Tonia Etxarri-El Correo

Touché. No fue una buena mañana la de ayer para el presidente del Gobierno. Se acababa de conocer que un juzgado de Madrid abría diligencias por una denuncia contra su esposa, Begoña Gómez, por tráfico de influencias. Y después de aguantar veinte minutos en la sesión de control del Congreso (lo justo para arrogarse los méritos de los resultados electorales ajenos en Euskadi) anunció por la tarde su intención de pararse a pensar. Suspenso de agenda por unos días. Y nos lo cuenta a través de un canal tan inusual como una carta que se pudo leer a través de su cuenta en la red social X. Sin comparecer desde La Moncloa, como hubiera sido lo propio. Un texto en el que deriva cualquier responsabilidad hacia los que le han criticado. La derecha, la ultraderecha y los medios que han ido publicando noticias relacionadas con las actividades de su esposa.

¿Se trata de un órdago real? ¿Es una nueva campaña de imagen? ¿Está planteándose realmente irse o pretende provocar una especie de movimiento plebiscitario popular, con manifestaciones de adhesión en la calle? (Un fin de semana de por medio puede ser una oportunidad propicia para las demostraciones de apoyo). ¿Se está presentando como la víctima de un contubernio orquestado por la oposición para trasladar su reflexión a la calle? ¿Se trata de un juego populista o realmente no se ve capaz de aguantar la presión de la Justicia? Son las dudas razonables que surgen del movimiento del presidente.

Si un juez de instrucción recibe una denuncia que describe hechos que pueden reunir indicios de delito por tráfico de influencia, ¿su deber no es admitirla a trámite e investigar, sin más? Es lo que ha hecho el juez sin pedir, por cierto, informe previo a la Fiscalía. Puede quedar en agua de borrajas, como tantas denuncias. ¿No tendría que aceptar que todos somos iguales ante la ley en vez de arremeter contra los promotores de la denuncia? Puede descalificar a Manos Limpias todo lo que considere necesario pero el problema, cuando se abren diligencias, no es el ‘quién’ sino el ‘qué’.

Hasta ahora no hemos oído explicaciones oficiales sobre las acusaciones que se han producido contra algunas actividades de la esposa del presidente del Gobierno. Sobre el rescate millonario del Ejecutivo a la compañía Air Europa, entre otras cosas. A Isabel Díaz Ayuso la hemos oído y visto encarar la situación de su pareja ante los medios. El presidente permanece en silencio.

No es buen momento para Sánchez. La reapertura de diligencias contra Begoña Gómez le ha situado en una posición personal delicada. Pero la reapertura del ‘caso Pegasus’ sobre el espionaje de teléfonos, entre otros el suyo y los de los ministros de Interior, Defensa y Agricultura, a requerimiento de las autoridades francesas, afecta también al Gobierno. Es posible que la coincidencia de las dos investigaciones haya colmado el vaso de su resistencia. Y que ayer actuase, además de como un hombre «profundamente enamorado» de su mujer, como un dirigente dispuesto a abrir una crisis institucional en el Gobierno y en su propio partido. O aguanta o dimite. Este paréntesis de reflexión no se entiende. Salvo que quiera ejercer presión sobre quienes le están pidiendo cuentas.