Eduardo Uriarte-Editores

Aparentemente su nombre permanecerá, no hay demagogo que no sostenga la palabra democracia en todo momento. Su apelación la convierte en el más eficaz instrumento para el caudillismo y la arbitrariedad. Como bien escribiera Ruíz Soroa el esencialismo democrático, su exaltación, nos arrastra a la destrucción del sistema invocado. De ahí que toda la imposición secesionista en Cataluña se califique siempre de democrática, porque no lo es, sino invocación para camuflar argumentalmente las acciones antidemocráticas de una minoría revolucionaria. La democracia, si quiere ser tal, como la libertad y la república, debe ser esclava de la ley (Cicerón). Limite necesario en toda sociedad políticamente civilizada (primero de republicanismo como dice Ovejero). Sociedad en convivencia que se ha dinamitado en los acuerdos de investidura de Sánchez, junto al acoso a Montesquieu.

El epitafio de la democracia del 78, no sólo de su Constitución, hay que agradecérselo a la representante de Bildu en el Congreso, señora Aizpurua, por su claridad. Los excesos oratorios de Vox, del PP, e incluso de C’s, enmascararon la dimensión liquidadora del sistema que los aliados secesionistas de Sánchez estaban explicando. Había que dejarles hablar, Aizpurua lo explicaba todo. Poco inteligente el coro en unión de los diferentes grupos de la oposición dejándose arrastrar a exageradas calificaciones cuando Bildu, ERC y Podemos, explicaban la liquidación el sistema de convivencia que ha durado cuarenta años. Más que denuncia había que hacer pedagogía. Para cualquier observador medio de la política los aliados de Sánchez estaban enterrando el sistema político en una aventura hacia lo desconocido que se descalifica por sí misma sin necesidad de sobreactuaciones.

Máxime, cuando siquiera por guardar la apariencia del mantenimiento del orden constitucional ningún miembro del PSOE osó contestar el discurso bien articulado y coherente, largamente utilizado, pues ha sido el de ETA para enfrentarse a la Transición democrática, invocado por Aizpurua. El Sistema del 78 no “fue auténticamente democrático”, fue sucesor de la dictadura, no permitió las ansias de libertad del pueblo, España es unidad en la opresión, etc. (felicitación por la exhumación del dictador incluida, que para este acercamiento ha servido el Caudillo).

No fue sólo una crítica al periodo de mejor y más larga democracia en España, sino toda una justificación política de la existencia de ETA. Y el candidato a presidente no contestó, quizás porque compartía, como en su día lo hiciera Zapatero, en gran parte la argumentación. Aunque le asista cierta repugnancia por los asesinatos que ETA produjo, todo es asumible frente a la maldad de la ultraderecha cavernícola (que hizo posible la democracia), porque el futuro de progreso redentor exige este encuentro con los enemigos del Estado.

Frente a la intolerancia de la derecha allí brillaba el discurso de ETA, un discurso que lleva tiempo asumido por el izquierdismo latinoamericano de Zapatero, que posibilitó la legalización de HB mediante el Tribunal Constitucional frente al Supremo. Que facilitó una legitimación de ETA mediante unas largas conversaciones que acabaron en el palacio de Ayete (otra vez un lugar de Franco), y que sólo la Guardia Civil con sus detenciones impidió que desfilara victoriosa por las calles de Euskal Herria -ya lo hacen en todos los Ongi Etorris bajo Marlaska-. El encuentro de personalidades socialistas con Podemos y exiliados de ETA se facilitó a la sombra del bolivarianismo americano, luego se extendió a los ambientes universitarios para confirmarlo. Todo un proceso para crear una estrategia definitiva y de ruptura con la derecha heredera del franquismo.

