La imagen de los dos veteranos de guerra rechinaba en el desfile de las Fuerzas Armadas. La reconciliación política puede concebirse, como ocurrió en la Transición, como un abrazo de convivencias o una coincidencia de voluntades, pero no como una fusión de ideologías.
Quienes estaban convencidos de que la reconciliación entre las dos Españas de la Guerra Civil se había producido hace ya bastantes años, nada menos que en la Transición, se quedarían de piedra, ayer, con el ‘toque’ del ministro Bono. Porque el detalle de hacer coincidir en el desfile a un veterano de los republicanos que conocieron el exilio, escapando de la persecución franquista, con otro de la ‘División Azul’ que colaboró con el nazismo, ha vuelto a levantar ampollas. Como si no hubiera pasado el tiempo. Una polémica que muy bien se hubiera podido evitar el ministro del Gobierno del socialista Zapatero, en un país en plena efervescencia de los nacionalismo periféricos.
La verdad es que la imagen de los dos veteranos de guerra rechinaba. La reconciliación política puede concebirse, como ocurrió en la Transición, como un abrazo de convivencias o una coincidencia de voluntades, pero no como una fusión de ideologías. Eso es químicamente imposible, sencillamente porque no todas las ideas son legítimas. Lo tuvo tan claro el Gobierno francés cuando se conmemoró el 6O aniversario de la liberación de París, que ni se le ocurrió invitar a desfilar juntos a los partidarios de De Gaulle y de Vichy, por ejemplo. En eso solía insistir Mario Onaindía cuando le rebatía al lehendakari Ibarretxe lo que él consideraba «una gran falacia». Decía, para negar que todas las ideas fuesen legítimas, que se le ocurrían «a bote pronto, tres ó cuatro ideas perversas que han llenado Europa de cadáveres de personas inocentes, cámaras de gas y de gulags».
Sostiene García Cortázar en su libro sobre los mitos de la Historia de España que, a veces, no borrar el pasado es una manera de curarse contra la repetición de las patrias excluyentes; una manera de mantener el recuerdo de sus víctimas; una manera de impedir que éstas mueran dos veces. Aunque sólo sea por eso y para que no nos manipulen nuestra propia historia, mejor será dejar nuestro bélico pasado donde quedó superado: en la Transición. Y pensar que la reconciliación solo puede darse a titulo individual; sin símbolos ni banderas.
Cuando en una manifestación contra el terrorismo dos activistas de ETA pm reinsertados se abrazaron, hace años, con familiares de las víctimas del terrorismo, no se estaba produciendo una reconciliación ideológica; se estaba celebrando la voluntad de aquellos ex terroristas de renunciar a su pasado delictivo. Ahora, con el desfile militar, que se eliminen del texto del homenaje las palabras ‘bandera’ y ‘juramento’ no es, desde luego, lo sustancial del acto. Ni que alguien quiera ‘colar’ la bandera republicana, pasando por alto que la bandera española no es la franquista sino la constitucional. Que el jefe de la oposición de turno no haya tenido que hacernos pasar el bochorno de despreciar a la bandera americana, como hizo Zapatero el año pasado, sencillamente porque el ejército americano no ha sido invitado, es una circunstancia que dará qué hablar en las relaciones internacionales.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 13/10/2004