Estudié periodismo en la universidad Pompeu Fabra de Barcelona junto a David Valldeperas, el director de Sálvame, y a la vista está quién ha triunfado en la vida y quién no. Mentiría si dijera que le conozco porque no creo haber cruzado más de una docena de palabras con él, entre clase de Arcadi Espada y clase de Mònica Terribas, por los pasillos de la facultad.
Sí recuerdo pensar de él que era bastante más vivo que listo, más listo que inteligente y que inteligente lo era desde luego mucho más que yo, que el 90% de los alumnos y que todos los profesores de la universidad, salvo dos o tres. También recuerdo haber pensado que no parecía demasiado interesado en el periodismo, o en lo que yo entendía por aquel entonces por periodismo, y parece que también acerté en eso.
Le perdí la pista en cuanto me licencié y un día, mucho más tarde que cualquier español bien informado, descubrí que era el director de Sálvame. «Coño, el Valldeperas». Ahora veo que no ha parado de trabajar desde que salió de la universidad. Si alguien cree que se llega a director del programa medular de la televisión española brincando de fiesta en fiesta con Paolo Vasile, que lo medite dos veces.
Me alegro de que le haya ido bien aunque sólo sea por talibanismo meritocrático. Si Valldeperas está ahí es por algo. Está claro que hace bien lo que hace, y la prueba es que a mi terreno llegan ecos de su trabajo y dudo que a él le lleguen jamás ecos del mío. A cambio, a veces se me permite susurrarle al oído a esa gente que toma decisiones sobre las vidas de todos, incluida la de Valldeperas. El universo tiene sus equilibrios.
Jorge Javier Vázquez no sabe que los bolcheviques reales ya le habrían metido en un campo de concentración para reeducarlo y después fusilarlo, pero tiene todo el derecho de reivindicar un programa para rojos y maricones. Hay más verdad política en esa frase que en trescientos sesudos análisis data-driven de El País. Si hubiera añadido «mujeres» habría niquelado el programa de la izquierda para el siglo XXI: feminización, identidades y sentimentalismo.
[Ellos dirían feminismo, igualdad y progresismo, pero eso es sólo el envoltorio].
De los que aplaudieron «el zasca de Jorge Javier Vázquez a los fachas» este lunes, es decir del entorno de Podemos, no espero mayores profundidades intelectuales. Pero Valldeperas –que, lo repito, es sobre todo listo– debe de ser consciente del favor que le hizo su programa del lunes a Vox. Hablar es gratis, pero cuesta encontrar público, y hay sitios donde te pagan por hablar con público. El margen de beneficio es enorme.
Me parecen entrañables los que ven Sálvame esperando un juicioso análisis sociopolítico y económico de la realidad circundante y concomitante. Los que se indignan con un melonazo de Jorge Javier Vázquez como si este hubiera salido de la boca del ministro del Interior. Ministro que, por cierto, encaja más en Sálvame que en la Moncloa. Pero ese es otro tema.
Supongo que esa gente que interpreta Sálvame como si estuviera leyendo a Christopher Hitchens es la misma que dice aburrirse con una de David Lynch porque no hay hostias o con una de Jason Statham porque los personajes son esquemáticos.
A mí Sálvame me parece un portento de la televisión, pero eso es porque soy un pedante. Como decía un viejo catalán exiliado en Méjico tras la Guerra Civil, «acepto un mundo imbécil porque he visto tanto, pero no aguanto la idiotez cotidiana porque me queda poco por oír. Sentado a la mesa de la realidad, puedo pactar, si toca, con Dios o con el diablo, pero cabeceo cuando toma la palabra el pendejo o el santo«.
Mil veces antes Jorge Javier Vázquez, Sálvame y David Valldeperas que Pablo Iglesias, el Aló, presidente de Pedro Sánchez y Greta Thunberg. Los sermones, para los gazmoños y las beatas. A mí que me den rojos y maricones, dioses y diablos, que con esos me entiendo de tú a tú.