Mariano Rajoy apura las horas diseñando un nuevo Gobierno. Ninguna de las personas que formarán parte del mismo lo sabe todavía. No ha hablado con nadie. Ni piensa hacerlo hasta el final. El miércoles será el momento de las llamadas telefónicas, apenas unas horas antes de acudir a la Zarzuela, el jueves por la mañana, para informar al Rey de la lista completa de los que se sentarán en su Consejo de Ministros y le acompañarán en la nueva etapa.
El presidente ha descartado de un plumazo la posibilidad de intercambiar impresiones a cuenta del diseño del Ejecutivo con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, pese a que éste aportó desde agosto sus 32 diputados para deshacer el nudo gordiano en el que se había convertido la gobernabilidad del país.
Tampoco habrá conversación con el presidente de la Gestora del PSOE, Javier Fernández, aun cuando la investidura no habría sido posible sin la desgarradora abstención de 68 diputados de su partido.El 21 de diciembre ofreció a ambos partidos forjar una gran coalición o, en su defecto, un pacto de Gobierno y de Legislatura.La idea fue rechazada. A partir de ahí supo que, en caso de ser investido, la responsabilidad de marcar las guías del nuevo mandato sería exclusivamente suya.
El sábado, en su última intervención antes de conseguir la confianza de la Cámara, lo anticipó. Formará un Gabinete «para gobernar, no para ser gobernado», que responda a un solo criterio y tenga una orientación clara. Este planteamiento no impedirá, según el presidente, mantener una actitud de diálogo y de disposición al pacto.
Rajoy quiere reflexionar solo: planear una nueva estructura de Gobierno en la que conjuguen los rostros más políticos y más sociales con los técnicos; en el que se reconozca el trabajo de quienes más se han implicado junto a él, en Moncloa y en Génova, en la etapa de las mayores dificultades; en el que tenga cabida el PP más regenerador y, probablemente también, en el que haya lugar para algún nombre independiente o, como mínimo, claramente reconocido por las fuerzas que le han facilitado la permanencia en La Moncloa.
Un Gobierno en minoría exige disposición al diálogo y voluntad de pacto. La conexión con el resto de las fuerzas parlamentarias y con los ciudadanos será clave. El nuevo Ejecutivo tiene que tener rostro social. Es por eso que, un buen número de fuentes consultadas mantiene que sería apropiada una remodelación importante de las competencias que mas próximas están al ciudadano: sanidad, dependencia, asuntos sociales en general, medio ambiente y sobre todo, educación.
El sábado por la noche, tras la sesión de investidura, Mariano Rajoy cenó con el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Y ayer empezó a colocar las primeras piezas de un puzle complicado, muy diferente al que completó en diciembre de 2011 y que dibujó un Consejo de Ministros reducido –sólo 12 carteras– con una única vicepresidencia para Soraya Sáenz de Santamaría, con un cometido claro de coordinación e incluso de comodín multiusos para todo tipo de emergencias.
Ahora, surge la duda de si optará por incluir una segunda vicepresidencia económico-social. En los mentideros populares se ha apuntado el nombre del hasta ahora titular de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, para ocuparla. Sin embargo, la herida que una decisión así infligiría en Cristóbal Montoro, un histórico del partido que ha apechado con lo más ingrato de la gestión en tiempos de recesión, resta posibilidades al plan.
De Guindos, que en opinión de Rajoy ha realizado un excelente trabajo para recuperar la confianza en la economía española, podría ver reforzadas sus competencias, quizá con la presidencia de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos.
Nadie parece dudar de que Santamaría se mantendrá como número dos en la cúpula de Moncloa, si bien sus competencias podrían sufrir variaciones. Una de las posibilidades que se contempla en los corrillos del PP pasaría porque Rajoy le encargara la cartera de Administraciones Públicas, relevándola quizá de la portavocía del Gobierno, un cometido que podría desempeñar otro ministro o incluso estar en manos de un secretario de Estado como sucedió en la primera etapa de José María Aznar. La comunicación y las relaciones con las Cortes son dos áreas de trabajo, hasta ahora desempeñadas por secretarios de Estado, que en las actuales circunstancias cobran especial relevancia.
Santamaría dedicaría así una parte sustancial de su trabajo a la negociación, en su vertiente política, con las Comunidades Autónomas, en estrecha colaboración con Montoro con vistas a uno de los cometidos esenciales de la legislatura: el diseño de un nuevo modelo de financiación autonómica.
Y luego está Dolores de Cospedal. En el PP son muchos los que dan por segura su incorporación al Gobierno. En la sucesión de quinielas se han barajado para ella varias carteras –Interior, Justicia, Defensa…– y se han hecho múltiples simulaciones acomodándola siempre en primera fila. Incluso se opina que podría compaginar un ministerio con la Secretaría General del PP. Está por ver.
Rafael Catalá, Isabel García Tejerina y Fátima Báñez, son otros tres nombres que todos los consultados volverían a situar en el Gobierno.
Báñez, de repetir en Empleo, tendrá que centrarse en la negociación del Pacto de Toledo en busca de un modelo que dé sostenibilidad a las pensiones y, además, mantener un complicado tira y afloja con las fuerzas parlamentarias en defensa de las guías maestras de la reforma laboral.
Rafael Catalá es un nombre que daría juego en diversas áreas: Fomento, Justicia, Interior e incluso Sanidad y Asuntos Sociales. También hay quien habla de él como apropiado para ejercer de portavoz.