Santiago González-El Mundo
UNA DE LAS virtudes más útiles para un tonto es el desacomplejamiento, la desenvoltura con que maneja sus carencias y, en los casos más sobresalientes, el ejercicio de la alteridad. El que fue presidente de la Generalidad hasta el 27 de octubre de 2017 no es un hombre de saberes renacentistas. Tampoco tiene conocimientos específicos, salvo rudimentos de Filología catalana que aprendió en el C.U. de Gerona, donde empezó la carrera, pero no la terminó.
El lunes se plantó en la Universidad de Copenhague, donde dio un recital de sus insuficiencias, frente a una profesora aborigen que se encargó de hacerle preguntas difíciles y vapulearlo intelectual, histórica, política y jurídicamente.
Puigdemont mostró su rabieta tomando en sentido literal la cláusula de modestia con que se presentó su antagonista: «Ha dicho que no es una experta en política española y tiene razón».
El hombre que había gobernado Cataluña y aspiraba a seguir gobernándola, demostró que no conocía, no ya España, sino ni siquiera su Cataluña. Entrevistado en ‘La Vanguardia’ por Lluís Amiguet en diciembre y preguntado por el paro juvenil en Cataluña respondió que la última vez que vio el dato estaba en el 20 y pico por ciento. En realidad estaba en el 30%. Le preguntó después por otro dato de su competencia: cuántas catalanas habían sido asesinadas por violencia de género en 2016 y respondió que «16 ó 17», cuando habían sido seis.
No hay dos sin tres. Preguntó Amiguet por lo que le gustaba de España y ahí se ganó su justa reputación de necio (tómese en su sentido etimológico, ‘nescio’, no sé) al decir que, en general le gustaban los clásicos y «entre los modernos, Julio Cortázar, por ejemplo». El lector más indocumentado, al llegar aquí, habría protestado: «Pucha, si el cronopio era argentino». Pero Puchi ha aprendido historia con Bilbeny y Cucurull, que han convertido en catalanes a Cervantes, Teresa de Ávila, Ignacio de Loyola, El Cid, Erasmo de Rotterdam, que en realidad era hijo de Cristóbal Colón, otro que tal, catalán, Leonardo da Vinci y Marco Polo. No hay quién dé más, ni tampoco menos.