Antonio Casado-El Confidencial
- En un país descreído de su clase política, se vota la novedad, no al fascismo, cuya amarga memoria está bien viva entre los italianos
Las aterradoras noticias que nos llegan de Rusia, con miles de personas insensibles al patriotismo de Putin, y de Irán, donde la justicia divina se ha cobrado la muerte de más de 40 mujeres objetoras del velo islámico, desaparecen tras el recuento electoral de anoche en Italia y los rasgados de vestiduras por la irresistible ascensión de Georgia Meloni.
En un país descreído de su clase política, se vota la novedad, no al fascismo, cuya amarga memoria está bien viva entre los italianos. Pero el rasgado de vestiduras que proyectan los medios europeos cursa como miedo a la ultraderecha, con explícitas alusiones a un eventual retorno del fascismo a la tierra de Mussolini y Giorgio Almirante.
Temor infundado en un país de instituciones consolidadas y una sociedad sólida, muy por encima del nivel de sus políticos de quita y pon. En realidad, donde nos está interpelando el minuto y resultado de la carcoma del autoritarismo, en diferentes formas de tiranía y cruel confiscación del individuo, es en Rusia e Irán, no en Italia.
Lo que nos llega de la Rusia de Putin y del Irán de los ayatolás es nada menos que la demolición del ser humano. En nombre de un patriota con delirios de grandeza. O en nombre de un dios misógino cuyo brazo armado responde a la grotesca denominación ‘policía de la moral’.
Nada nuevo, por otra parte. Hans Frank, asesor jurídico de Hitler y virrey nazi en la Polonia ocupada, llegó a teorizar una doctrina supremacista de la ‘germanidad’ según la que los alemanes no estaban obligados a distinguir el bien del mal.
Unas veces es Dios, otra el Estado, una Nación (La patria como «último refugio de los canallas», que decía el doctor Johnson), la raza, una clase social (la dictadura del proletariado, en la memoria de una generación), una secta, una religión… Es la confiscación del ser humano, individualmente considerado, decidida por el poder político cuando este necesita cuadrar sus planes. León Felipe lo clavó: “La cuna del hombre la mecen con cuentos, los huesos del hombre los entierran con cuentos, los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos”.
Véase el caso de Rusia. Ya no es por el apagón de un principio básico del derecho internacional, que prohíbe el uso de la fuerza militar, y aUn la mera amenaza, contra la soberanía de los Estados miembros. Ni siquiera por las fosas comunes que convierten a Putin en un criminal de guerra, que también.
Ahora es por lo del reclutamiento. Como si fuera dueño de la vida de cada ciudadano ruso, pide a las familias que ofrezcan a sus hijos para defender militarmente la integridad territorial de Rusia. Y además, tramposo, porque cinco minutos antes convocó referéndums improvisados para que ciertas zonas en guerra pasen a formar parte de esa integridad territorial.
Lo de Irán consiste en perpetuar la esclavitud de la mujer ante el Estado (república islámica) y la dominación del hombre. Ataque en toda regla a la condición del ser humano en lo que tiene en común con cualquier otro ser humano: su dignidad.
Pero seguro que aquí nos entretiene más debatir sobre la frase de la ministra Montero respecto a la libertad sexual de las niñas o el uso de la palabra ‘represión’ en boca de Oriol Junqueras o Laura Borràs mirando a la meseta.
Por analogía con los sucesos de Rusia o Irán, ¿no es como una broma escuchar a los ‘indepes’ hablar de ‘represión’ del Estado español?