Jon Juaristi-ABC

  • Se vuelve a hablar, y mucho, de regeneración de España, mantra que, curiosamente, tuvo su origen en la izquierda puritana

Una de las palabras clave en el lenguaje político actual de la oposición es ‘regeneración’. Nunca ha estado del todo fuera de uso desde que se acuñó a finales del siglo XIX, pero volvió a irrumpir, masivamente y como por sorpresa, el año 2015. Desde entonces, ha sido Ciudadanos el partido que con más fuerza la ha vinculado a sus siglas («Cs es Regeneración» es su lema en Twitter), pero no ha conseguido el monopolio de su explotación política.

Si ese concepto -que a los de mi generación nos parecía avejentado porque sonaba a Costa, Mallada y Picavea- ha vuelto a galopar, es porque mucha gente intuye que España está sumiéndose en la ‘degeneración’, cualquier cosa que se entienda por esto. Esta semana he oído a muchos hablar de degeneración a propósito del caso Malasaña, del piropo recibido y celebrado por la ministra de Igualdad acerca de las medidas de sus órganos genitales, y cómo no, de Marlaska. Algunos también se han referido al indescriptible artefacto que, entrevistado por Rufián, invitaba a matar a los de Vox. Sin duda, todas estas cosas son síntomas de algo que huele muy mal. Apesta. Pero, tratando de poner un poco de distancia con la actualidad candente, he buscado en mi biblioteca el clásico del tema que suscitó la aparición del Regeneracionismo en España: ‘Degeneración’, el famoso ensayo de Max Nordau (1892), traducido al español en 1902 por Nicolás Salmerón García, hijo del Salmerón del Sexenio.

‘Degeneración’ es todavía legible, aunque trata del Fin de Siglo (XIX) europeo y dedica mucho espacio a escritores franceses simbolistas y a pintores prerrafaelitas ingleses que acaso fueran, en efecto, unos degenerados, pero nada que ver con la Pringada y compañía. Quizá sea mejor dar la voz a Nordau, que fue comunista en su juventud, y luego, de mayor, se hizo sionista, siempre de izquierdas. He aquí una brevísima muestra de su teoría de la degeneración:

«El carácter común de los degenerados consiste en no aceptar su verdadera naturaleza, sino en esforzarse en ser lo que no son».

«Los degenerados consideran la sensualidad desnuda como vulgar y no la admiten sino cuando se presenta bajo la forma de vicio contra naturaleza y de degeneración» (aquí, Nordau, es cierto, incurre en una tautología).

«Los degenerados tratan de despertar la simpatía y la compasión hacia todas las bestialidades».

Para los degenerados, «nada tiene que sobresalir del nivel; nada ha de ser mejor, más bello ni tan sólo colocado más alto que la vulgaridad del término medio».

Nicolás Salmerón García, coetáneo de Unamuno, fue uno de los cuatro diputados de la coalición republicano-socialista que en 1932 plantaron a Azaña por la represión contra los anarquistas del Baix Llobregat, que preludió la de Casas Viejas. El pobre Nicolás murió en 1933, del disgusto que esta última salvajada le produjo. El Ateneo de Madrid entrega todos los años un premio con su nombre a la defensa de los Derechos Humanos.