Sólo la ignorancia, la frivolidad, y, sobre todo una inmensa ansia de poder, hace entendible la nula defensa por parte del candidato a presidente del sistema político español. Pero, además, es que comparte el impulso subversivo, como deja claro en el abandono de la ley y de la judicatura en la alianza con Ezquerra Republicana y lo firma con el PNV. Es cierto que la judicialización de la rebelión secesionista no es suficiente para resolverla, pero tanto la ley como los tribunales son imprescindibles como en todas las facetas de la convivencia política y social. Anularlo nos conduce al autoritarismo, pues se deja en manos de la arbitrariedad y de la imposición el comportamiento político. Es decir, se crea el vacío que posibilite la acción del tirano. Tanta campaña en exhumar al Dictador para esconder la imitación de su comportamiento.

De la fobia al odio

Al candidato a presidente sólo se le notaba suelto y decidido en su limitado discurso de investidura cuando se metía con la derecha -obviamos las aberraciones de la portavoz Lastra-. Efectivamente, durante tiempo la única referencia ideológica del socialismo español, acelerada por la purga de toda la anterior generación, ha sido su fobia hacia la derecha, buscando toda incompatibilidad con ella para evitar la mínima posibilidad de encuentro, incluso a riesgo de hacer volar el sistema.

Tan exagerado sentimiento ha conducido al socialismo español, en busca de alguna referencia ideológica, no sólo a la defensa del identitarismo más radical, desertando de la naturaleza de universalidad igualitarista de su discurso, convirtiendo todo colectivo en naciones antisistema. No sólo los grupos radicales, sexuales, culturales, ecologistas, etc., han sido amparados y manipulados en su favor, sino incluso ha llegado el actual socialismo a reconsiderar el carácter conservador y derechista, incluso el mismísimo terrorismo, de los nacionalismos periféricos. Así surge la izquierda reaccionaria, concepto que se lo debemos, de nuevo, a Ovejero. La postmodernidad es retro, nos lo confirma otro ilustre profesor como Manuel Montero

De la fobia se pasó al odio, teorizado por los intelectuales del populismo, Chantal Mouffe, Lakkof, Slavoj Žižek, y otros más modestos domésticos. Odio enunciado por Iglesias como instrumento político de la “buena gente” contra “la casta” dominante antes de Galapagar, pero que permanece en su bagaje ideológico actual. Tal actitud beligerante disuelve cualquier nación políticamente útil, y genera, junto a la desarticulación social, la creación de naciones de sustitución, espacio para los nuevos señores feudales de la postmodernidad retrógrada. Se identificó con odio y escraches a la derecha. Según Jorge Vilches “la dicotomía schmittiana está servida; es decir, han señalado al enemigo de la construcción del nuevo Estado”.

Que desde una fuerza testimonial se exhiba tal discurso puede ser admisible en una sociedad política acomodaticia, pero que ese pensamiento de traslade al Gobierno de una nación supone el final de la misma, la tragedia que la II República no quiso entender, que todo sistema es inclusivo o estalla. Si el enfrentamiento con la derecha es de esta naturaleza radical no hay futuro político que no sea revolucionario, el cual conformará un sistema autoritario tan conocido ya en su fracaso en los ejemplos latinoamericanos. Aunque ZP achaque esos fracasos al bloqueo y presión norteamericana, el mismo argumento que el cubano. Aquí el culpable ya es el bloqueo de las tres derechas, idénticas según Lastra.

No sólo los aliados secesionistas de Sánchez legitiman frente al Estado su práctica criminal, desacreditan la democracia real, avanzada y de bienestar que hemos disfrutado a pesar de sus ataques, sino que su gran aliado, Podemos, le aporta una ideología de ruptura y combate con la otra España -desenterrada desenterrando a Franco- que nos lleva a la tragedia.

De tiempo atrás el socialismo español tras repetidos encuentros con el populismo y los nacionalismos periféricos, incluida ETA, halló la hipótesis estratégica que sólo un cambio de sistema en el que cupiesen estos aliados iba a posibilitar su futuro como partido. La opción estaba pensada, los acontecimientos electorales -y la torpeza de Rivera- le han llevado finalmente hacia el nuevo sistema que garantizará su permanencia en el poder sin adversario político alguno. Derriba el sistema del 78 como fórmula para sobrevivir como partido. Así como los nacionalistas periféricos erigen estados separados para garantizarse el poder de manera hegemónica y dominante, el sanchismo cambia el sistema con el mismo fin estratégico.

