Roma no paga tuiteros

LIBERTAD DIGITAL 09/12/16
CRISTINA LOSADA

· El rechazo del conocimiento sería nuestra ‘versión’ de la decadencia y caída del imperio… de la civilización.

Sucedió hace un par de días. En Twitter, que es donde suceden ahora tantos episodios de esta clase. Arron Bank, un exitoso hombre de negocios de Bristol, conocido en política por financiar al UKIP y la campaña a favor del Brexit, hizo saber de su acuerdo con un seguidor suyo que atribuyó la caída de Roma a que no supo manejar bien la inmigración. «Cierto, el Imperio romano fue destruido por la inmigración», certificó Banks. De esa manera comenzó algo parecido a un debate en el que Banks y los que concordaban con él tomaban pie en la antigua Roma para proyectar una analogía con la actualidad europea: con una Europa y un Reino Unido que creen amenazados por los inmigrantes y a punto de la destrucción.

El problema que se encontró Banks es que hay personas que saben mucho del Imperio romano que también andan por Twitter. Dos de los principales expertos británicos en historia de Roma le replicaron. Una fue Mary Beard, catedrática de Clásicas en Cambridge y autora de muchos libros sobre la antigua Roma. «Pienso que tenéis que leer un poco más sobre la historia de Roma antes de decirnos qué causó su caída», respondió a la rotunda afirmación de Banks. Bien. Es posible que nuestro hombre no supiera a bote pronto quién era Beard, aunque es dudoso, pero el caso es que no se arredró ante la llamada a la cautela de la experta. ¿Por qué va a saber nadie más que nadie?

Picado por la historiadora, Banks dijo que disponía de un conocimiento extenso de la historia romana y que la historia, a fin de cuentas, era asunto opinable, donde cada cual tenía su interpretación («cada uno escribe su propia versión»). Y avisó a los académicos: «¡No tenéis el monopolio de la historia!». Para probar lo primero resumió el asunto de la caída del Imperio en que «los hunos empujaron a los godos hacia el sur, a la frontera con Italia. Roma gestionó mal la crisis migratoria, suena familiar, y dos años después saquearon Roma». A Edward Gibbon le llevó miles de páginas el intento de explicar la decadencia de Roma, pero ahora un Banks te lo hace con un par… de frases, y le aplauden. Donde estén la simplicidad y el llamar al pan, pan y al vino, vino, que se quiten todos los expertos con sus complejidades.

Cuanto más zaherían a Banks los malvados sabios, más se empecinaba en demostrar que tenía razón, y fue así como quedó un tanto descalificado en el torneo: al dar cuenta de las fuentes de su conocimiento resultó que, además de lo aprendido en el cole, tenía la serie Yo, Claudio y la película Gladiador. La pelea virtual tuvo, pese a todo, un final amigable y Banks acabó reconociendo que Mary Beard seguramente sabía mucho más que él del Imperio romano. La historiadora escribió luego una nota en la que decía que estaba de acuerdo en que los académicos no tienen el monopolio de la interpretación histórica, pero. «Pero a fin de tener una interpretación digna de ser escuchada, uno tiene verdaderamente que saber algo».

Uno tiene que saber algo. Parece evidente. Sin embargo, esto que veníamos dando por supuesto, cuando se trataba de interpretar y opinar sobre una materia, ya no se puede dar por supuesto. Por unas u otras causas, los expertos han caído del pedestal, derribados por las mismas fuerzas que baten contra las élites, desplazados por nuevos ídolos sociales que dicen hablar el lenguaje del pueblo. O de la gente. Hay a quienes no les gusta que los expertos o los hechos o los datos les lleven la contraria, y sólo dan crédito a aquello que los confirma en lo que ya creían. Ese sesgo no es novedad. Pero en el repudio de los expertos por ser expertos se vislumbra algo más: el repudio del conocimiento. El rechazo del conocimiento sería nuestra versión de la decadencia y caída del imperio… de la civilización.