Miquel Giménez-Vozpópuli
- La entrevista a Rocío Carrasco en Tele 5 obtuvo un 32,5% de audiencia. Más de tres millones de espectadores. El debate entre candidatos a las elecciones en Madrid, 910.000. Que la hagan presidenta
Pan y circo, señoras y señores. Tenemos a España que no hay por dónde cogerla entre un gobierno con tentaciones totalitarias, un proceso de desmembramiento territorial tremendo, una crisis sanitaria de la que todavía nos queda mucho por sufrir y la economía hundida quién sabe si por varias generaciones. Pero lo que realmente agita pasiones, a juzgar por lo visto en los últimos días, es si cuaja o no la Super Liga de Florentino Pérez y las cuitas de Rocío Carrasco, con sus dimes y diretes acerca de su ex, sus hijas, su condición y su circunstancia. Las cifras de audiencia son la mejor fotografía de como una sociedad puede llegar a un grado de estupidez tal que se precipite por un barranco sin apenas percatarse.
Porque entre los millones congregados alrededor de la televisión para escuchar a esa señora los habrá que estén en paro, o a punto de perder el empleo, o con problemas económicos graves, o con problemas de salud, o con fallecidos por la pandemia. Pero, en lugar de ocuparse de quiénes han de ser sus mandatarios, de quiénes estarán en los despachos oficiales desde los que se decide todo en un país tan burocratizado y piramidal como el nuestro, de interesarse si España gira hacia el abismo o empieza a levantar cabeza están más pendientes de la tal Rocío que de lo importante. Igual que con la Súperliga. Que si se hace, que si no se hace, que si la UEFA esto, que si la Liga lo otro. Y todos especulando acerca de cómo debería proceder Florentino, como si al presidente del Real Madrid le hiciera falta consejo.
No tenemos arreglo. Este es un país donde vemos gigantes en lugar de molinos, políticos donde no existen más que ninots de fallas y emociones donde solo se encuentra basura televisiva. Pornografía de los sentimientos. Nada de prensa rosa, no, simplemente prensa negra, negra como las conciencias de quienes no dudan en remover antiguos detritus con tal de obtener pingues beneficios. Son cadenas que se regodean en el tremendismo, en lo banalmente monstruoso, son la supervivencia moderna de aquellas barracas de feria en las que se exhibía a la mujer barbuda, al hombre elefante, a todas las monstruosidades que retrató la película Freaks, pero sin el tono de humanidad de Tod Browning.
Existencias miserables
Aquí todo alimenta, y los escándalos rinden dividendos en la bolsa de las audiencias. Ya me parece estar escuchando a los profesionales de la excusa y el disimulo. Que si esto es lo que quiere el público, que mientras la gente consuma este tipo de productos lo estúpido sería no ofrecérselos, que si estos programas no dejan de ser una vía de escape para zafarse de los problemas cotidianos. Hombre, no jodan. A ver si todavía habrá que darles la medalla al mérito civil. Eso, señoras y señores ejecutivos de la víscera, lo único que hace es embrutecer a la masa, ya de por sí más que embrutecida. Y hacerles vivir unas vidas que no son suyas, porque lo que interesa es que piensen lo mínimo en las existencias miserables que llevan gracias a un sistema en el que los ricos siempre salen más ricos de las crisis, mientras que los pobres salen siempre más pobres.
No me vengan con chorradas como las que decía Mercedes Milá cuando presentaba Gran Hermano acerca de que aquello era un “auténtico experimento sociológico”. Ya está bien de tanta mandanga. Se agradecería que los apologistas de la nada, a saber, los tertulianos futboleros o los del corazón, que viene a ser lo mismo, se sincerasen con el público asumiendo que lo suyo no es más que darle vueltas a la misma hez a diario, intentando descubrir nuevas moscas o aspectos poco apreciables a simple vista.
Claro que los que hablamos de política también tendríamos que obrar en consecuencia y decir que, a estas alturas, nos falta muy poco para alcanzar el nivel de nuestros colegas. Porque el tertuliano político puede acabar, y de hecho cada día hay más, convertido en un banal e irrelevante instrumento para idiotizar a quienes le escuchan.
Un país en el que Rociíto es capaz de ganar en audiencia a Ayuso tiene un serio problema. Muy serio. Y ese problema somos todos nosotros.