Las ansias de poder y el miedo al fracaso.

No sólo a la representante de Ezquerra Republicana le importa un comino la gobernabilidad de España, menos aún a Bildu, parecido al PNV, y a Podemos siempre que la casta caiga le importa poco lo que surja siempre que esté en el poder. No es muy diferente de lo que Sánchez piensa de la gobernabilidad, siempre que el que mande sea él. Nos encontramos, pues, ante una colectiva y arriesgada aventura de futuro protagonizada por heterogéneas fuerzas cuya única meta es el poder de cada una de ellas, que sólo el fracaso del que parten les obliga a mantener tan esperpéntica convención antisistema como la del comino.

ERC se metió con el procés en una encrucijada de la que no sabe cómo salir, salvo que apueste, como lo ha hecho, por un Gobierno débil que le otorgue legitimidad a sus desmanes del pasado (como el PSOE desde ZP se lo otorgó al mundo de ETA) y le facilite el poder en Cataluña de la mano de un PSC dispuesto a asumir la autodeterminación en un tiempo prudencial. Es una salida inteligente ante una situación desesperada, ante la oportunidad que le brinda la existencia de un Gobierno que también le importa poco la gobernabilidad. Lo importante es liquidar a la derecha, la gobernabilidad de España un comino, pero a la hora de la verdad ERC se deja arrastrar por el maximalismo del grupo de Torra y la CUP, y bloquea a Sánchez mucho más que la derecha.

Y qué decir de Podemos que veía frustrado su ascenso a los cielos, aunque sus líderes vivan en chalet en la sierra, siguiendo el modelo de vida de los líderes bolivarianos, con estruendosos fracasos electorales sucesivos. La salvación les ha llegado incorporándose a un Gobierno en el que esperaban hacer un papel más digno que el de comparsas porque los portadores de la ideología de ruptura eran ellos. No saben que en eso el sanchismo les ha superado, porque incluso manifiesta mayor incoherencia que ellos mismos en la defensa del Estado. La manera de vengarse Podemos es marchar junto a los más radicales del nacionalismo pidiendo la libertad de los presos de ETA. Bloquea a Sánchez.

El sanchismo está, desde la crisis de Ferraz, y el bautismo de la aventura como la de Frankenstein por el finado Rubalcava, en una huida hacia adelante. Busca su utópico futuro mediante la presión a todos los instrumentos y poderes del Estado, las mutaciones legales e, incluso, constitucionales, en post de la creación de un nuevo orden autoritario que poco tenga que ver con la democracia participativa del setenta y ocho. Por esas vías puede ofrecer la relación bilateral y confederal a las nacionalidades históricas, cosa que el nacionalismo más radial catalán no aceptará, y derrochar los recursos económicos en gestos populistas que difícilmente Europa acabará aprobando. Pero todos los aliados que apoyan al Gobierno creen firmemente en un futuro de progreso frente a la España del retroceso que de vez en cuando hasta gobernaba la derecha. Quizás porque no les queda más remedio. Sin embargo, los retos y las contradicciones más serias, de ruptura inminente, las va a tener Sánchez, no desde la derecha, sino desde sus aliados. Se confundió de vía para la salvación del PSOE y de aliados.

La única garantía de su supervivencia del Gobierno estriba en el reconocimiento de todos los aliados del Gobierno de la situación angustiosa de liquidación como colectivos que padecen, y en la enajenada concepción que solo la huida hacia delante de sus diferentes y dispersos proyectos les concede la supervivencia y el ejercicio garantizado del poder en la nación-estado que cada uno cree. Una apuesta muy arriesgada y cuya consecuencia significaría el fin de lo que hemos conocido.

Esperemos que el Estado aguante el tiempo suficiente para que las contradicciones entre estos políticos en marcha desesperada exploten. Hay que esperar que así sea. Pero lo que venga ya no será el estable y fructífero sistema del setenta y ocho. Por la democracia que hemos tenido es por lo que tocan las campanas.