Juan Carlos Viloria-El Correo

  • La insólita maniobra de dirigirse a los ciudadanos para advertirles de que está pensando dejar el cargo, desvía la responsabilidad a la calle, a los partidos y al mundo «progresista»

La misiva que el presidente del Gobierno dirigió a la opinión pública en la tarde de ayer evidencia, más allá de la intención última que pueda tener su difusión y período de reflexión abierto, que Pedro Sánchez está en la cuerda floja. Que el inquilino de la Moncloa está tocado anímicamente y necesita sentirse respaldado expresa y manifiestamente por su partido y sus socios de investidura. La insólita maniobra de dirigirse a los ciudadanos para advertirles de que está pensando dejar el cargo, desvía la responsabilidad a la calle, a los partidos y al mundo «progresista». Más que una dimisión en diferido, que no hay que descartar, parece un llamamiento a su «progresfera» para que le demuestre su adhesión incondicional y confíe en su versión de las informaciones que han llevado a la justicia a admitir a trámite la querella contra su esposa Begoña Gómez. Pero el problema no es tanto, quien presenta una denuncia sino que el juez ha visto indicios razonables de tráfico de influencias. Tener a la esposa del presidente del Gobierno imputada en un caso de corrupción y tráfico de influencias es un escenario imposible para cualquier dirigente democrático.

La carta contiene, por otro lado, aspectos alarmantes. En contra de lo razonable y prudente que sería dar pruebas incontestables de que las acusaciones de beneficiar a promotores de eventos de la esposa del presidente son irreales, Sánchez se centra en atacar y descalificar como extrema derecha a la prensa y la oposición. Como un ciudadano más, el presidente del Gobierno debería aceptar que su esposa también está incluida en el axioma democrático de que todos somos iguales ante la ley. Abrir una crisis institucional, con un tono apocalíptico, como si el problema fuera que la derecha quiere dar una especie de golpe para echar a un gobierno progresista es rozar el juego sucio. Sus problemas, más allá de la investigación judicial a Begoña Gómez son otros. Un gobierno cuyas constantes vitales dependen de un fugado de la justicia; sin Presupuestos Generales del Estado; un socio de gobierno cada vez más crítico porque su hundimiento en las urnas le obliga a marcar distancias y un bloque de investidura cada vez más inestable. El ejemplo de su ex-colega portugués, Antonio Costa, que en cuanto conoció que varios de sus ministros estaban siendo investigados, anunció, inmediatamente después, que no podía seguir al frente del país con la presidencia del Gobierno bajo sospecha, es otra forma más razonable de afrontar la situación. Pero si finalmente Pedro Sánchez, no está haciendo una puesta en escena, ni lanzando un órdago a la nación y decide dimitir de sus funciones, lo más democrático sería que la vicepresidenta primera se hiciera cargo interinamente de la presidencia para convocar cuando se cumpla el plazo mínimo legal elecciones generales.