Manuel Montero-El Correo
- Tienen pleno derecho a que la sociedad las reconozca, les devuelva la dignidad
A estas alturas se ha impuesto el discurso que respeta a las víctimas de ETA y las recuerda en fechas señaladas. Es una solidaridad ritualizada, exculpatoria, pero coincide con discursos que relegan a estas víctimas y tienen distintas formulaciones. Con frecuencia se las diluye al incluirlas genéricamente entre «las víctimas del terrorismo». Resulta imprescindible recordarlas a todas, pero si nos quedamos en tal globalización se elimina la especificidad criminal de ETA. Está también el discurso que habla de «todas las víctimas», mezclando las de la Guerra Civil, las del franquismo, las de ETA y las de otros terrorismos. Meterlas en ese saco intemporal las desvanece a todas.
Es particularmente perverso el discurso de la izquierda abertzale que habla de las víctimas de todas las violencias, equiparando a las víctimas y a sus verdugos. Todos serían víctimas de la historia que forzaba a tomar las armas para defender Euskal Herria. Transfiere responsabilidades a circunstancias suprahistóricas.
Estos discursos comparten una función: reinterpretan el pasado reciente de forma que se desvanezca el terror ocasionado por ETA, responsable del 92% de los asesinatos relacionados con el País Vasco. Su agresión a la sociedad vasca es el fenómeno violento que más ha condicionado a las últimas generaciones y a la propia democracia. Quieren ocultar el hecho histórico de que hubo un grupo nacionalista que decidió agredir a la sociedad vasca para imponer su proyecto radical y excluyente. Mataron en nombre del pueblo vasco, lo que quizás no se quiera recordar. También se pretende olvidar que la sociedad vasca apenas reaccionó contra ese mal uso de su nombre.
Se quiere olvidar, imaginar un pasado en el que las víctimas no existieron. Hasta el asesinato se enmascara en ese eufemismo que adoptan algunas publicaciones que lo llaman «vulneración del derecho a la vida», un manto de buenismo que es de una crueldad extrema. Tales circunstancias hacen metástasis cuando actualmente no solo nacionalistas sino algunos de los que no lo son buscan blanquear a quienes apoyaron al terror y mantienen hoy su fascinación por el terrorista.
Las víctimas de ETA quedan, en el mejor de los casos, enmascaradas en un saco de víctimas. Todas ellas -también las del franquismo- se desvanecen en el relato.
El País Vasco ha fallado en el tratamiento a las víctimas de ETA y sigue sin propósito de enmienda. Resulta insólito que haya dudas sobre cómo abordar la cuestión. La plena solidaridad con las víctimas del terrorismo inspira las políticas al respecto en todos los países democráticos. El camino a seguir está bien definido y trazado.
El mensaje de António Guterres, secretario general de la ONU, el Día Internacional de Homenaje a las Víctimas del Terrorismo (21 de agosto) no deja lugar a dudas: «Apoyar a las víctimas del terrorismo es una de las formas de honrar nuestra responsabilidad de defender sus derechos y nuestra humanidad común». Existe una responsabilidad colectiva para defender los derechos de las víctimas del terrorismo, derivada de los compromisos solidarios propios de la Humanidad. Padecemos un humanitarismo defectuoso, pues esa responsabilidad aquí no se practica de forma incuestionable para las víctimas de ETA o se opta por negociar sobre cómo debe abordarse la cuestión, lo que viene a ser lo mismo.
Para la ONU no hay duda. El apoyo a las víctimas asienta la democracia y sirve para luchar contra el terrorismo, asegura. En el tratamiento internacional de las víctimas del terrorismo encontramos también algunos principios. Entre ellos está la necesidad de centrarse en ayudar a las víctimas, para que puedan volver a la vida normal y reintegrarse en sus comunidades. Las víctimas suelen sentirse desplazadas de su entorno, en lo que se ha llamado «soledad radical». Han sufrido el terror y tienen pleno derecho a que la sociedad las reconozca, les devuelva la dignidad y logren, en lo posible, retomar la vida y hacerlo en sus ámbitos sociales.
Esto no se ha producido con respecto a las víctimas de ETA. No se ha combatido la soledad radical, ni se ha buscado su reintegración en la comunidad, se ha dado por bueno su desplazamiento social, no se siente como propio lo que les ha sucedido y muchos sectores procuran demostrarlo ajeno. La víctima de ETA fue revictimizada. No recibió la solidaridad de la sociedad, no hubo intentos de reparación de la víctima que había sufrido una agresión que amenazaba a toda la sociedad vasca. Sucedió lo contrario. La víctima fue tratada como culpable. Con frecuencia, sus familias tuvieron que esconder su condición, pasaron a vivir una vida vergonzante.
«Mataron a mi padre y me quedé sin amigas»: la experiencia de la hija de Isaías Carrasco sintetiza lo que nos ha sucedido. No ocurrió en otra época ni cabe ocultarlo con juegos retóricos.