SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Se celebró anteayer en La Sexta el debate de las chicas sin que a esta hora se nos alcancen todavía las razones para este tercer debate de la campaña, que sin duda eran de género. El primero, con siete participantes, reunió en el plató La1 a los portavoces de los grupos parlamentarios; el segundo, a los cinco candidatos a la Presidencia del Gobierno; el del jueves congregó a cinco mujeres, sin que se nos llegue a alcanzar otro criterio de convocatoria que el sexo de las participantes. En el primero había cuatro mujeres y tres hombres. En el segundo, cinco varones. Por más que se incomodara la moderadora, Ana Blanco, tanto uno como otro representaban a sus partidos. Ninguno de ellos decidió presentar a una mujer como candidata a la Presidencia.

El debate de las chicas era un premio de consolación, en realidad un apartheid como las mesas de los niños en las bodas, algo que no es importante, un espacio en el que no molesten. Las dos mujeres que a mí me gustan de la campaña preferirían medirse con los hombres, sus iguales. Fue muy llamativa la llegada de Irene Montero con su bolsa marsupial en la que llevó a su bebé, Aitana, a los dos debates en los que ha participado. Montero se marcó un Bescansa, pero sin teta, y uno se pregunta si son esas deshoras de llevar a una niña, si esto es lo que esta buena mujer y su novio entienden por conciliación o si les estancias del casoplón de Galapagar son tan pequeñas como las cocinas de los pisos vascos, que el macho alfa de la familia no se puede mover con holgura para atender a la niña. Uno de los grandes momentos de la noche estuvo en la interpelación de Inés Arrimadas a Mª Jesús Montero, mostrándole un cuadro en el que se detallaban las excursiones al prostíbulo Don Angelo de su compañero de armas, Fernando Villén, que sufragaba sus venales aventuras amatorias con el dinero público de la Faffe, la fundación de empleo para los parados. La moderadora, Ana Pastorde Ferreras, libró a la interpelada de la obligación de responder, practicando su mejor habilidad, que es abortar las respuestas de sus entrevistados, incluso cuando las preguntas las hace ella. Cortó sin miramientos a Arrimadas: Venga, vamos a hablar de vivienda, que tenemos muchos temas para el debate de hoy.

Estuvo muy bien Inés Arrimadas, defendió su posición Rocío Monasterio y Pablo Casado tuvo la ocasión de comprobar que no todo el mundo vale para todo y que Ana Pastor, la ex presidenta del Congreso, podría ser una buena ministra si Casado llegase a presidente y cumpliera su palabra de nombrarla, pero que para el debate más le habría valido llevar a Cayetana. Estaba la mujer muy atenazada por la necesidad de marcar distancias con Vox, ya fuera encomendada o autoimpuesta.

Hizo alguna afirmación sorprendente, como que «el Estado de las Autonomías es lo mejor que nos ha pasado a los españoles». No es cosa de apuntarse a ciegas a su derribo, pero seguramente pudo hacer una rebaja a la interpretación maximalista de los nacionalismos, en la creencia de que óptimo es igual que máximo. Preguntarse si no es hora de reevaluar el reparto competencial, pongamos que hablo de Educación y Cataluña, para mejorarlas. Por otra parte, tuvo Ana Pastor un mal día para hacer memoria de Carrillo. Solo quiso referirse a su papel en la transición, pero tuvo muy mala suerte al citarlo el 7 de noviembre, día en el que se cumplían 83 años de la primera matanza de Paracuellos.