Es fácil imaginarles echando cuentas diputado a diputado, senador a senador, cuadro a cuadro, con el inefable a su pesar Alberto Casero tocando a rebato a los cargos a Génova, con un ábaco de cuentas relucientes y los teléfonos echando humo buscando casadistas hasta debajo de las piedras. Prometiéndoles el oro y el moro si logran mantener el control, engatusándoles con un futuro brillante si ganan el congreso que se convocará el próximo lunes.
El problema es que cada día que el PP pasa en guerra civil deja de haber futuro. Solo se vislumbra una travesía del desierto pesadillesca, en la que cada hora, cada minuto, se escapan votos a chorros hacia Vox, que, según las tres encuestas con las que Casado se desayunó ayer, superaría ya la barrera del 20% y acariciaría el ‘sorpasso’ en el bloque de derecha. El problema (para Casado) es que Ayuso ha retomado su agenda aclamada en cada acto al grito de ‘presidenta’ tras pactar con Feijóo un cambio de liderazgo que el presidente de la Xunta solo aceptará si es con alfombra roja y por aclamación. El problema es el regodeo nada disimulado en los dimes y diretes de la famosa ‘sala de guerra’ de Egea a la que el alcalde Almeida, que fue elocuente al ausentarse ayer del comité de dirección, dio indirectamente carta de naturaleza al forzar la dimisión de Ángel Carromero, el presunto espía, sin el plácet de Génova.
Decía Saramago en su ‘Ensayo sobre la ceguera’ que el miedo ciega. El debate lacerante que se vivió ayer puertas adentro de la sede nacional se desarrolló, con toda seguridad, en términos más prosaicos. Pero su conclusión refleja el temor cerval de quien vive en la realidad virtual de los chats de whatsapp del partido y le aterra salir a la hiriente luz de los varios miles que se manifestaron el domingo. De quien sabe que al recular con el expediente abierto a la presidenta firmó de antemano su propia derrota. De quien no quiere ver que es imposible aferrarse a los mandos de un partido de la envergadura del PP con los cuatro principales barones autonómicos en contra y el núcleo duro abandonando el barco sin despeñar las siglas por el barranco. De quien es consciente, en el fondo, que ha perdido el respaldo de sus medios afines y hasta de una patronal que, con los pelos de punta por el empuje de Vox, también mueve sus hilos. De quien se mueve como un zombi político en el metaverso.