Kepa Aulestia-El Correo
Los términos en los que se ha desarrollado la campaña electoral no favorecerán la digestión de los resultados de mañana a la mitad de la España política. La polarización ha vuelto a presentar dos mundos irreconciliables. Y cada bloque ha descrito cuatro años de calamidades para el caso de que gane el adversario. La imputación cruzada de mentiras, entre las pasadas y las presentes, hará aún más difícil metabolizar la victoria de los otros. Si las urnas conceden la mayoría absoluta a las derechas -el PP solo o con la necesidad parlamentaria de Vox-, sumada al éxito obtenido en las locales y autonómicas del 28-M, las izquierdas y las opciones soberanistas no tendrán más remedio que atrincherarse juntas frente a la involución anunciada o decidirse a recuperar el centro. Si la coalición que gobierna hoy consigue remontar tendencias y pronósticos, el antisanchismo se verá tan desconcertado que las derechas experimentarán un nuevo reajuste paradójicamente autonomista en su apariencia institucional, pero que se extremará en lo ideológico mientras el PP atienda al marcaje de Vox y no corte amarras respecto a la extrema derecha.
La descripción caricaturizada del adversario obedece al instinto de los contendientes por ahondar el abismo que les separa. Lo que asegura la compartimentación de sus respectivos espacios electorales para impedir el siempre enojoso trasvase de votos. Santiago Abascal ha sido el mejor aliado de Pedro Sánchez durante años. Del mismo modo que Pablo Iglesias, Irene Montero y Arnaldo Otegi lo han sido de los sucesivos líderes populares. Pero todo ese juego contribuye también a la naturalización del extremismo. A hacer más factible aquello que se le imputa a un bloque o a otro si llega a gobernar o a seguir gobernando. La profecía acaba cumpliéndose de tanto insistir en ella. Es a lo que estamos a punto de asistir si mañana el recuento de votos resulta muy igualado. Sea uno u otro el bloque que pueda alcanzar la mayoría en escaños, la política corre el riesgo de volverse aún más ideológica.
La envolvente redención de la izquierda abertzale -envolvente porque alivia a los propios y atrae a extraños- apunta a otro buen resultado para EH Bildu. El anuncio de que la próxima legislatura será la de un referéndum simultáneo aquí y en Cataluña -compromiso adquirido entre Otegi y Junqueras- es una broma además contraria a la autodeterminación. Pero si ya será difícil que la izquierda abertzale apure más que en los últimos años las oportunidades que le brinde su presencia en Madrid, siempre en el caso de que pueda contribuir a la investidura de Pedro Sánchez, la investidura de Alberto Núñez Feijóo desmontaría el argumentario taumatúrgico de la desaparición de ETA como culminación de su estrategia de liberación nacional y social.