JORGE BUSTOS-EL MUNDO

Eljueves me llamó Elvira Roca y me razonó lo que pasa con Ciudadanos. «Su votante no es como el de los demás partidos, que tienen clientela fija. Al votante de Cs lo tienes que convencer en cada elección». Si Elvira está en lo cierto, todos los males de Rivera proceden de su éxito de abril, cuando recibió demasiados votos prestados que lo empujaron a ser quien no debía. Desde septiembre ocupa su posición original, pero nadie regresa indemne a Ítaca, si regresa. ¿Se dará cuenta a tiempo el votante de que Cs es mucho más importante que Albert Rivera y de que ha de votar al segundo para proteger lo primero? Sin una sigla que aspire a la representación de la idea liberal, España se precipita a la reedición de su peor pasado. No se trata de salvar al general malherido, sino de mantener en pie el estandarte del centro en un país amenazado por tal grado de sectarismo que por momentos se vuelve irrespirable.

El liberalismo es un credo delgado, una temperatura moral antes que una ideología, una doctrina tan modesta que en su ideario incluye la disposición a entenderse con el que piensa de otro modo. Su único principio inamovible es la aversión al dogmatismo tribal y el recelo del poder no sometido a la ley que a todos nos iguala. Al verdadero liberal se le conoce porque sabe revisar sus posiciones y asume el precio electoral de todo pacto porque ese es el privilegio del coraje. Por eso, de cuantos errores ha cometido Rivera hay uno del que puede estar orgulloso: la acusación de veleta por levantar vetos. Llamar veleta a un centrista no es más que la forma que tienen los erizos de llorar por no ser zorros. Y gritar consignas testosterónicas no revela más valor sino menos inteligencia. La moderación exige una sosegada seguridad en uno mismo desde la que abrazar el mundo, que nunca se detiene, mientras que la aparente firmeza del fanático solo esconde el miedo infantil a lo desconocido. La voz más alta suele pertenecer a quienes más paralizados están por el pánico a lo nuevo o lo distinto, aunque esos paralíticos intelectuales en España han pasado demasiadas veces por hidalgos de mucha honra.

Hay razones prácticas para votar mañana a Cs: es el único partido que puede poner límites a Sánchez y evitar a la vez que el alma del PP sea canibalizada por Vox. Si Cs se desploma, el bloqueo es seguro. Todos sentimos que el ambiente se enrarece día día, que a un extremismo contesta otro extremismo. Pero es en este grave instante español cuando el liberal une a la cabeza el corazón. Y por muy decepcionado que esté o muy deprimido que lo quieran, oye las campanas que doblan a muerto y se levanta del sofá, serenamente, para comunicar a los expertos la noticia de su silenciada existencia. «Sabed pese a todo que pervivo. Y que España será también lo que yo diga».