Kepa Aulestia, EL CORREO, 4/3/12
El sindicalismo vasco tendrá que optar entre la defensa de su origen y su adecuación a los cambios que impone la globalización por la crisis
La pronta convocatoria de una huelga general para el 29 de marzo ha acabado convirtiendo a ELA y LAB en la avanzadilla de una protesta que CC OO y UGT extenderán al conjunto de España. Resulta paradójico que la iniciativa contra la reforma laboral partiera de las comunidades autónomas –Euskadi y Navarra– en las que el índice de paro es menor y los salarios más altos. Como paradójico resulta que una reforma que pone en cuestión la efectividad del diálogo social y realza los acuerdos de empresa sea contestada por aquellas centrales en mejores condiciones para sortear las dificultades del cambio normativo. Los sindicatos dan muestras de defender los ‘derechos adquiridos’, en su sentido más genérico, cuando la globalización finiquita los últimos vestigios del contrato social a cuenta de la crisis.
La mirada crítica que se cierne sobre ellos les emplaza a deslindar sus necesidades corporativas de los intereses comunes de la sociedad. Las primeras pueden ser tangibles, mientras que es imposible reducir los segundos a la representación de los trabajadores con empleo. Resulta cínico que se aliente el reproche moral de que los sindicatos no defienden el interés de los parados, como si estos tuvieran razones para sentirse mejor protegidos por cualquier otra instancia. Pero es verdad que el sindicalismo debiera pensar hasta qué punto está incapacitado para contribuir a la determinación de los intereses comunes de una sociedad de ciudadanos más que de clases. De una sociedad en la que los más desprotegidos no se encuentran precisamente sindicados.
Las sucesivas crisis industriales que padecimos en libertad ya habían segmentado y hasta atomizado intereses y aspiraciones en décadas pasadas. El restablecimiento de la democracia y el autogobierno propició, además, que el ‘poder’ sindical se trasladara de las grandes empresas desmanteladas a las administraciones públicas. Se trata de un fenómeno común en España, pero que se agudiza en Euskadi y Navarra debido a una concurrencia sindical a la que se sumó la tradición revitalizada en ELA a comienzos de los 70 y la proyección de la izquierda abertzale en el mundo del trabajo. LAB es la primera fuerza en la administración que mejores condiciones laborales ofrece en España: la Comunidad Foral de Navarra. Un dato que encierra gran parte de las contradicciones de nuestro particular ‘sindicalismo del bienestar’.
Los dos sindicatos nacionalistas, ELA y LAB, vertebran dos de las estructuras más sólidas del soberanismo vasco. Mientras que los otros dos, CCOO y UGT, han establecido en Euskadi bases de un diálogo social que parece efímero, tanto por los efectos que acarree la reforma laboral como por el pronóstico de que el Gobierno autónomo pasará al término de esta legislatura a manos nacionalistas.
Se supone que la huelga general es un medio. La pregunta es qué fin persigue cada uno de sus convocantes. Se ha convertido en la oportunidad que han procurado ELA y LAB, si no para restablecer la mayoría sindical vasca, para atenuar una disputa sobre cuyas consecuencias ninguna de las centrales estaba segura. Se trata de una tregua pasajera en la competencia entre ambas. La necesidad que ELA siente de dejar atrás a LAB después de veinte años de intentarlo mediante el abrazo, el despecho e incluso la confrontación, coincide con la obligación que el sindicato de la izquierda abertzale tiene de aspirar al ‘sorpasso’ para coger la delantera a ELA aprovechándose del éxito político de la izquierda abertzale.
La ineludible complicidad con la que LAB secunda las responsabilidades de gobierno asumidas por Bildu atemperando su combatividad en la función pública foral y local de Gipuzkoa puede convertirse tanto en el flanco débil de una central que se ve obligada a actuar de ‘correa de transmisión’, como en la oportunidad diferencial que permita a la organización de Ainhoa Etxaide reducir distancias respecto a ELA. Aunque lo más probable es que ambas se vean abocadas a un pulso interminable de sucesivos episodios de desencuentro y encuentro.
Adelantándose en la convocatoria de la huelga general ELA y LAB logran situar a CC OO y UGT en un plano secundario. Pero la duda es si cada uno de los cuatro sindicatos cuenta con una estrategia adecuada para los cambios que se avecinan. Los efectos de la crisis y la aplastante mayoría del PP hacen imparables unas reformas que no sólo ponen en cuestión el sindicalismo tradicional si no que limitan las posibilidades de que continúe desarrollándose un sindicalismo ‘responsable’. Una reacción meramente defensiva llevaría a las cuatro centrales –aunque más a ELA y LAB que a CCOO y UGT– a recabar la complicidad ideológica e identitaria de sus afiliados y votantes.
Ello situaría al sindicalismo vasco en la retaguardia del proceso de cambio que vive una sociedad cada día menos sindicable, más difícil de encuadrar según parámetros colectivos. Las cuatro se encontrarán ante el espejo de sus contradicciones. La aspiración a negociar en el ámbito de cada empresa forma parte de la leyenda de ELA, pero está por ver que sea capaz de supeditar los intereses de su poder sindical al desarrollo consecuente de las posibilidades que le brinda la reforma laboral. La cobertura que LAB está dispuesta a ofrecer a la izquierda abertzale gobernante acabaría siendo meramente partidaria si dicho sindicato no se compromete con los restos que la reforma del mercado de trabajo deje al diálogo social. Mientras que CCOO y UGT se enfrentan a la encrucijada de apurar las ventajas identitarias que les ofrece su distinto origen o afrontar el proceso de convergencia orgánica que reclama su alianza.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 4/3/12