IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El de Díaz es un proyecto de diseño con un liderazgo vacío. Pero hay un cierto progresismo líquido que le ve sentido

Si Yolanda Díaz es o no un bluf ocasional, un buñuelo político relleno de nada, no lo van a decidir los electores ni los opinadores de la derecha. Este segmento no le comprará ninguna mercancía averiada que venda, ni el discurso empalagoso, ni el poscomunismo de salón, ni el culto a la personalidad, ni la autocomplacencia adolescente envuelta en cháchara posmoderna. Ese paquete ideológico recubierto con celofán de amabilidad risueña está pensado y fabricado para votantes que circulan por otra acera. Y el éxito o el fracaso de la propuesta depende de la gente que de antemano esté dispuesta a creérsela. A priori, una porción significativa de ciudadanos biográficamente identificados con una izquierda lo bastante irredenta para considerar al PSOE un partido demasiado integrado en el sistema.

A ojo de buen cubero, se trata de una bolsa de tres millones y medio de personas según la media de las últimas convocatorias. La suma de Podemos, el Más País de Errejón, los ‘comunes’ de Colau y otras plataformas autonómicas. Un capital potencial de votos suficientes para disputarse con Vox el tercer puesto, que se perfila clave en la configuración del próximo Gobierno. Desde que se rompió el bipartidismo, una cosecha electoral entre el doce y el quince por ciento proporciona a la formación que la recoja una posición de privilegio. Ése es el objetivo de esta operación de diseño, tutelada por el sanchismo para tapar la sangría que su falta de crédito más los despropósitos de Iglesias y sus ministras vicarias le han abierto.

Hay veinticinco provincias con cinco o menos diputados. La misión del `espacio´ recién creado consiste en hacerse en la mayoría de ellas con algún escaño. Quitándoselo a Vox, claro, y sumándolo a la masa crítica que Sánchez necesita para revalidar el mandato. Por razones que tienen que ver con la naturaleza líquida del mercado político, Díaz goza de notable predicamento en los sectores autodenominados progresistas que se ven a sí mismos en el lado bueno de la Historia, último reducto del compromiso idealista con la construcción de un mundo distinto. Desde fuera de esa burbuja el proyecto puede parecer —lo es, de hecho— un constructo artificial con un liderazgo vacío, pero su clientela natural le ve sentido.

El plan incluye la reducción del papel de Iglesias como intermediario con Bildu y Esquerra. Moncloa confía en que el pragmatismo de los independentistas ayude a jibarizar –al precio que sea– la influencia del caudillo podemita en la actual correlación de fuerzas si el escrutinio ofrece alguna posibilidad de recomponerla. El punto débil de la empresa es que las encuestas registran un claro corrimiento de tierras hacia la derecha pero Sánchez no piensa rendirse sin pelea. Y Yolanda, con su carcasa hueca, es la salida de emergencia, la puerta por la que intentar escapar de un edificio cuyas grietas preludian la quiebra.