EDUARDO TEO URIARTE – EL MUNDO – 17/09/16
· El momento de ‘impasse’ que vivimos por la falta de Gobierno es consecuencia del triunfo de los antisistema y el ocaso de la política. Apunta que nuestros representates están sujetos al sectarismo.
La democracia representativa ha sido el resultado de la depuración de la misma democracia mediante el ejercicio del racionalismo, intentando superar alguno de sus defectos, como el desconocimiento de los temas por el vulgo y la precipitación en las decisiones. Se acabó instituyendo en todos los países desarrollados con el fin de dotar de estabilidad al sistema y seguridad al pueblo que periódicamente vota. Pero votar a unos representantes, de los que se debiera esperar cierto nivel de reflexión y prudencia, no es toda la democracia, ésta debe estar sujeta al acuerdo constitucional del que emanan todas las leyes que marcan el terreno de la política, y ésta debe estar sostenida en cívicas costumbres y relaciones educadas. La democracia en su origen es deliberación, es pacto, es suma de apoyos: desde la tribu a la Polis. Cuando se contradice por el sectarismo o la secesión, la vuelta a la tribu, se produce su abandono.
Racionalismo en pos de su perfección y costumbre cívica son elementos fundamentales para hacer sobrevivir la misma democracia. Romper con la costumbre, entre caballeros diputados, de ceder la Presidencia del Gobierno a la lista más votada, acaba desatando una crisis sin precedentes en nuestra democracia. Cuando la costumbre y las buenas formas desaparecen es el síntoma de la destrucción del sistema. Y no digan que la costumbre no es importante, el parlamentarismo británico se rige por ella.
Antes de que hastiados por el comportamiento de nuestros representantes nos declaremos en huelga de ciudadanía (Santos Juliá) y no vayamos a votar –y siendo consecuentes, ni a pagar impuestos, ni a aceptar comportamientos cívicos y corteses, y quememos algún bosque, o decidamos separar nuestro cantón del resto de la nación– arrojando la toalla de la necesidad de mantener la convivencia política, sería interesante aportar alguna consideración y no darnos por vencidos ante el sectarismo antidemocrático con el que nuestros representantes nos escandalizan.
Cuando votamos a los políticos es para que resuelvan los problemas, para que el sistema funcione, no para que creen más problemas y lo destrocen. La gente normal, la que no forma parte de la militancia de camisa y correaje de los partidos, es bastante más sensata que la mayoría de nuestros políticos porque no está sujeta al sectarismo que ha sumido a los partidos en esta última década a excepción, y ha dado prueba de ello a pesar de sus noveles ataques idealistas, de Ciudadanos. La gente normal tiene sus ideas, en algunos casos incluso militando bajo alguna sigla, pero no llama indecente al de enfrente, ni persona de no fiar, ni acusa de usar la cal viva a nadie como fórmula retórica. La gente normal convive con los otros porque es sociable y necesita serlo, la mala educación, el disparate, la frivolidad en las decisiones, no crean sus señorías que forman parte del guion parlamentario. Hoy, ya, no son consentidas, crean hastío, no son positivas para el sistema. Tampoco la arrogancia en el escaño es democrática.
Sin embargo, la gente normal cuando vota debiera saber que sus elegidos son para asumir el espacio político, deben asumir el espacio de la política real, la sostenida sobre el diálogo y el acuerdo. Si vota a personas que quieren la ruptura con el sistema, como los secesionistas, o a una alternativa revolucionaria más o menos bolivariana, están optando por iniciativas fuera del sistema y no debieran quejarse de que no se llegue a soluciones, porque lo que votan es el desencuentro, es la ruptura.
Es posible que mucha gente visto lo ocurrido en estos años de corrupción y sectarismo en los viejos partidos haya optado precisamente por esta situación de desastre político, de parálisis del sistema, esperando, al asumir una delirante concepción sobre la maldad del adversario y la necesidad de venganza, una nueva situación cuajada de pequeños estados, facciones totalitarias y enfrentamientos cotidianos, creyendo ingenuamente que nadie lo puede hacer peor que los que han estado. El que vote a opciones que pugnan por la ruptura que no se queje si no le llega la pensión o acaba en el paro, al fin y al cabo, ha optado por una forma light de apoyar la creación de condiciones revolucionarias y de ruptura, no de solucionar problemas. Debiera sentirse, a pesar de lo sacrificado que resulta, satisfecho. De hecho, este impasse político de falta de Gobierno es el triunfo de los antisistema y del ocaso de la política.
Ahí está claro: nacionalistas y Podemos optan con la ruptura. Pero existe otra forma sistémica de romper la democracia, como indica Joseba Arregi (El Correo, «Los secretos de la democracia», 5/8/2016), por ello más profunda y grave, de apariencia menos trascendente, que es la aplicada por Pedro Sánchez y gran parte del socialismo español. Si nacionalistas vascos y catalanes optaron por salirse del terreno constitucional cuando observaron la posibilidad real de verse desplazados del poder –Ibarretxe ante las movilizaciones de Ermua, Más ante su desalojo del poder por parte de un gobierno tripartito catalán encabezado por el PSC– las derrotas y crisis del PSOE intentan ser superada por Sánchez echando a la derecha del sistema. Con su «NO es NO» rompe el espacio político con la derecha, pues como indica Arregi, «hacia dentro de la comunidad política constituida en derecho no puede haber un no radical y absoluto, pues significaría que el destinatario del mismo es expulsado del espacio común».
Empezó años atrás la manifestación de la fobia a la derecha, incluido los «cordones sanitarios», siguió con la falta de cortesía en las relaciones parlamentarias –la falta de educación y cortesía anuncia el fin de las relaciones democráticas, lo conocemos bien los que vimos el comportamiento de HB en Euskadi–, y siguió con el colapso ante la constitución de Gobierno. El rechazo al diálogo, que hubiera puesto en primer plano la situación superior de un PP con muchos más escaños, fue apoyado por un cúmulo de malas cualidades que Sánchez achacaba a Rajoy –como si éstas no fueran aplicables a él mismo–. Pero Rajoy hizo bien en no responder con los mismos argumentos pues hubiera profundizado la crisis. Contradictoriamente, de lo que se trataba, y nos olvidamos, era de llegar a un acuerdo.
Quizás era necesario acabar en este panorama electoral para observar la textura democrática de cada partido, especialmente la del socialismo, pero el precio a pagar es demasiado alto. Unas terceras elecciones para desatascar la crisis que los viejos partidos, especialmente el PSOE, son incapaces de resolver significa sencillamente, señores políticos, que no servís para la democracia representativa, que os estáis acostumbrando a sobrar optando por la democracia directa, llamando al pueblo directamente en asamblea y ¿no es eso lo que quieren los que están por la ruptura? El principio de esta crisis no está precisamente en los que optaron decididamente por ella.
Eduardo (Teo) Uriarte Romero es gerente jubilado de la Fundación para la Libertad.