FRANCISCO SOSA WAGNER-El Mundo
PRECISAMENTE AYER el director de este diario citaba, en su artículo dominical, la anécdota del molinero prusiano que invocó la existencia de jueces en Berlín para protegerse del atropello de una expropiación. Ahora podemos decir que, además de jueces, en Alemania hay policías eficaces que ponen a los delincuentes en manos del poder judicial para que este pueda hacer su labor. Desde que Carles Puigdemont, una vez consumado el golpe de Estado contra el orden constitucional, se fugó a Bélgica para no comparecer ante la Justicia no hemos estado precisamente contentos los europeístas. Ha sido duro advertir el comportamiento lamentable de un Gobierno como el belga que no ha dudado en acoger, a base de trucos de rábula y dengues políticos, a quien ha desafiado el sistema institucional de un Estado miembro y –se supone– amigo. Pensar que el presidente de ese Gobierno se sienta tranquilamente cerca del presidente de nuestro Gobierno en los Consejos europeos produce escalofríos: ¿cuál es el grado de cinismo que es preciso albergar en las entretelas para ser tan desleal? La irritación sube de tono cuando se ha visto a ese mismo personaje pasearse por Dinamarca o por Suiza o Finlandia con absoluto desenfado y a una colaboradora suya instalarse en Escocia a dar clases en la universidad, supongo que de Derecho Constitucional o de Teoría del Estado.
Quienes quisiéramos ver erguido y airoso el edificio europeo lamentamos que el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia, al que colocó el Tratado de Lisboa incluso por delante de la realización del mercado interior, conozca tantas trabas y lleve una vida lánguida, una vida que se desarrolla entre constantes aplazamientos en la adopción de decisiones y entre inacabables bostezos de los ministros reunidos aquí o acullá. Como igualmente lamentamos que a los Estados miembros asista la posibilidad de desligarse de empeños como el que este Espacio representa simplemente anunciando su no participación. Tal es el caso de Dinamarca –junto a algún otro–, un país visitado por nuestro golpista fugado (en fuga y olvido de la dignidad política).
Pero las instituciones europeas funcionan pese a lo que oímos a menudo en labios de botarates titulados. Y por eso en junio de 2002 (con alguna modificación ulterior a la que debe añadirse la LeyEespañola 23/2014) se creó por Decisión Marco del Consejo la orden de detención europea que ha sido un punto y aparte en la historia del sistema clásico de extradición al haber incorporado reglas desconocidas hasta entonces: limitación de los motivos para denegar la ejecución, competencia de los jueces en lugar de las autoridades políticas, posibilidad de entregar a nacionales del Estado de ejecución, establecimiento de plazos claros para su ejecución… Es esta orden europea la que ha permitido, activada hace unos días por la autoridad judicial española, detener en Alemania al prófugo golpista Carles Puigdemont y ponerle tras los barrotes de un presidio alemán y, en cuanto se ultime el procedimiento, acogerle en las estancias de un centro penitenciario español. Porque es el caso que el legislador alemán tiene previsto en su Código Penal el delito de rebelión contra el orden constitucional plasmado en la ley fundamental. Una ley esta, por cierto, que los alemanes se toman muy en serio por lo que a nadie se le ocurre quemar su texto en la plaza pública (como los nazis quemaban los libros que no les gustaban) pues saben que es la garantía de su libertad y del resto de sus derechos fundamentales. Las penas son severas y pueden llegar, en el caso de la alta traición contra la Federación (lo que nosotros llamamos Estado), a la cadena perpetua (que es revisable ¿a alguien le suena esto?).
Y ES QUE los ordenamientos jurídicos, cuando están bien aparejados, tienen previstos estos desmanes, que ponen en riesgo la seguridad de todos, así como su castigo. Hoy, populismos y nacionalismos son peligros ciertos para la estabilidad europea. Por eso es preciso impedir que una cáfila de frívolos sin el sentido de la prudencia que debe administrar quien se sienta en un escaño parlamentario nos ponga en estado de zozobra.
Madame de Staël, que dejó páginas magníficas sobre Alemania y a quien se ha llamado certeramente «madre espiritual» (Roca–Ferrer) de Europa, lo dejó escrito ante un riesgo semejante de su época: «¿qué orden social nos proponen esos partidarios del despotismo y de la intolerancia, esos enemigos de las luces, esos adversarios de la humanidad … adónde habrá que huir cuando ellos manden?».
Pues así en la España de hoy. En la Europa de hoy.
Francisco Sosa Wagner es catedrático de Derecho Administrativo.