IGNACIO VARELA-El Confidencial
- No era difícil predecir que, en el instante en que existiera una vacuna verosímil, nuestro campeón saldría de la madriguera para atraer de nuevo los focos sobre Su Persona
Es asombrosa la versatilidad del presidente del Gobierno para caracterizar personajes sucesivos, según lo exija el guion. En los primeros meses de la pandemia, se enfundó el uniforme de comandante en jefe y abrumó nuestro encierro con las soflamas bélicas de los sábados por la tarde. Cuando la peste amainó y alguien lanzó la consigna de salvar el verano, mudó el ropaje militar —y el lenguaje— por el de operador turístico, vengan todos a disfrutar del sol de España y de nuestra rica gastronomía. Fue a Bruselas y regresó encarnado en el Superman que derrotó en solitario a los malvados frugales y se trajo una millonada para España a cambio de nada. Cuando la nueva normalidad naufragó en un mar de contagios, remedó al mago Copperfield haciéndose invisible y dejando el marrón entero a los gobiernos autonómicos. En realidad, toda su carrera política ha sido un carrusel vertiginoso de disfraces para cada ocasión.
Con esos antecedentes, no era difícil predecir que, en el instante en que existiera una vacuna verosímil, nuestro campeón saldría de la madriguera para atraer de nuevo los focos sobre Su Persona. Esta vez, emergió el benéfico doctor Sánchez, bata blanca y jeringuilla en mano, dispuesto a administrar personalmente a cada español la inyección salvadora. Escuchando su extemporánea homilía del domingo, se diría que él mismo fabricó en el laboratorio las tres vacunas que nos librarán del coronavirus. Ni siquiera tuvo la paciencia de esperar 48 horas al Consejo de Ministros, ni la cortesía de informar a los presidentes autonómicos de un plan de vacunación cuya aplicación recaerá casi enteramente sobre ellos.
Es obvio que se necesita un gran plan nacional para vacunar ordenadamente a cerca de 30 millones de personas. Aunque el calendario es más incierto de lo que quieren hacer creer, hace tiempo se sabía que esa será la tarea central del año 21, por encima de cualquier otra. Pero es muy dudoso que el magro anticipo que se ha difundido sea propiamente un plan a la altura del objetivo. Si eso es todo lo que llevan avanzado a estas alturas, hay más motivo de preocupación que de festejo.
El desafío es colosal. Culminar la operación requerirá un despliegue ingente de recursos de todo tipo: logísticos, pero también económicos, sanitarios, administrativos, jurídicos y, por supuesto, humanos. El aparato del Estado en todos sus niveles se verá sometido a la prueba más exigente que ha conocido, y me temo que su salud actual no es la más adecuada para tamaño esfuerzo.
Esta campaña de vacunación anticovid será, operativamente, nuestro desembarco de Normandía. Todo los fastos del 92 juntos parecerán un juego en comparación con lo que viene. Pero como dice Pablo Pombo, si hay actualmente en Europa un país capaz de convertir la gran solución de las vacunas en un caos inmanejable, es España. Y no por desorden o indisciplina social, sino por el desorden político que contamina la convivencia desde hace ya más de un lustro.
Es metafísicamente imposible llevar la vacuna a todos los rincones del país y suministrarla con éxito a decenas de millones de personas sin una gran concertación en tres planos: entre todas las administraciones, entre las fuerzas políticas y entre el sistema sanitario y la población. Pretender que esto puede conducirse desde el impostado liderazgo personal de Sánchez, con un Gobierno descoyuntado por dentro y asentado sobre el cisma como estrategia y con los recursos raquíticos del ministerio de Illa, es apostar desde el principio por el fracaso.
Tras abandonar el mando en el momento peor, Sánchez ha recuperado el discurso del mando único cuando menos viene a cuento. Si los puntos de vacunación van a ser los centros sanitarios (¿también los privados?) y su personal el encargado de programar la campaña, citar por su orden a los ciudadanos y persuadirlos de que acudan, inyectar materialmente las vacunas y hacer el seguimiento posterior, estamos de lleno en el ámbito de gestión de las comunidades autónomas. Ellas controlan hospitales y centros de salud, contratan y reparten a los profesionales, adquieren el material necesario (¿cuántos millones de jeringuillas se necesitarán?) y disponen de los historiales clínicos. Para empezar, habrá que reforzar drásticamente las plantillas de personal de enfermería si no se quiere dejar postergadas de nuevo todas las demás necesidades sanitarias.
El doctor Sánchez ha lanzado al aire su plan de vacunación —en realidad, un modesto boceto de él— sin otro concurso visible que el de su departamento de agitación y propaganda. No se ha consultado a las fuerzas políticas, a los presidentes autonómicos ni a las organizaciones sanitarias. La previsión presupuestaria de una acción que costará miles de millones es un misterio para la mayoría. Tras esta bengala publicitaria, queda todo por hacer.
La otra gran asignatura de 2021 será sostener la desfalleciente economía española y evitar la bancarrota nacional. Lo que solo será posible con una administración prudente, inteligente y productiva del fondo de recuperación europeo, que es a la vez eufemismo y preludio (si no funciona) del rescate.
Aquí aparecen de nuevo los juegos políticos en la oscuridad. Por un lado, veremos hasta qué punto una gestión racional de los recursos público es compatible con una mayoría presupuestaria irracional y divisiva. De un mes de negociaciones con Podemos, Esquerra, Bildu y toda la cohorte de fuerzas centrifugadoras del Parlamento, puede resultar un adefesio con más de 180 votos.
Por otro, la megalomanía presidencial. Todo el poder para la célula política asentada en el edificio de Semillas Selectas. El montaje entero parece destinado a maniatar primero y esquinar después a la ministra de Economía, sospechosa para Sánchez y enemiga para Iglesias. Calviño debería proponer que, a partir de ahora, sea Iván Redondo quien dé la cara en el Ecofin. La sombra de una gestión patrióticamente caciquil del fondo tiñe cada movimiento del caudillo y su corte de los milagros.
Finalmente, los errores no forzados. Primero se crea una comisión interministerial sin Iglesias. Cuando este brama, la comisión interministerial pasa apresuradamente a ser el Consejo de Ministros en pleno. ¿Acaso la inefable Carmen Calvo, que ideó el engendro, esperaba que esta vez Iglesias se tragaría la píldora?
Rubalcaba se quedó corto. El monstruo creado por el doctor Frankenstein era un prodigio de equilibrio y armonía comparado con el amasijo de siglas destituyentes que sostiene a Sánchez. Pero si a él le sirve para cabalgar triunfante en el Parlamento y transitar 2021 repartiendo vacunas salvadoras con una mano y euromillones con la otra como rey Midas a la española, todo sea por la causa. El que venga detrás, que arree.