Alberto Pérez Giménez-Vozpópuli
- Claro que no es lo mismo asaltar el Capitolio que rodear el Congreso, como sucedió en septiembre de 2012 en Madrid. Pero ambos movimientos juegan con el mismo fuego: deslegitimar las instituciones
Desde que el miércoles asistiéramos, entre perplejos y atónitos, al asalto del Capitolio por parte de una marabunta trumpera de fascistas disfrazada de bisontes, paramilitares o Batman y hasta camisetas que elogiaban el holocausto, en nuestra Españita, los “hunos y los otros” –que diría Unamuno- se han lanzado a justificar por qué su populismo no es igual, por qué el populismo malo es el del enemigo.
Claro que no es lo mismo asaltar el Capitolio que rodear el Congreso, como sucedió en septiembre de 2012 en Madrid. Pero ambos movimientos parten de jugar con el mismo fuego: la deslegitimación de las instituciones. Para Trump y los suyos, quienes se sentaban el miércoles en los escaños de lo que hasta ese día era uno de los faros de la democracia liberal, les habían robado y no les representaban. ¿Les suena? El “No nos representan, que no…” que se repetía como un mantra en Madrid, desde Sol a la Plaza de Neptuno, a unos cientos de metros del Congreso.
Hace ocho años, Podemos no había nacido oficialmente, pero sus hoy dirigentes estaban en el germen de ese movimiento que negaba la legitimidad y la representación al Congreso de los Diputados. Y quienes vivimos aquellos días no tenemos ninguna duda: la única diferencia en el resultado final con lo que sucedió en el Capitolio es que quienes arengaban a las masas no estaban en el poder, como sucedía con Trump, y los que debían frenar un asalto estaban enfrente: 1.350 unidades de antidisturbios tuvieron la «culpa» de que no se llegara a las escaleras de los leones del Congreso.
Para Trump y los suyos, quienes se sentaban en los escaños les habían robado y no les representaban. ¿Les suena? El “No nos representan, que no…” que se repetía como un mantra en Madrid, desde Sol a Neptuno, a unos cientos de metros del Congreso
Cuesta esfuerzo ahora leer sin una sonrisa las reacciones de muchos de los que en aquellos días y fechas posteriores –las marchas se repitieron en el invierno de 2013– alentaban la toma de las instituciones como una forma más de democracia. Pero vale la pena rescatar lo que decía el hoy ministro de Consumo, el líder de IU Alberto Garzón, cuando recordaba que “hay opciones no parlamentarias: materializar en la calle la deslegitimación de este sistema. Forzar la dimisión y unas nuevas elecciones”.
La táctica es clara y repite las consignas de Trump: cuando los votos no me dan, deslegitimo la representación de la Cámara. Cuando ya está en el poder, esto es lo que opina ahora Garzón de los sucesos del Capitolio: “Estamos viendo una expresión, simbólicamente terrible, de la extrema derecha que votó y aún apoya a Trump y sus políticas. Tampoco se llega hasta aquí de un día para otro: por eso es no es recomendable mirar hacia otro lado cuando crece el fascismo”.
Es el fascismo de los otros. La deslegitimación de los resultados de las elecciones y de la representatividad del Congreso de los Diputados fue una constante en la calle desde entonces, especialmente en la investidura de Mariano Rajoy. Se agredió a los diputados de Cs que la apoyaron. Los “hunos y los otros” –más los primeros, a través de Podemos- lo hicieron ya como partido político. Hasta que se convirtieron en fuerza de Gobierno y hoy denuncian «los fascismos…» que amenazan la democracia.
Vox, viendo los resultados de los morados, se sumó a la estrategia años después. La democracia estaba secuestrada. Al español verdadero no le representaba “la derechita cobarde” y alentó manifestaciones de taurinos, cazadores, agricultores, apelando a que el establishment que se sentaba en el Congreso se había olvidado de ellos, los políticamente incorrectos. Abrazaban sin complejos las teorías de Trump y de sus analistas, como Steve Bannon, y denunciaban conspiraciones mundiales de la derecha liberal a la socialdemocracia. Y el propio Santiago Abascal, hace justo un año, convocaba «una movilización en toda España ante el repugnante fraude electoral de Sánchez».
No pueden ser ya más casta, con su cohorte de asesores multiplicada exponencialmente. Ahora, ven el riesgo del populismo a las puertas del Capitolio. Y lo llaman fascismo»
Ahora, tanto los “hunos” como los “otros” están en el Congreso, representados. Incluso, los que alentaban rodear el Congreso se reparten el poder con el PSOE. No pueden ser ya más casta, con su cohorte de asesores multiplicada exponencialmente. Ahora, ven el riesgo del populismo a las puertas del Capitolio. Y lo llaman fascismo.
Un fascismo que no denunciaron –e incluso jalearon- el 1 de octubre de 2018, cuando los mossos tuvieron que refugiarse dentro del Parlament catalán para que la turba independentista no entrara. Rompieron varios cordones de seguridad e irrumpieron en la Ciudadela barcelonesa hasta romper contra las puertas del Parlament en una escena muy parecida a la del miércoles en Washington.
La turba llegó hasta allí porque, como en el Capitolio, las autoridades que debían frenarles navegaron durante meses entre las turbas aguas del cálculo político –“apreteu, apreteu”, les diría Torra un año después a los que querían reventar las calles de Cataluña-.
Los indultos, más caros
Lo que hemos visto en el Capitolio es el resultado de cuatro años jugando con el fuego de la deslegitimación de las instituciones. Cinco muertos y la sensación de que nada será igual. Esperemos que todos, también en España, saquen conclusiones. La sedición no puede quedar impune. Los indultos, tras lo visto en Washington, deberían estar más caros ahora. No hay populismo bueno y malo y es muy peligroso jugar con él para intentar sacar rédito político. Hay mucho riesgo de que, en algún momento, algún descerebrado rompa la baraja.