José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- La crisis con Argelia ha estallado en plena campaña andaluza y ha golpeado especialmente sobre una comunidad de mentalidad fronteriza con África y con fluido tráfico comercial en aquel país. Culpa de Sánchez, no de Rusia
La izquierda renacida a un antifranquismo cuyo yugo no conoció ni padeció, la de los nietos de la transición, resulta que ofrece reverberaciones del ‘régimen’. Solo falta una concentración en la ‘plaza de Oriente’ con salida abracadabrante a la logia de la fachada del Palacio Real de algún parlante para proclamar que los errores del Gobierno son en realidad las culpabilidades de Putin —como lo fueron de Stalin— y de la Federación Rusa —como lo fueron de la URSS—.
Que el progresismo de hogaño se ampare, consciente o inconscientemente, en el discurso de antaño (junio de 1941) cuando el cuñado de Franco colgaba del perchero de Moscú todo el inmenso yerro histórico español del siglo XX es desopilante. La URSS, México, Alemania e Italia, injertados en nuestra tragedia, fueron colaterales al manchón moral de España, que optó por la peor de las derivas. Ayudaron a que nos matáramos.
Han pasado 81 años de aquella iracundia y resulta que nos suena de nuevo la misma monserga para enjugar el error gubernamental de haber descalabrado las relaciones con Argelia tras la desastrosa gestión de Pedro Sánchez para dar el cambiazo a la política nacional sobre el Sáhara en beneficio del expansionismo desordenado de Marruecos y en detrimento del actual equilibrio en el Magreb, región en la que Argelia era la segunda potencia, bien avenida hasta ahora con España y suministradora del 25% del gas que consumimos. Y en plena campaña andaluza, sin reparar que aquella región tiene una mentalidad fronteriza con el norte de África y son muchas las empresas de aquella tierra que exportan a Argelia.
La responsabilidad de la congelación de las relaciones con Argel es tan rotundamente negativa en la gestión del presidente que ha corrido por lo bajines la consigna de culpar a Rusia del enfado argelino y atribuir a la visita en mayo de Serguéi Lavrov, ministro de exteriores de la Federación Rusa, a la capital de Argelia, la ideación de un plan contra los intereses de España.
Nadia Calviño, irreconocible, ha declarado que ya percibió hace meses como Rusia susurraba al oído del presidente argelino las medidas que luego ha ido adoptando: denuncia del tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación de 2003 con España, congelación de las relaciones comerciales y, pronto, incremento del precio del gas. Pedro Sánchez, así, sería por completo inocente de las consecuencias de su malhadada carta a Mohamed VI que, enviada con alevosía y nocturnidad, la conocimos porque el rey alauita le jugó una mala pasada al inquilino de la Moncloa.
Sánchez tragó el sapo, se fue en abril a compartir cena con el monarca y este es el día en que España no ha obtenido nada a cambio (ni aduanas en Ceuta y Melilla, ni declaración de nuestra soberanía, ni garantías sobre la inmigración ilegal, ni reconocimiento de las aguas territoriales españolas de Canarias).
El presidente español desajusta los precarios equilibrios en el Magreb y, en vez de asumir sus responsabilidades, se acoge a la aviesa Rusia de Putin como percha de sus torpezas y recurre a la Unión Europea para que arregle el estropicio a nuestras empresas exportadoras. Un poco de culpa se la deja a Núñez Feijóo, que pasaba por ahí. El gallego peca por desleal porque a Sánchez se le apoya sí o sí. Cualquier otra actitud crítica es un ‘estorbo’.
Que Argelia tiene relaciones sintonizadas con Moscú, es sabido. Le provee de armas y metales. Porque Marruecos se surte de Israel y Estados Unidos y cuenta con el apoyo de Alemania y Francia. Geopolítica pura en la que la Moncloa, al parecer, y según un veredicto muy benigno de sus cercanías mediáticas, ha incurrido en un «fallo de cálculo».
Geopolítica pura en la que la Moncloa, según un veredicto muy benigno de sus cercanías mediáticas, ha incurrido en un «fallo de cálculo»
Endosar a Putin el error responde al mismo argumentario que para otras indigencias: la inflación, la crisis energética, y la desaceleración del PIB. Rusia es culpable, efectivamente, de haber invadido a su país vecino; lo es de haber urdido un largo plan para que una buena parte de Europa dependa de sus suministros energéticos y, consecuentemente, es responsable en parte de nuestros males económicos, pero no lo es de la práctica ruptura de relaciones de Argelia y España ni de que una iniciativa que puede responder a múltiples e inexplicadas razones, como es el cambio de criterio sobre Sáhara, haya desvencijado la delicada estrategia española con las dos potencias del norte de África, continente en el que nuestro país tiene intereses irrenunciables de soberanía y económicos.
El Gobierno de este PSOE no es identificable por su propio electorado al manejar estas tretas dialécticas que causan tanto sonrojo como perplejidad. La responsabilidad de lo que ha ocurrido se sitúa en el centro de decisiones de política exterior: la presidencia del Gobierno. Apuntar a la diana del ministro de Asuntos Exteriores es un recurso tan facilón que ruboriza y, al tiempo, llama a compasión el papelón de José Manuel Albares, cuya cabeza, dicen, se quiere cobrar Argel. Allí le motejan de «pirómano» y «fulano».
O nos ayuda la Unión Europea para que Argelia se atenga escrupulosamente al acuerdo que suscribió en 2005 con Bruselas, o la jugada de Sánchez en el Magreb nos va a costar dinero, reputación y muchos disgustos. Vista la carrera en pelo desde Roma y Berlín para llegar primero a Argel, va a ser que nuestros socios se llamarán a andanas.
Rusia no es la culpable de nuestros propios yerros —de los errores de Sánchez—, aunque resultaría consolador que lo fuera. Hay discursos exculpatorios o justificativos que es mejor eludirlos. No, Rusia no es la culpable. No lo fue en el siglo pasado ni lo es en este. Ni entonces con Stalin ni ahora con Putin. Y en cuanto al cese del ministro de Finanzas argelino, Abderrahmane Raouya, háganle caso a Ignacio Cembrero. No es un éxito de España, sino una maniobra de diversión del presidente Abdelmadjid Tebboune. De las que vamos a vivir muchas.