DAVID GISTAU – ABC – 04/03/16
· La entrada en el Parlamento de «rockstars» tiene embelesados a cronistas veteranos que confunden eso con un cumplimiento renovador.
La novedad aportada por Podemos a la vida parlamentaria es la introducción del concepto «Rockstar». Esa es la agitación: la del «Swinging-London» cuando emergió el punk y las crestas se cruzaban en la calle con el «tweed» y la gabardina. Así, el espacio ocupado por silentes bustos patricios y por diputados de corte clásico que dicen cosas como «bálsamo de Fierabrás» y «cáspita» ha sido invadido por estrellas del rock con «gruppies» por votantes.
Ídolos livianos, con el vestuario calculado, que, por la ventana del hotel, en vez de televisores arrojan escatología revolucionaria y que, para «épater les bourgeois» como los Sex Pistols cuando cantaban a una reina fascista, hacen malvadas atribuciones al sistema sacadas de un «No Future» con el que conectan fácil las rabiosas adolescencias náufragas. Hasta la iconoclastia con los mayores evoca a la «rockstar» que por cualquier cosa quiere pasar ante su público excepto por yerno ideal a los ojos del Ibex.
Es la actualización castiza del póster del Che, que con el tiempo y el martirio se amansó hasta volverse pop a la manera warholiana. Estrellas del rock que, por serlo o por pretenderlo, congregan en la Carrera de San Jerónimo un público indistinguible del que hace guardia en el hotel donde duerme Justin Bieber. Cualquier día se asomará Iglesias a una ventana del Parlamento y, mientras los fans gritan ¡Oh!, hará con Errejón lo mismo que Michael Jackson con aquel bebé al que sostuvo en vilo sobre el vacío. Al bebé de Bescansa que lo dejen en paz, que ya lo estresaron bastante.
Encuentro agotadora la pretensión de ser «rockstar». Es una dura carga que, en el periodismo, soporta Jabois. Por ejemplo, Jabois querría irse a dormir antes de las doce, peinarse a raya, hacer bricolaje los domingos y vestir sólo politos de Ralph Lauren y mocasines Sebago, pero eso aniquilaría ante su público la aureola de Jim Morrison por otros medios. De una expectativa semejante está cautivo el discurso de Podemos, que no puede pasar por el Hemiciclo sin hacer su «show» de «rockstar», como el beso en la boca. O esa idea que seguro que Iglesias ya tiene de arrojarse en plancha desde la tribuna para que lo sujete su bancada. Ahora que lo pienso, qué hermoso examen de confianza sería ése. Se tiran Rajoy y Sánchez y lo mismo la bancada se aparta.
La entrada en el Parlamento de «rockstars» tiene embelesados a muchos cronistas veteranos que confunden eso con un cumplimiento renovador. Cuando es más bien una coartada –el estilo degenera cuando se vuelve coartada– que tiene por objeto lograr que resulten graciosos algunos de los mensajes más cargados de odio y prejuicio que haya sido posible escuchar en la cámara durante todo el ciclo democrático. El rock hace recreativos los monstruos ornamentales con los que juega. Por eso, Iglesias, «rockstar», vuelve a meter en nuestra vida los años treinta como si se tratara de la ocurrencia simpática de un anti-«crooner» que cuela la guillotina como atrezo en un concierto de AC/DC.
DAVID GISTAU – ABC – 04/03/16