IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

El acto de ayer en el Liceu se presentó envuelto en un nombre entrañable: ‘Reencuentro: Un proyecto de futuro para toda España’ y con una intención encomiable. Nada menos que dar carpetazo a la era de los enfrentamientos y marcar el inicio de la era de la colaboración y el acuerdo. Lo malo es que la realidad es tozuda y si no quiere acomodarse a nuestros deseos, pues no se acomoda. Ya desde el principio la cosa pintaba mal. El gremio de los magnánimos se vino arriba con la carta de Oriol Junqueras y con el encuentro fugaz de Pere Aragonès con el Rey, obviando que el primero no renunció la unilateralidad, sino que solo dijo que la vía unilateral no era útil… ‘ahora’ y por eso había que acumular fuerzas. Y minusvalorando el hecho de que el segundo dio la espantada a la cena oficial con el Rey y se limitó a un mínimo y frío saludo.

Hay que ser verdaderamente magnánimo para ver en esos gestos un cambio profundo de actitud, máxime cuando pocos días después ya han dictaminado que los indultos son la prueba fehaciente de la derrota del Estado y del triunfo de sus tesis. Visto así es natural que nadie del Govern ni del Parlament asistiera ayer al ‘reencuentro’. Pere Aragonès tenía programada una visita a una comarca tarraconense -ese es el nivel del interés-, y Laura Borràs, simplemente no tiene intención, ni ganas de reencontrarse con España.

El segundo problema, del que se habla menos, surge en la frase que viene a continuación en la convocatoria. ‘Un proyecto de futuro para España’. ¿Es lógico plantear el futuro de España en un acto en la Cataluña de hoy? Que se haga en Cataluña me parece fantástico. ¿Por qué no? Que no se haga primero en el Congreso, en donde reside la soberanía, me parece un desplante al resto. Que se haga como preludio de la Mesa bilateral con los independentistas es, sencillamente, un desastre. ¿De verdad que va a negociar el futuro de España con los Junqueras, los Torra y los Puigdemont, cuando su idea, su deseo y su pasión es que no exista ese futuro en común? Pues estamos buenos. Una cosa es ser magnánimo, que eso siempre está bien y otra ser tonto. Como Sánchez no lo es, debe tratarse de que nos considera tontos a los demás. A la vista de cómo discurren los acontecimientos. Si lo pienso un poco, creo que en eso acierta.