EL PAÍS 18/06/15
FRANCESC DE CARRERAS
· En Cataluña entramos en una nueva fase: cambio en el sistema de partidos y fractura interna de los antiguos
El ex presidente del Gobierno José María Aznar, tan despreciado por la Cataluña oficial, pronunció hace más de un año una frase que, más o menos, decía así: “Si continúa el proceso hacia la independencia, antes se romperá Cataluña que España”. Si Aznar se refería a una ruptura del sistema de partidos catalán y a la fragmentación interna de estos mismos partidos, tenía toda la razón, su frase ha resultado profética.
El sistema pujolista de partidos estaba configurado en torno a dos hegemónicos: CiU en el ámbito de la Generalitat y el PSC en las Cortes Generales y en los grandes municipios. A su alrededor pululaban otros mucho más pequeños: por un lado el PP y ERC, en los que alternativamente se apoyaba CIU; y por otro ICV, fiel soporte del PSC. En 2006 irrumpió C’s y en 2012 la CUP, augurios de que algo empezaba a cambiar.
ERC ha sido fundamental en el origen de todos estos cambios: a partir de las elecciones de 1999 empezó su labor de zapa en CiU y en el PSC. Radicalizó a los primeros al llevarles hacia posiciones más extremas en la redacción del nuevo estatuto. Todo ello con la complacencia de unos ingenuos socialistas maragallianos, bendecidos por el sonriente Zapatero, cuyo único objetivo era alcanzar la presidencia de la Generalitat, sin darse cuenta que dinamitaban su propio partido al apoyar un estatuto claramente inconstitucional, una bomba de efecto retardado hasta la inevitable sentencia del TC que obviamente sería utilizada como una agresión a Cataluña.
Desde el año 2000 hasta el 2014, de una u otra manera, ERC ha llevado la batuta de la política catalana con maestría: de la petición de más autonomía se ha pasado a la de independencia, con las breves etapas del concierto económico y del derecho a decidir. Quizás Artur Mas pudo en algún momento frenar esta deriva, no estoy seguro porque la dirección de su partido le empujaba. En todo caso, en lugar de dimitir, que hubiera sido lo más digno si no estaba de acuerdo, decidió ponerse al frente de todo el fregado y aún está ahí: con un Jordi Pujol ya en los márgenes de la historia, quiere llegar a ser el héroe de la independencia, aunque sea fallida.
Pero en las elecciones europeas de 2014 aflora un nuevo partido en España que aglutina a los indignados que llenaron las plazas españoles en la primavera de 2011. Partido con poca implantación en Cataluña pero que en las últimas elecciones municipales empieza a encontrar su lugar y, aunque de forma confusa, prima lo social sobre lo nacional. El sábado pasado, en la toma de posesión de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, el lema se coreaba en castellano: “¡Sí, se puede!”. Catalán como lengua del poder, castellano como lengua de uso social: el fracaso, aún no reconocido, de una política lingüística monolingüe dirigida por fundamentalistas que aborrecen el bilingüismo, es decir, que no asumen la realidad.
Entramos, pues, en una nueva fase: cambio en el sistema de partidos, fractura interna de los antiguos. Primero, hasta 2014, el nacionalismo de ERC reduce el espacio del catalanismo moderado y desliza el eje nacionalista hacia el independentismo de izquierdas. Después, en la actualidad, el independentismo de izquierdas empieza a dar un giro hacia lo social y posterga lo nacional. Es el momento en que estamos. Ya veremos.
A su vez, todos los partidos se han ido dividiendo. El último, obviamente, es CiU: por un lado Convergència y por otro Unió. Pero a su vez, Unió está claramente dividida como se demostró el domingo y, probablemente, Convergència también, al menos su electorado que, por un lado, se ha estado pasando a ERC y, por otro, a C’s.
El PSC, con fugas por todos lados (especialmente a ERC, Podemos y C’s), sólo conserva algo de su antigua fuerza en el área metropolitana de Barcelona. ERC pierde votos que van hacia Podemos y la CUP. El PP sufre una sangría hacia C’s, al que le llegan también apoyos de otros lados (PSC y CiU). IC va hacia la desaparición al quedar subsumida en el magma nacional-populista que vertebra Podemos. Total: un auténtico tsunami.
Como es sabido, los experimentos con gaseosa, no con champán. Todo empezó al destapar el melón del nuevo Estatuto. No se dieron cuenta que era champán, no gaseosa.