Resignación

MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ – EL MUNDO – 04/02/17

Maite Pagazaurtundua
Maite Pagazaurtundua

· La autora sostiene que el Estado se resigna –lo que se traduce en una forma de consentimiento– ante las situaciones intolerables que protagoniza cierto entorno nacionalista en el País Vasco y Navarra.

El extraordinario poema «La casa de mi padre» de Francisco Javier Irazoki comienza así: «Desde la casa / primero se veía el miedo / y después, / el color verde del paisaje».

Les ruego que sigan el hilo de tres historias que, en el fondo, siguen siendo la misma.

Cuando el 8 de agosto de 2002 más de 30 miembros de Batasuna se acercaron a la Casa del Pueblo de Andoain, para precintarla, se encontraron a dos hombres dentro: uno era el concejal socialista Estanis Amutxastegi y el otro, mi hermano, Joxeba Pagazaurtundúa. Los de Batasuna, pese a gobernar el municipio, también utilizaban técnicas mafiosas en sus campañas de propaganda. Jugaban a doblegar a los partidos constitucionalistas. El miedo era intenso y una mayoría se resignaba.

Los dos hombres de esta historia real y otro puñado de socialistas mantenían una mínima actividad en aquella sede, pese al peligro cierto que se cernía sobre todos ellos. Sabían que abrir la persiana todos los días, aunque fuera un rato, era un importante acto de resistencia civil.

Habían sido acosados antes. Quemaron antes y después sus viviendas y coches. Ese día, los dos hombres fueron insultados y amenazados. Y uno de ellos, Koldo Otamendi, al que Joxeba pudo reconocer perfectamente, se alejó después de golpearle con un palo al grito de «ya te pillaremos». «¡Españoles, fascistas!». A Joxeba, seis meses más tarde, un etarra le descerrajó varios tiros en la cabeza. Poco tiempo después, el agresor, que ni se presentó en el Juzgado de Tolosa donde se vio el asunto, fue condenado a 350 euros de multa.

La frase de que había que matar a todos los españoles la solíamos escuchar al descuido, cuando pasábamos de día junto a una txozna durante las fiestas patronales, un suponer. De noche el riesgo de una agresión física era mucho más intenso. El odio antiespañol se combinaba con la búsqueda de la expulsión física o la eliminación. No ser nacionalista vasco como ellos suponía, en su jerga, ser fascista y esta consideración suponía levantar la veda para todo lo demás.

No era, no es, un odio cualquiera, sino un odio político que sirve para construir un sistema político fuera de España. Los nacionalistas que no mataban, duros de corazón, estaban a otras cosas. En mi opinión el antiespañolismo fanático y antidemocrático no se ha afrontado en el País Vasco y Navarra de forma clara y sin tapujos. Nuestra vida privada ha mejorado, pero hay un tipo de microviolencia moral en muchos espacios que no se quiere evaluar.

El 15 de octubre de 2016 un grupo de jóvenes del entorno nacionalista heredero de Batasuna reconoció en un bar de Alsasua –Navarra–, por la noche, a dos guardias civiles y sus parejas. Los insultos dieron paso a una agresión brutal que sólo terminó cuando llegó la policía foral y disolvió a la jauría. Les gritaron cosas como «hijos de puta, putos pikoletos, txakurras, fuera de aquí (…) Esto os pasa por venir aquí, tenéis lo que os merecéis».

Las campañas de acoso a la Guardia Civil y sus familias en Alsasua contienen todos los elementos tradicionales de la estrategia política antidemocrática de Batasuna. Han hecho el vacío a la chica de Alsasua, pareja del teniente de la Guardia Civil, por serlo. Las vejaciones son continuas. A las mujeres de los guardias llegan a escupirles a la cara; les estigmatizan para que todo el pueblo sepa que quien está con ellos correrá la misma suerte.

He sido concejal. Puedo entender el miedo de los concejales socialistas en un pueblo así y puedo entender el síndrome de Estocolmo con respecto a los dominadores de las conciencias y de las calles. El problema es que el Estado se resigna a esta situación intolerable y ante eso, poco se puede pedir a un humilde concejal.

La tercera historia empieza en el momento en que desaconsejaron a Consuelo Ordóñez, la presidenta del Colectivo de Víctimas del País Vasco, que se acercara a Alsasua el día 22 de octubre de 2016, porque se esperaba una concentración multitudinaria en favor de los agresores de los guardias y sus parejas. El odio se mostró en cuanto simplemente se colocaron ante ellos. «Fascistas». «Asquerosa». «Fuera de aquí». «Vosotros odiáis», «vete a tu pueblo»… fueron algunos de los insultos. Son la muestra del mismo tipo de intolerancia y odio político que identifica como fascista a todo aquello que no se somete a la hegemonía del nacionalismo.

Si Covite no lo hubiera denunciado, no se habría incoado el procedimiento sobre las responsabilidades judiciales de la agresión y esto, una vez más, muestra la debilidad del Estado. Sin Covite no se habría conocido la verdadera dimensión del odio, pero además las agresiones habrían quedado impunes.

Prácticamente cada semana hay recibimientos a los etarras que ya han salido de la cárcel y son tratados como héroes. Hay adolescentes que siguen siendo adoctrinados en ese odio político y sólo las asociaciones de víctimas se preocupan de algo que no deberían tolerar los partidos democráticos, ni las instituciones.

En el Parlamento Vasco la mayoría de los partidos promueve la privatización del sentido político de las víctimas del terrorismo de ETA. Pero el hecho es que fueron asesinadas para conseguir un objetivo político. Y aunque se reconoció en la Ley de Víctimas, se ha convertido en la práctica en un tabú. Así, los herederos de ETA y su brazo político pueden difuminar un tanto su responsabilidad, pero tampoco se enfrentarán al fondo de odio político y su antiespañolismo totalitario. Es un grandísimo error. Porque esto es lo central.

Bildu pretende que se mezclen todo tipo de victimaciones y que alcancen hasta el año 1936. Pretende que se aborde la expulsión de los cuerpos y fuerzas policiales del País Vasco. Por eso se muestran también como lobistas de los presos de ETA.

El poema de Francisco Javier Irazoki es un canto a la superación de la tragedia del terrorismo nacionalista vasco cuando, algún día, «sólo veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien justificó el crimen político». Con la ponencia del Parlamento Vasco no será posible.

En opinión de mi familia, el clavo enfermo de nuestra sociedad sigue siendo el discurso del odio enmascarado y escondido en los prejuicios de los que nos persiguieron. Por eso no condenan su pasado. Por eso ensalzan a los asesinos. Por eso los ven como víctimas.

Lamentablemente hay resignación –una forma de consentimiento– de muchos otros a este estado de cosas que sigue siendo intolerable y debilita nuestro futuro.

Maite Pagazaurtundúa es europarlamentaria.