Florencio Domínguez, EL CORREO, 11/9/12
El último episodio de violencia ha sido la quema de un cajero en Mondragón poco después del ataque a un repetidor de telefonía en Lezama que había estado precedido por los incendios de contenedores en Getxo, de una oficina de Lanbide en Gernika o del destrozo de una catenaria de la línea férrea, entre otros incidentes. El contexto político de esta sucesión de incidentes de violencia callejera es la campaña de apoyo al preso de ETA Josu Uribetxebarria Bolinaga que ha marcado este verano, aparte de la celebración de las fiestas que en el pasado han sido marco de actuaciones similares.
La reaparición de estos ataques, aunque sea sin la intensidad de épocas anteriores, revela la pervivencia de sectores de la izquierda abertzale que no están dispuestos a renunciar a la violencia con facilidad, sectores que, además, se resisten a ser controlados por los dirigentes de la antigua Batasuna.
Todo lo ocurrido durante la huelga de hambre de Uribetxebarria y las protestas de apoyo de los demás presos han puesto de relieve la existencia de conflictos en el seno de la izquierda abertzale, a pesar de que han tenido la habilidad suficiente para que no trascendieran públicamente. Se han detectado estrategias diferentes, una más radical que otra, aunque sus protagonistas compartan los objetivos finales.
Las protestas de los presos etarras han acaparado todo el protagonismo informativo de las últimas semanas, en detrimento de las actividades de la precampaña electoral de la candidatura de EH Bildu. La imagen dominante que la izquierda abertzale ha proyectado este verano es una imagen del pasado, algo que no le conviene demasiado en vísperas de unas elecciones a las que concurre con la pretensión de presentarse como una opción renovada y moderada. A pesar del temor existente en otros partidos a que la izquierda abertzale capitalice el victimismo generado con este tipo de situaciones, lo cierto es que la dinámica desatada en torno al ‘caso Bolinaga’ ha puesto en jaque a los líderes de BatasunaSortu que aparecen también cuestionados internamente por la persistencia de la violencia callejera.
El peligro no reside tanto en la entidad que han registrado estos últimos episodios de kale borroka, que son poca cosa al lado de los que hemos conocido en años pasados, sino en el hecho de que esos sectores, hoy minoritarios, se enquisten y hagan más difícil el tránsito colectivo desde la violencia a la política o, incluso, se conviertan en focos de atracción de los desencantados con ese viaje.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 11/9/12