Juan Carlos Viloria-El Correo

Las emociones oscurecen cualquier signo de lucidez, pero cohesionan a los adeptos

Santiago Segura se lamenta de la España de fachas y rojos, de extrema derecha fascista o bolcheviques bolivarianos. La terminología no es muy científica, pero es el lenguaje que se ha impuesto frívolamente entre los sectores más activistas. La caricatura para designar como facha a cualquiera que llevase una bandera española, que defendiera la Constitución en Cataluña o que simpatizara con Aznar o Esperanza Aguirre ya era un clásico antes de que Segura rodara el primer Torrente. Lo de bolcheviques, bolivarianos, rojos es posterior. Viene a designar a una extrema izquierda organizada surgida del 15-M y simpatizante de los experimentos populistas de raíz comunista de Latinoamérica. Hay también un tufo nostálgico de rojos y nacionales de los crueles años 30.

Se empieza con la caricatura y se acaba con la rabia, la aversión, el desprecio. El odio. Y cuando estos elementos emocionales tan intensos condicionan las opciones políticas se oscurece cualquier signo de lucidez. Pero se cohesiona a los adeptos. Las propias filas se aprietan. Y se pasan por alto los errores en la gestión de las residencias de ancianos o en la desatención a los avisos sobre la pandemia. O las incoherencias en un Gobierno de coalición aglutinado a la contra de media España.

La polarización por los extremos diluye la política sectaria y la convierte en necesaria para los hinchas. Se pasan por alto las contradicciones del poder, las adhesiones a la búlgara, las corruptelas administrativas. Todo se tapa para no beneficiar al enemigo. Puedes pactar con el diablo y los tuyos lo comprenderán. O, si no, lo callarán por no parecer traidores. Puedes llamar asesino de 30.000 españoles al ministro de Sanidad o golpista al presidente porque el populismo nacional también lo digiere todo con tal de zaherir al otro extremo. Dicen que aunque Sánchez no se cansa de repetir que la legislatura es para cuatro años, sabe que si el Gobierno de coalición no sale de la UCI política tendrá que llamar a las urnas a fin de año.

En ese contexto la teoría dice que los extremos intentarán tensionar al cuerpo electoral. Y los grandes partidos buscarán ocupar el centro con un lenguaje más moderado. Eso explica la política de Inés Arrimadas y el tono constructivo de Pablo Casado. Pablo Iglesias debería asumir que la falta de estatura política no se arregla recomendando pomadita a los demás. Y Abascal, que las palabras ‘golpe de Estado’, ‘criminales’ o ‘patria’ no son materiales para encender la hoguera. Pero Segura debería ajustar los sustantivos para hacerlos más equivalentes. A la derecha se refiere como extrema y fascista y a la izquierda con el alegórico bolchevique y bolivariana.