JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-EL CORREO

  • La mejor solución es repetir en Ucrania lo que se hizo en los países bálticos: dejar estacionada allí de forma permanente una pequeña fuerza militar disuasoria

Lo primero que hay que entender es que Vladimir Putin no tiene la más mínima intención de invadir Ucrania. Si ese fuese su designio, lo habría hecho en 2014. En general, Putin ha seguido una política coherente de no buscar la reconquista territorial del imperio soviético, sino crear una red de vasallos y satélites mediante la coerción y la amenaza. Por eso no devoró la pequeña Georgia en agosto de 2008, sino que se limitó a infligirle una derrota humillante y una mutilación territorial. Con Ucrania, Moldavia o Armenia ha empleado los mismos métodos.

Lo segundo a tener en cuenta es que Putin solo se apoderó de Crimea y de una parte del Donbass, en parte porque los ucranianos ofrecieron fuerte resistencia. Hombre contra hombre, en la guerra de 2014 los rusos no mostraron en ningún momento ser mejores combatientes que sus enemigos. Eran más, con más armas y pertrechos, clara superioridad aérea y mejor organización a nivel de ejército, pero cara a cara, unidad por unidad, los ucranianos acreditaron ser un adversario correoso. Ocho años después, la tropa ucraniana está mucho mejor armada, entrenada y organizada. Por lo tanto, invadir Ucrania sería mucho más costoso y sangriento.

En 2014 Putin trató de someter a Ucrania usando la mínima fuerza posible. Primero intentó que se sublevasen las poblaciones rusohablantes, que forman minorías significativas en el norte y el este de Ucrania. Cuando eso solo dio resultado a medias en el Donbass, envió a voluntarios de la ultraderecha nacionalista rusa para reforzar las precarias filas de los rebeldes. Después destacó pequeñas unidades de tropas profesionales, sin insignias -los ‘hombrecitos verdes’- para darles un poco de mordiente y organización. Cuando eso tampoco fue suficiente, empezó a enviar unidades de tropas regulares rusas. Entonces comenzaron a morir reclutas que estaban haciendo la mili en dichas unidades, y Putin hizo grandes esfuerzos para ocultar estas muertes. Una invasión a gran escala implicaría un número de bajas considerablemente mayor, que no se podría esconder.

En 2014, las tropas que realmente pelearon fueron unos pocos miles por bando, pero una invasión a gran escala implicaría a decenas de miles, puede que cientos de miles, y el coste sería descomunal, mucho más de lo que el Estado ruso está en condiciones de pagar ahora. En 2014 los precios del petróleo estaban muy altos y Putin pudo financiar sin problemas su pequeña aventura imperialista en Ucrania, pero hoy la situación es la contraria.

Por eso el objetivo de Putin no es reconquistar Ucrania, sino debilitarla y desestabilizarla mediante la intimidación, la desinformación y el sabotaje informático. Si ha concentrado tantas tropas es porque la amenaza necesitaba ser creíble; dejar claro que podía lanzar, como mínimo, una ofensiva limitada para arrebatarle a Ucrania otra fracción de su territorio; humillarles haciéndoles ver que están indefensos. El problema es que Ucrania se niega a someterse a este imperialismo neofeudal. Además, la interferencia occidental le ha creado un grave problema de imagen a Putin porque, si finalmente no invade Ucrania, parecería estar cediendo ante las presiones de Occidente.

La respuesta de Putin ha sido elevar el tono y multiplicar las amenazas y las exigencias, con la esperanza de que Occidente se deje impresionar. En el pasado le ha salido bien porque existe una tendencia a sobreestimarle. Como antiguo agente del KGB, se le supone una inteligencia fría y analítica, capaz de trazar planes sofisticados a largo plazo, sin mostrar el menor indicio de sus verdaderas intenciones. Hay algo de cierto en todo ello, pero al mismo tiempo Putin es una persona extremadamente primitiva y corta de miras en sus planteamientos socioeconómicos y geopolíticos. No es exactamente un Richelieu o un Bismarck. En muchos aspectos, Putin gobierna Rusia igual que un capo de la mafia gobernaría su banda. Eso explica la agresividad de su política exterior.

Pero, esta vez, las potencias occidentales no transigen. Putin, por lo tanto, está en un grave aprieto. Sobre el papel, las fuerzas convencionales rusas son gigantescas e intimidantes pero en realidad, debido al desmantelamiento de las instituciones y el saqueo perpetrado por una cleptocracia de oligarcas, Rusia es muy débil. Si Putin no ataca, exhibirá esa debilidad, pero si ataca se arriesga a la derrota y al desastre.

La mejor solución es repetir en Ucrania lo que se hizo en los países bálticos: dejar estacionada allí de forma permanente una pequeña fuerza militar con propósitos disuasorios. Por eso, Putin ladra tanto para que la OTAN se repliegue; porque sabe que, en el momento en que Ucrania cuente con fuerzas occidentales sobre el terreno, la partida habrá terminado y el presidente ruso la habrá perdido.