Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 9/1/12
La marcha de Bilbao fue tan «colosal» como limitada en sus efectos inmediatos mientras los presos no den muestras de arrepentimiento
La manifestación de Bilbao por los presos de ETA fue tan «colosal» como seguramente limitada en sus consecuencias inmediatas. Es indiscutible que la izquierda abertzale logró sacar a la calle a todos y cada uno de los ciudadanos vascos identificados con sus reivindicaciones históricas y con la causa de los reclusos de la organización terrorista, convertida en la bandera de un universo social y político que ha visto cómo el final de la violencia, el cese de la ‘vanguardia armada’, se consumaba por puro agotamiento y sin contrapartida alguna. Pero resulta dudoso que semejante exhibición de poderío vaya a conmover a Mariano Rajoy a corto plazo sin que medien gestos de arrepentimiento y mientras ETA no dé señales de querer disolverse, por más que el lehendakari López, el consejero Ares e Iñigo Urkullu le hayan invitado de manera genérica a flexibilizar la política penitenciaria en atención al nuevo contexto sin terrorismo.
La sugerencia de los tres apenas puede pasar de ahí por ahora, porque una quiebra de la relación institucional entre los gobiernos en un asunto tan espinoso heriría de muerte el pacto PSE-PP. Y porque el PNV es consciente de que debe moverse en un equilibrio muy frágil para defender sus tesis tradicionales sin figurar como subordinado a los intereses de una izquierda abertzale que le disputa la hegemonía del nacionalismo. De ahí que, a diferencia de la gran manifestación convocada en 1999 al calor del Pacto de Lizarra, los peneuvistas hayan evitado esta vez la fotografía conjunta en las calles de Bilbao y Urkullu haya precisado que los presos de ETA no son «nuestros héroes». Junto a ello, el clamor silencioso por los internos etarras exhibido el sábado difícilmente va a forzar a Mariano Rajoy a salir de su mutismo en un terreno en el que está demostrando no tener prisa alguna y en el que, si llega a mover ficha en lo que a la dispersión se refiere, lo hará sin que se note demasiado y sin que pueda ser interpretado en ningún caso como una concesión a ETA para su disolución definitiva. Es decir, justamente lo contrario de lo que parecería si atendiera a los llamamientos lanzados por la multitud reunida en la capital vizcaína.
Acostumbrado a hacer del silencio una estrategia política, el presidente Rajoy calla. Calla sobre el plan de recortes de su Gobierno para tratar de atajar una crisis devastadora y calla sobre sus intenciones concretas en el final de ETA, más allá de congratularse de la buena noticia que ha supuesto el cese de la organización terrorista y de exigir su desaparición absoluta. La trayectoria de Rajoy ha demostrado que esta actitud parsimoniosa, casi indiferente ante las presiones ajenas, puede desquiciar a adversarios y a aliados: ahí está Esperanza Aguirre para atestiguarlo. Los promotores de la marcha de Bilbao han tratado de proyectar que el nuevo jefe del Gobierno no puede hacer oídos sordos a la cuestión de los presos. Pero si el futuro de los internos representa un desafío para alguien es, sobre todo, para la propia izquierda abertzale, una vez reintegrada a la normalidad política y electoral. Y, en realidad, es Rajoy el que parece dispuesto a poner a prueba no solo a ETA y la izquierda abertzale, sino al lehendakari López, al PNV de Urkullu y, por extensión, al PP de Basagoiti.
Lo más a lo que se ha comprometido el presidente hasta la fecha es a mantener la lógica relación institucional con el lehendakari y a conceder una interlocución especial al PNV en la gestión del final de ETA. Lo que significa tanto como orillar a la izquierda abertzale, al menos hasta que la organización terrorista ofrezca pruebas irrefutables de su voluntad de disolverse. Habrá que ver cómo concilia Rajoy sus ritmos con los intereses del PP vasco y -si lo hace- con las peticiones del lehendakari y del PNV para acabar con la dispersión. Pero sí ha dejado claro, con sus contados pronunciamientos y la elección de los equipos de Interior y Justicia, que esos ritmos son incompatibles con la pretensión de la izquierda abertzale de convertir la cuestión ‘técnica’ de los presos en motivo para que ETA recree una negociación con los Estados.
La manifestación del sábado, que escenificó la ligazón de miles de vascos con un pasado de violencia, trató de colocar la pelota en los tejados de otras responsabilidades. Sin embargo, el comedimiento de Rajoy apunta a que la izquierda abertzale tendrá que hacer pedagogía en el mundo de los presos. O, en su defecto, deberán hacerlo el PSE y el PNV. El lehendakari, Ares y Urkullu se refugiaron ayer en la inconcreción y no especificaron en qué circunstancias se puede flexibilizar hoy la política penitenciaria. Pero el cauce normativo es el que es. La dispersión sí puede tener fecha de caducidad, dado que parte de una decisión gubernamental reversible. Sin embargo, el resto de medidas están acotadas por una legislación que no contempla ni la amnistía, ni los indultos generales, ni los beneficios colectivos, ni tampoco una normativa específica para los reclusos etarras a la manera irlandesa.
Y en cuanto a la modulación de las condiciones penitenciarias que permite el artículo 100.2 del Reglamento de Prisiones, está supeditada en los casos de terrorismo al cumplimiento de las exigencias del precepto 90 del Código Penal: que el preso muestre «signos inequívocos» de haber abandonado «los medios y fines» de ETA y pida perdón a sus víctimas por el daño causado. Es decir, la vía a la que se han acogido los disidentes de Nanclares para reinsertarse. Esa vía quedó excluida de la marcha de Bilbao y nadie la ha querido mencionar tras su multitudinaria celebración.
Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 9/1/12