El psiquiatra Iñaki Viar recibió la Medalla al Mérito Constitucional, en reconocimiento de sus esfuerzos en defensa de las libertades democráticas en el País Vasco. Para los abertzales, la presencia en el constitucionalismo de personalidades como Iñaki Viar, cuya vinculación familiar con el nacionalismo vasco se remonta a la época fundacional del partido de Sabino Arana, supone un escándalo.
En nuestro tiempo, caracterizado por la atrición, sólo tiene autoridad el testimonio de las víctimas, hasta tal punto que víctima y testigo -es decir, mártir- han devenido sinónimos. Nunca antes lo fueron. No lo son en el ámbito del Islam contemporáneo, donde los mártires asesinan.
Pero en el occidente poscristiano, el testimonio no se relaciona ya con la verdad religiosa, sino únicamente con la verdad de la historia secularizada. Quien definía con su testimonio dicha verdad, hasta hace una veintena de años, era el resistente, figura trágica y totalmente desacreditada, con notoria injusticia, desde que cayó el muro de Berlín. Al este, el muro pilló debajo a las burocracias comunistas. Los cascotes que volaron hacia el oeste sepultaron a los resistentes antifascistas, héroes de las democracias europeas tras la Segunda Guerra Mundial. Fue decisiva en su arrumbamiento la afinidad ideológica de muchos de ellos con las tiranías que se desmoronaban en Europa oriental, pero, en realidad, su prestigio ya había sufrido el primer revolcón durante los inquietos años sesenta, cuando la nueva izquierda los acusó de haberse integrado en el sistema. Con todo, hasta el hundimiento del comunismo preservaron su aura, aunque deslucida.
Ha muerto esta semana quien pasó por ser su enterrador, Aleksandr Solzhenitsyn, y se ha recordado el incidente que provocó durante su visita a España, el 20 de marzo de 1976, cuando fue entrevistado en un programa de TVE.
En honor a la verdad secular, hay que decir que Solzhenitsyn no provocó incidente alguno. El incidente vino de la mano de Juan Benet, que despachó al escritor ruso, en Cuadernos para el Diálogo, con aquella memorable estupidez de que, mientras hubiera gente como Solzhenitsyn, los campos de concentración soviéticos deberían subsistir. También en aras de la verdad histórica, conviene recordar que no toda la izquierda, ni mucho menos, aplaudió a Benet, y que si éste había afirmado que Solzhenitsyn era el autor de dos o tres de las peores novelas del siglo, Fernando Savater reaccionó definiendo la obra entera del autor de Volverás a Región como un insufrible «cilicio espiritual».
Solzhenitsyn, que era él mismo un resistente, no negó que el régimen de Franco fuera una dictadura. Simplemente, lo comparó con el soviético y puso de relieve las diferencias entre el franquismo y el régimen totalitario más largo que los tiempos han visto hasta la fecha. Ya entonces, a muchos que nos teníamos por antifranquistas, la distinción nos pareció razonable y oportuna. No estaba muy claro lo que esperábamos del posfranquismo, pero no queríamos una democracia popular. En el pequeño círculo en que me movía por entonces, en torno al hoy olvidado Gabriel Moral Zabala, que tanta importancia tuvo para que algunos de mi generación nos desengancháramos del nacionalismo vasco y que nos había hecho leer El Archipiélago Gulag en su primera edición francesa, considerábamos a Solzhenitsyn como un resistente primordial.
No todos los resistentes al franquismo pensaban como Benet, y creo necesario recordarlo tras las muertes sucesivas, esta semana, de Solzhenitsyn y de mi viejo amigo Jon Viar. Nacionalista vasco, católico y demócrata, Jon representaba un tipo humano que el nacionalismo actual ha erradicado de sus filas. Cuando Solzhenitsyn vino a España, Jon tenía a su hijo mayor, Iñaki, estudiante de medicina, cumpliendo en la cárcel la larga condena que se le había impuesto en el Consejo de Guerra de Burgos de diciembre de 1970, junto a los Mario Onaindía, Teo Uriarte y otros miembros de la ETA antifranquista.
El psiquiatra Iñaki Viar recibió, hace cinco años, la Medalla al Mérito Constitucional, en reconocimiento de sus esfuerzos en defensa de las libertades democráticas en el país vasco. Para los abertzales, la presencia en el constitucionalismo de personalidades como Iñaki Viar, cuya vinculación familiar con el nacionalismo vasco se remonta a la época fundacional del partido de Sabino Arana, supone un escándalo. Yo veo en ella una coherencia trágica, por encima de toda ideología heredada, con la ética del limpio resistente contra la dictadura que fue Jon Viar, cuya amistad siempre me llenó de orgullo.
Jon Juaristi, ABC, 10/8/2008