Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La encuesta anual de estructura salarial ha dado a conocer unos datos ciertamente interesantes. A pesar de todos los grandes anuncios sobre las bondades de la actual situación económica, de la supuestamente excelente evolución del empleo y de los datos del crecimiento económico, el salario más frecuente se situó en España 2021 en 18.502 euros al año, lo que da un salario mensual de 1.321 euros. Y son datos en bruto, a los que habría que restar las cotizaciones y, en su caso, los impuestos en cuya base se incorporan todos los ingresos percibidos. Hay más. Dos terceras partes del total de los asalariados, exactamente el 64,37% de los empleados, cobró ese año menos de 27.000 euros, lo equivale a dos veces el salario mínimo. Y casi uno de cada cinco ganó menos de 1.000 euros al mes por 14 pagas. Uno de cada cuatro si nos referimos solo a las mujeres.
No hace falta disponer de la conciencia social de la vicepresidenta Díaz para convenir que eso es muy poco dinero. Y si recordamos que desde entonces, los precios han subido de manera escandalosa, se entiende bien el sufrimiento y los padecimientos de las personas que se mueven en esos niveles de ingresos para llegar a fin de mes. De acuerdo. Y ¿cómo solucionamos esta penosa situación? Desde luego se equivocan quienes consideren que como todo ello es consecuencia de la maldad intrínseca de los empresarios, todo se resuelve con apretarles más y más.
No es cierto. De serlo y dado que más del 50% del empleo creado desde la aparición de la pandemia ha sido empleo público, tendría que haber tirado de la media hacia arriba. El problema es mucho más complejo y se deriva de la escasa productividad de nuestro sistema económico, en el que pesan demasiado sectores como la construcción o la hostelería con niveles muy bajos de valor añadido.
Necesitamos urgentemente aumentar esa productividad, lo cual interpela a toda la sociedad. Necesitamos mejorar el sistema educativo. No se trata de facilitar el aprobado sin estudiar y el pasar de curso arrastrando suspensos, se trata de fomentar el esfuerzo de los estudiantes, de premiar el mérito de los profesores, de recuperar el gusto por la excelencia y de hacer de la formación continua un hábito general.
Necesitamos que los empresarios inviertan más para hacer más productivas a nuestras empresas. No hay futuro sin planteamientos empresariales globales y no lo alcanzaremos sin añadir más valor a los productos y a los servicios que ponemos en el mercado. Y necesitamos también una Administración que modere su voracidad fiscal, que piense en la generación de riqueza en el largo plazo y no en la recaudación inmediata y, sobre todo, que se ponga a favor de la actividad empresarial, que la priorice o al menos que no la obstaculice.