Miquel Escudero-El Imparcial

Jueves 29 de junio de 202318:56h

El periodista Arcadi Espada se ha lanzado a conversar con su pasado, con el que fue y ya no es. Y así ha hecho una primera entrega de memorias: Vida de Arcadio (Península). Mediante un estilo narrativo trabajado y esmerado, biografía al personaje que fue en su juventud. Busca arrastrarnos en su pretensión de que no puede responder de lo que aquel sujeto hizo o dejó de hacer, porque ontológicamente está incapacitado para volverse sobre sí mismo.

Diga Espada lo que quiera, él sigue siendo el mismo que fue, aunque no sea lo mismo; como decía Marías, el hombre carece de identidad, pero consiste en mismidad. Ninguno de nosotros puede escapar de esta realidad inexorable. Como método de aproximación a aquel sujeto ya sin voluntad que vivió, su disociación puede ser idónea: verse desde afuera y ejercer, como espectador, una autocrítica severa y radical que él, por otro lado, titular de una fuerte personalidad, nunca se permitiría instalado en el presente.

Parece ser que, desde tiempo inmemorial, este hombre guarda montones de carpetas con sus cartas y sus escritos personales; una fábrica de melancolía y una garantía de objetividad. Lejos de esconderlos o destruirlos, Espada los repasa y los selecciona e incluye en su libro. De este modo, va a la búsqueda de su tiempo pasado y encuentra que hubo demasiado tiempo muerto. Ve la vida como “un thriller absorbente que hasta el último aliento mantiene en vilo al espectador”.

El joven Espada tenía un afán compulsivo, que nunca le ha abandonado, por aprender y saber; un modo de atenuar, llega a decir, la desventaja que unos orígenes humildes pueden ocasionar. A menudo, el resentimiento social es generado por quienes se las dan de superiores y empujan a los de abajo a ser fanfarrones.

Hubo un tiempo en que “era chic no ver la tele y no tener coche”, acaso no sacarse el carnet de conducir. Una suerte de narcisismo de grupo más poderoso que la decretada voluntad solidaria; aunque, a decir verdad, quizá nadie se tome más en serio la vida que un adolescente (un tiempo en que se precisan maestros que transmitan claridad y rigor).

Espada no vacila en manifestar una enérgica admiración por la figura de Juan Luis Cebrián, quien dirigió El País en sus trece primeros años de existencia: “era el mito de cien películas instalado en la realidad”. O por la persona de Carmen Martín Gaite, de exquisita amabilidad e inaudita generosidad, nos cuenta. Y aún perdura su afecto y respeto por Manuel Vázquez Montalbán, quien avaló su ingreso en el PSUC, a pesar de deplorar sus concesiones al nacionalismo que se haría hegemónico en Cataluña; así, la de considerar el todo a una parte de Cataluña y figurantes al resto.

El Congrés de la Cultura Catalana de 1976 declararía escritor catalán sólo al que escribe en catalán, abandonando todo el legado secular de la literatura hecha en Cataluña. Puertas abiertas a la era pujolista preprocesista y a la fobia oficial por el bilingüismo. Muchos cómplices inesperados o incomprensibles en favor de los reaccionarios.

A propósito de su precoz militancia comunista, Arcadi le suelta en voz alta a Arcadio: “supongo que una de tus razones para ser un joven comunisa era la de convertir la modestia en orgullo, en orgullo de clase, concretamente. Pero ser hijo de portero lo dificultaba”. Ni desgarro ni orgullo de charnego. “En la Cataluña donde te criaste, el escritor catalán sólo podía serlo si escribía en catalán, como el político catalán sólo podía serlo si era nacionalista”.

El 28 de junio de 1979 escribió una larga carta de despedida del PSUC, se fue antes de cumplir los 22 años de edad y quería concentrar su realidad en su vocación literaria y periodística. La lucha por hacerse un hombre. Por otro lado, “la alegría de la revolución se fundaba sobre un número aun hoy incalculable de muertos”.

La ilusión de Espada es parar el tiempo y juntar a Arcadio con Arcadi. Es su mayor acto de humildad: esforzarse por saber si ahora lucharía con él, codo con codo.

‘¿Me despreciarías, Arcadio?’, le pregunta en una escenificación pública de su intimidad: “Luchaste contra los capellanes. Yo lucho contra los capellanes. Los tuyos eran de derechas. Los míos son de izquierdas. La revolución se ha hecho reaccionaria: el mayor oxímoron de la historia. Así pues, ¿estarías aquí a mi lado?”.

Y la vida sigue.