IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

La prevista fusión entre el BBVA y el Banco Sabadell no será. Al menos de momento, que nunca se sabe cuando se debe proceder al entierro definitivo tras el fallecimiento de este tipo de proyectos de fusión entre dos colosos, empujados al matrimonio por los órganos reguladores. La Bolsa recibió la noticia como cabía esperar y, yo diría, que desear. Con aplausos y subidas para el BBVA y con pitos y bajadas para el Sabadell. La versión oficial asegura que ha sido éste quien ha tomado la decisión de abandonar las negociaciones, debido a las discrepancias en los precios de canje barajados. No sé, será así, pero me extraña que lo hiciera el Sabadell, que estaba en una posición de mucha mayor necesidad y para quien la ruptura es más dolorosa al quedarse sin una opción que si no es la última, esta cerca de serlo. Y sorprende la excusa elegida dado que no se habían cerrado todavía las famosas ‘due dilligences’, que entre otras cosas sirven para afinar los precios relativos. Por cierto, siendo dos empresas cotizadas, ¿no se encarga la Bolsa de establecerlos con precisión diaria? Qué buena materia para reflexionar sobre la calidad y la verosimilitud de la información enviada por las empresas al mercado.

La ruptura del noviazgo le deja al Sabadell en búsqueda urgente de un nuevo compromiso, una vez que parece compleja su andadura en solitario por un mercado bancario con dificultades crecientes por culpa de unos tipos de interés ridículos, unas comisiones que los clientes no aceptan y una morosidad que la crisis empuja hacia arriba; y más que lo hará en cuanto se acaben las actuales prórrogas de los créditos recibidos durante la pandemia.

El BBVA está en una posición mucho más confortable, ya que el dinero obtenido con la venta reciente de su actividad en los Estados Unidos le proporciona un exceso de capital que podrá dedicar a múltiples opciones. No será sencillo que cuaje una operación de compra al uso. En España porque queda poco objetivo deseable; en Europa porque la armonización bancaria está todavía incompleta y plantea dificultades; en Iberoamérica porque ya está, o ha estado, allí y porque las cosas no pintan bien; y en Asia porque está muy lejos para esta actividad tan especial.

Pero puede comprar otros activos conexos con la actividad principal, o reducir capital -algo del agrado de los grandes accionistas como los fondos-, o simplemente incrementar el dividendo para alegría de unos accionistas particulares que padecen una sequía prolongada. Ya veremos, pero, de momento, tranquilidad. No hay prisa. A salvo, claro, de lo que puedan exigir los reguladores, que son los que mandan y más en estos tiempos.