron con un motín a bordo.

En el contrato implícito de un líder del PP hay dos mandamientos irrenunciables: primero, defenderás el poder sobre todas las cosas. Segundo, no te irás sin ordenar tu relevo. Rajoy no ha cumplido ninguno de los dos, y ese es un doble pecado mortal que los suyos no le perdonarán.

Además de resolver en el congreso de julio el problema del liderazgo, el PP necesita empezar a responder a cuestiones mucho más complejas que esa:
  • Cómo recuperar el crédito social, pese al rosario de sentencias judiciales por corrupción que están en lista de espera y se sucederán irremisiblemente durante los próximos meses.
  • Cómo enfocar la oposición al Gobierno de Sánchez. La inercia conduciría a rescatar el modelo de tierra quemada que se aplicó a Zapatero, pero es dudoso que eso responda a la actual demanda mayoritaria de su base social. De momento, dejar en la cabecera de la bancada popular a Rafael Hernando no parece una gran idea.
  • Cómo competir eficientemente por el liderazgo del centroderecha, una situación desconocida para el partido que ha ocupado ese espacio en régimen de monopolio durante 30 años.
  • Cómo superar el foso que separa al PP de la España menor de 45 años (según el CIS, el 72% de los menores de esa edad descarta cualquier probabilidad de votar al PP, y solo el 13% declara intención de hacerlo).

El PP está a merced de la conveniencia de Pedro Sánchez en España, de Susana Díaz en Andalucía y de Quim Torra en Cataluña

Y en lo inmediato, cómo afrontar una agenda electoral llena de incertidumbres, sobre la que ha perdido todo control. La persona que el 22 de julio ocupe la séptima planta de la sede de Génova no sabrá si tiene que preparar a su organización para unas elecciones territoriales en mayo de 2019, para unas generales anticipadas o para unas andaluzas a la vuelta del verano. A efectos de calendario, el PP está a merced de la conveniencia de Pedro Sánchez en España, de Susana Díaz en Andalucía y de Quim Torra en Cataluña.

No es extraño que (al margen de circunstancias personales), Feijóo dude. Si diera el paso, podría estar cambiando una segura presidencia de la Xunta de Galicia por un azaroso liderazgo de la oposición (de momento, sin escaño para él) que, además, ni siquiera está garantizado tal como vienen las encuestas.

Sin embargo, todos los caminos conducen hacia él. El natural reflejo defensivo de una organización como el PP ante una situación tan desconocida y problemática es tomar la pista menos resbaladiza; y esa es, sin duda, la del presidente gallego. En cualquier otro caso, se abriría un panorama vertiginoso. Y al contrario que el PSOE, el PP no es un partido que conviva bien con el vértigo. Ese es el pecado final de Mariano Rajoy: a fuerza de liquidar uno a uno a todo el que pudiera hacerle sombra, dejó el banquillo en los huesos.

Paradojas de la política: en lo tocante a la herencia recibida de Rajoy, Pedro Sánchez tiene menos motivos de queja que el próximo líder del Partido Popular.