ARCADI ESPADA-EL MUNDO
El mejor mensaje electoral que he visto en muchos años es el vídeo donde la actual alcaldesa Ada Colau y la antigua activista Ada Colau se enfrentan en un cara a cara. https://bit.ly/2EwjE1U
Desde aquel cartel inolvidable que bajo la fotografía de unas manos honradas y endurecidas sentenciaba: Tus manos mi capital, los comunistas catalanes han demostrado sostenidamente que son maestros en el arte de la propaganda política. Una maestría que ha atravesado generaciones y registros: la propia campaña de Colau combina el sofisticado mensaje videográfico con animaciones en clave borderline, sin que la eficacia mengüe. Como propagandistas que son, sus intereses no van más allá de las forma. En este punto son mucho más catalanes que comunistas. Al menos tal como los vio Unamuno. El Unamuno maduro, cabe precisar, porque con veintipocos años, en su primer viaje a Barcelona, bien es verdad que quedó deslumbrado por aquella ciudad de «frescura, espacio, olor a tilos y bienestar, no aquel vaho de miseria que despide Madrid». No fue hasta 20 años después, en un artículo de 1906, cuando miró por dentro: «Y en esta espléndida ciudad, de magníficas fachadas, que parecen construidas para asombrar y deslumbrar a los visitantes y huéspedes, el tifus hace estragos por falta de un buen sistema de desagüe. Y ello se comprende: las fachadas se ven, desde luego, el alcantarillado, no». Así es una lástima que la genial idea de encarar a las dos Colau no vaya más allá de la fachada. Pero es lógico, porque eso supondría un viaje a las cloacas de lo que Colau fue y de lo que Colau es. Las palabras y los gestos que las dos Colaus intercambian están regidas por un sentido propagandístico lógico. Es la joven Colau la que se muestra desconfiada y renuente ante la alcaldesa –no olvidamos de dónde venimos es la moraleja de vídeo– y la que en cierto modo, con suavidad cómplice, le pide explicaciones. El tratamiento inverso habría sido una prueba de profundidad e inteligencia, incompatible con Unamuno y con la propaganda: la alcaldesa viajando a las alcantarillas de su pasado para preguntarle a la activista por las innumerables estupideces que protagonizó.
De todos modos, y volviendo a lo sustancial, la propaganda comunista ha tenido una idea soberbia y es probable que haya alumbrado un género. Entre los primeros beneficiarios debería estar el nuevo presidente del Senado, Manuel Cruz. Dado que era filósofo podría darle profundidad y recorrido al nuevo género. He visto a Cruz, ya como presidente del Senado, tomar y aceptar la promesa de un presunto delincuente que mientras aparentaba acatar la Constitución iba denigrándola, ridículamente marcial, a cada palabra. No solo eso. Cuando el miembro de la Mesa que iba nombrando a los aspirantes a senador trató de interrumpir la farsa pronunciando estentóreo el nombre del siguiente, Cruz lo mandó callar con gesto tajante para poder escuchar con la máxima atención al presunto Romeva. Acabada la deposición, le estrechó la mano y le sonrió amigable. El sábado le preguntaron por ello en su periódico y dijo: «Claro que tenía que terminar lo que estaba diciendo, no concibo otra posibilidad». Pero lo importante en la entrevista es este diálogo:
-¿Cree que la situación en Cataluña no cambiará hasta que acabe el juicio y haya sentencia?
-Es evidente que la sentencia… Bueno, habría un escenario que podría reconsiderar esto, y es que la sentencia fuera absolutoria. Bueno, es una posibilidad, yo no voy a entrar en eso.
El diálogo tiene historia. Donde ahora dice: «Habría un escenario que podría reconsiderar esto», una transcripción anterior decía: «Habría un escenario que podría reconciliarlo todo». Cuando el periódico rectificó, aportó la prueba del vídeo, donde, en efecto, se oye decir a Cruz «reconsiderar esto». Pero lo que no se oye –porque el vídeo ha sufrido un proceso de montaje– es la pregunta de la periodista que da origen a la respuesta de Cruz. La respuesta es incoherente con la transcripción de la pregunta inoída. Cuando a uno le preguntan: «¿Cree que la situación en Cataluña no cambiará hasta que (…) haya sentencia?» es improbable que responda: «Hay un escenario que podría reconsiderar esto y es que la sentencia fuera absolutoria». Tal como está formulada la pregunta, reconsiderar esto sería reconsiderar que la situación catalana fuera a cambiar después de la sentencia. Y dada la respuesta es obvio que con esto [lo que debe reconsiderarse] Cruz se refiere a algo previo a la sentencia.
A lo que Cruz responde es a una pregunta sobre el conflicto, su duración, su eternización incluso; a una pregunta, en fin, sobre el endémico mal rollo catalán. Y es entonces cuando lanza su apuesta: una sentencia absolutoria cambiaría el ambiente. (Y si no es así que se dé a conocer el audio de la pregunta: yo escribí a la periodista para saberlo, pero no tuve éxito. Hasta entonces no he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.) Como es habitual –endemismo– en un socialista catalán, Cruz añade que él no va a entrar en eso tras haber entrado –nunca mejor dicho– hasta la cocina de la sentencia.
El senador Cruz, con su trato cordial a delincuentes y con su especulación sobre el encauzamiento del conflicto, absolución mediante, se adosa al muro de opinión que gana cada día unos centímetros: o hay absolución o habrá problemas. No voy a detallar, pero me acuerdo, ¿eh?, de cuando se decía que una sentencia condenatoria de los golpistas del 23 de febrero iba a cabrear al Ejército. El chantaje a la opinión es tan indigno que no merece mayor comentario. Más interesante es subrayar que Cruz, como buen socialista, liquida de un solo rasurado a los numerosos catalanes que, como yo, se alegrarán de que los presos nacionalistas sean condenados, porque consideran y reconsideran esto: que los presos nacionalistas cometieron graves delitos contra la democracia y que llevaron a la ruina moral y a la desventura económica a su comunidad. Unas gentes, nosotros (A Nabokov le pasaba con verdad), que en cualquier caso, y a diferencia de los independentistas a los que Cruz rinde todo tipo de respetos, apretaremos los dientes, pero no amenazaremos a nadie si los jueces reconsideran esto y absuelven a los presuntos criminales.
Hace unos años Manuel Cruz tenía otras opiniones. Dos años, por ejemplo, por entresacarle una. A aquel filósofo la expresión «independentistas de buena fe» no terminaba de convencerle (Credulidad culpable, El País, 1 de noviembre de 2017). Y es que pensaba, lúcidamente, que el fanatismo no era «el completo abandono de la razón, sino un uso perverso y torcido de la misma». De ahí que como resumiera en el título del artículo fuera necesario reclamar responsabilidades a los ciudadanos que creían y difundían la sarta de mentiras independentistas. Hoy no parece dispuesto a reclamárselas, no ya a los ciudadanos, sino ni siquiera a sus dirigentes. Urge que el senador Cruz tenga una conversación à la Colau. Yo gozaría mucho si su renuencia fuera del hoy al ayer y con sinceridad desbordante el senador se admirara estupefacto ante aquel filósofo: «Pero mira que eras panoli, Manolito».
Y tú sigue ciega tu camino.