Kepa Aulestia-El Correo
La mayoría absoluta en la que se sostiene el PP de manera casi inercial, el ascenso del BNG cumpliendo con todos los pronósticos, el revés sufrido por los socialistas gallegos y la incapacidad de Sumar y de Podemos para acceder a la Cámara autonómica echaron ayer por tierra la ilusión alternativa que quiso hacerse patente durante la campaña más fuera de Galicia que en aquella comunidad. El escrutinio reveló que la influencia de la política española en la conformación de la voluntad autonómica gallega es menor que el efecto inverso. Los resultados electorales de Galicia influirán más en el devenir de la legislatura española de lo que la polarización dominante ha afectado al ánimo de los gallegos.
La coalición de gobierno en España se presentaba a los comicios de ayer como oposición al Ejecutivo gallego. Y el Gobierno de los populares en Galicia concurría a las autonómicas como oposición al Gobierno Sánchez. Un reparto de papeles que ha generado no poca confusión entre los mismos protagonistas de la campaña, todos ellos gobernantes y opositores a la vez. Lo que ofrecía una oportunidad añadida al BNG y también a Democracia Ourensana. Aunque el blindaje genuinamente moderado de la política gallega impidió de nuevo que Vox obtuviese un escaño.
El 18 de febrero mostró ayer los límites de la mayoría de la investidura, cuestionó determinados supuestos en los que tienden a acomodarse las izquierdas -como su fe en el cambio generacional o en la participación electoral, y sus flagelos por la división-, y reveló que el socialismo de Sánchez se encuentra entrampado en una loa a la diversidad de España en la que en el fondo no cree. El Gobierno, que ha recurrido a la prórroga de los tiempos parlamentarios para tratar de acordar la amnistía con Junts, se encontrará hoy con más dificultades a la hora de defender que su política responde al mandato de las generales del 23 de julio. Y también a la hora de sintonizar las necesidades partidarias del PSOE con las de Sumar dentro de un Consejo de Ministros inevitablemente divisivo.
Cayó el mito de que la participación electoral puede incrementarse y, además, modularse por puro voluntarismo a favor del cambio. Obliga a recordar que el BNG existe nada menos que desde 1982, precisamente cuando el PSOE de Felipe González dejó en mínimos la diversidad de las izquierdas periféricas. Y que Ana Pontón estuvo ahí desde que tenía 16 años. El recuento invita a pensar que, posiblemente, una oferta unitaria de toda la izquierda a la izquierda del PSdG no habría obtenido mejores resultados. Y la noche electoral advirtió de algo que estaba presente en las encuestas y en anteriores comicios. El hecho de que la empatía forzada con la que el PSOE trata a las izquierdas soberanistas tiende a ofrecer un balance favorable a estas últimas -en el plano político y en el electoral- como una tendencia con una sola excepción por el momento: el PSC.