MIKEL ETXEBARRIA DOBARAN-EL CORREO

Estas reflexiones sobre la renta básica universal, que quedan abiertas para las aportaciones que se consideren, surgen a raíz de la reciente conferencia-debate sobre este tema organizada por el Grupo Vasco del Club de Roma en Bilbao. El encuentro contó como ponente jurídico con el doctor en Derecho y exviceconsejero del Gobierno vasco Ángel Elías, como ponente económico con el doctorando en Economía y exparlamentario vasco Julen Bollain y como presentador con el doctor en Ciencias Económicas y exdecano de la Facultad de Económicas de la UPV-EHU Arturo Rodríguez.

A pesar de la didáctica exposición y la pasión -que se agradecen- con la que los ponentes defendieron las virtudes de la renta básica universal, en el público asistente -por el enriquecedor debate surgido- no lo teníamos tan claro. Y es que nos dicen que, a diferencia de la renta de garantía de ingresos (RGI) -de la que fuimos pioneros por estos pagos- y del más reciente ingreso mínimo vital, el modelo que se propone es universal e incondicional. Se daría a todos los ciudadanos una prestación económica sin necesidad de justificación ni previa ni a posteriori: cada uno hará lo que quiera con ella. Compatible con la remuneración por cualquier trabajo. La cuantía estaría marcada por el umbral de la pobreza; podríamos estar hablando de 8.400 euros/año (700 euros/mes) para los mayores y 1.680 euros/año (140 euros/mes) para los menores.

Nos comentan que la idea tiene muchos reconocimientos, de movimientos feministas, ecologistas, sindicatos, algunos partidos políticos… y que hay un pacto internacional que obliga a los estados. Nos indican posibles logros: se termina con la pobreza, se invierten las relaciones de poder, se evita el estigma de los perceptores, se avanza en igualdad, una mayor calidad de vida para la juventud, mayor libertad personal, ahorro de gastos en prevención, más y mejores servicios, fomento de la creatividad, desarrollo de los valores…

Dicen que está en auge porque fracasan las rentas mínimas por limitaciones presupuestarias, errores de cobertura, costes exagerados de gestión, estigma social, fraude fiscal…; pegas que al parecer no tendría la renta básica. También porque el futuro del empleo -siempre remunerado- y del trabajo -no siempre gratificado- está en peligro. Y por el éxito de proyectos-piloto realizados, donde se atisba satisfacción, confianza y hasta mejora de la oferta laboral. ¿Cómo se financiaría esta nueva renta, que estaría exenta de IRPF? En principio, precisamente con un IRPF ni más ni menos que a un tipo único del 49% (¡¡¡); y si no llega, con más impuestos.

Este es en resumen el planteamiento, pero el asunto es complejo. No todo es diáfano. Es conveniente y solidario ayudar en situaciones críticas al que lo necesita, pero a todos, siempre, incondicionalmente y con dinero (que además no es un maná que surge del cielo) no resulta fácil de entender ni desde una perspectiva humanitaria.

Milton Friedman, el adalid del capitalismo más aguerrido, con su idea del impuesto negativo sobre la renta lo apoyaba a su manera. Los gurús de Silicon Valley y los megarricos mundiales lo ven con buenos ojos. Sin embargo, los economistas Banerjee y Duflo, premios Nobel de Economía en 2019 y expertos en estudios sobre la pobreza mundial, consideran que la dignidad de la persona y el deseo de ser respetado pueden quedar en entredicho. Es decir, mientras que conservadores lo promueven, progresistas manifiestan sus recelos. Curiosa paradoja.

Otras sombras que se atisban: los proyectos que se han realizado (Finlandia, Irán, Alaska…) no son representativos; el riesgo del ‘efecto llamada’ si sólo se hace localmente; su coste elevado; hacer peligrar el Estado de Bienestar con la educación y sanidad públicas y universales que ya tenemos. Además, podría ser una alternativa creativa y motivadora un trabajo básico universal: garantizar actividad remunerada, más que solo dinero.

Aparte de los que la ven como un nuevo y altruista contrato social, para algunos la renta básica universal puede ser un sedante colectivo para adormecer posibles rebeliones sociales; otros la vislumbran, de momento, como una utopía académica, una quimera ilustrada; y para el que suscribe, que no quiere ver el trabajo, aunque no siempre es posible, como una maldición bíblica, sino como una forma de realización personal, es preferible -solventando siempre situaciones críticas- enseñar a pescar al que lo necesita que regalar peces hasta al que está saciado de ellos.

Francis Bacon sugería que si partimos de certezas acabaremos dudando, pero si tenemos dudas puede que encontremos certezas. Por tanto, como será un tema recurrente y con muchas aristas, permítanme seguir dudando.