JON JUARISTI-ABC

  • La irresponsabilidad de la izquierda en el gobierno es, a un tiempo, causa y efecto de su propia estupidez

Lo más suave que puede decirse del gobierno de mentecatos que sufre España es que sus componentes son, ante todo, obtusos: es decir, lentos, incapaces de comprender las claves más sencillas de las situaciones históricas. Que tanto el ministril de la Presidencia como la menestra portavoz se apresuren a negar que se celebrará el referéndum de autodeterminación anunciado por ERC porque no cabe en la Constitución, es una perfecta muestra de la estolidez colectiva e individual del ejecutivo y sus miembros y miembras.

El referéndum se celebrará precisamente porque no cabe en la Constitución. La decisión –ya no solo la intención– de efectuarlo es la única seña de identidad que queda disponible hoy por hoy al independentismo catalán. No tiene otra: ni el catalanismo cultural, ni la reivindicación lingüística ni la mona de Pascua. Lo único que le queda para evitar su derrumbe es la puesta en marcha del referéndum. Ahí reside la diferencia entre el independentismo catalán y el nacionalismo vasco. Para éste último, apelar a la autodeterminación ha sido siempre un mero farol retórico para obtener concesiones. Para el independentismo catalán, la situación es precisamente la contraria: como el Gobierno se adelanta a hacerle todas las concesiones, las eventuales intimidaciones pierden función retórica antes de su formulación. En otras palabras, las concesiones no dejan otra salida a los independentistas, si no quieren desaparecer como opción política en Cataluña, que pasar a la acción y repetir el golpe de 2017. Si se vuelve a las condiciones existentes antes del mencionado golpe, pero mejoradas con la práctica desaparición de las amenazas penales que entonces pesaban sobre los potenciales golpistas, entonces estos y sus partidos no tendrán más remedio que intentarlo de nuevo, porque, de lo contrario, sus propias bases revolucionadas los considerarán unos traidores a la causa. Puede llegarse a una comprensión, por limitada que sea, de la inhibición de tus jefes cuando afrontan riesgos terribles, pero no cuando no desaconseja la acción riesgo alguno.

¿Quién ha hablado de riesgos estos últimos días? Por supuesto, el propio Sánchez («ya sé que las decisiones que tenemos que tomar son arriesgadas, pero es que no hay otra, no hay otro camino»). Supongamos que Sánchez no quiera decir que no haya otro camino para su permanencia en el poder, y que se refiera, en cambio, a la situación catalana. Su afirmación, en tal caso, reproduciría con otras palabras el sentido de las de José Blanco cuando anunció las negociaciones del «proceso de paz» con ETA: podremos equivocarnos, pero al menos lo habremos intentado. Frente a ese tipo de excusas anticipadas de las peores chapuzas, conviene recordar el consejo de un viejo socialista desengañado y nada obtuso, José Luis Corcuera: «Los experimentos, en casa y con gaseosa».