JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-EL CORREO
- Da igual quién sea el perpetrador material del atentado; de una u otra forma es obra del Gobierno iraní, que mantiene la recompensa por la vida del escritor
Según las crónicas de los primeros tiempos del islam, los árabes eran politeístas y adoraban a infinidad de dioses y diosas, muchos de los cuales tenían su principal santuario en la Meca, de manera que esta ciudad era además el epicentro de numerosas peregrinaciones. Cuando Mahoma empezó a predicar el monoteísmo tropezó, por lo tanto, con una dura resistencia. En un momento dado, le ofrecieron una componenda: Mahoma aceptaría incorporar de alguna manera en su religión monoteísta a las tres diosas mecanas principales: Allāt, Uzza, y Manāt; a cambio, los mecanos renunciarían a sus restantes dioses y aceptarían a Alah como divinidad principal.
Al principio parecía que Mahoma iba a aceptar, pues aseguró haber recibido revelaciones divinas que autorizaban el acuerdo, pero luego reafirmó el monoteísmo estricto y obligatorio, alegando que la supuesta revelación favorable a las tres diosas había sido en realidad un engaño del demonio: lo que después se llamó «los versículos satánicos». Cuando Mahoma triunfó, los santuarios de Allāt, Uzza, y Manāt fueron destruidos, y su culto, suprimido por la fuerza.
Muchos siglos después, un escritor hindú nacionalizado británico llamado Salman Rushdie, hijo de musulmanes agnósticos, incorporó esta anécdota histórica como parte del argumento de su cuarta novela: ‘Los versos satánicos’. El argumento de la obra es de gran complejidad, pero uno de los episodios refleja las aventuras y desventuras de un personaje ficticio claramente inspirado en Mahoma, incluyendo el episodio de los versículos satánicos.
Un musulmán creyente podría sentirse molesto al leer determinados pasajes por considerarlos irrespetuosos en su tono con el profeta del islam, pero en definitiva el argumento se ajusta a lo que reflejan las crónicas de la época y el dogma musulmán: la supuesta revelación que tolera las tres diosas es declarada falsa y una nueva revelación establece el monoteísmo estricto. Lo más incómodo para un musulmán creyente es que se insinúa que tanto los versículos satánicos como su rectificación posterior no vendrían ni de Dios ni del diablo, sino del interior del alma del protagonista, que -recordémoslo- no es Mahoma, sino un personaje ficticio inspirado en Mahoma. Eso probablemente habría llevado a la censura o la prohibición del libro en determinados países y al boicot comercial contra el resto de las obras del autor, pero difícilmente el tema hubiera ido más allá.
Jomeini le condenó a muerte no para defender su fe, sino para extender el miedo entre sus adversarios
Lo que desencadenó la crisis fue un personaje muy secundario en el argumento: un líder religioso, un imán, que es descrito como un personaje siniestro y manipulador, que no duda en usar la fuerza y la violencia para distorsionar la doctrina religiosa y oprimir al pueblo. El ayatola Jomeini se vio reflejado en dicho sujeto. Eso le llevó a vengarse de Rushdie decretando su muerte. Jomeini, por mucho que defendieses con total sinceridad determinadas doctrinas religiosas, era también un dictador absolutista que se comportaba con tremenda violencia contra su propio pueblo, declarando de forma explícita que los intereses y las vidas de los iraníes le importaban mucho menos que el triunfo de sus doctrinas.
En definitiva, bajo capa de gran religiosidad lo que tenemos es el ‘modus operandi’ habitual de los tiranos: obediencia o muerte. Sin embargo, esto no lo explica todo porque este tipo de asuntos suelen solventarse con mucha más discreción y no se vocean a los cuatro vientos antes de que los asesinos asesten el golpe, ya que eso dificulta mucho eliminar a la víctima. Además, si el objetivo es defenderte de injurias o provocaciones, la mayoría de las veces los escándalos hay que estrangularlos con un despiadado silencio, en vez de darle toneladas de publicidad gratuita a tu ofensor para que venda millones de ejemplares.
Por lo tanto, Jomeini no condenó a muerte a Rushdie porque quisiera defender su fe, sino para extender el miedo entre sus adversarios, incluidos los numerosos exiliados. Jomeini lleva décadas muerto, pero las ruedas que puso en marcha siguen girando porque la oligarquía sacerdotal que domina Irán las mantienen en marcha, pues siguen gobernando tiránicamente igual que su fundador.
La recompensa por la vida de Rushdie sigue en pie, de manera que cuando el fallido asesino salga de la cárcel, aunque no haya logrado liquidar a su objetivo, algo sacará en limpio por sus esfuerzos. Por lo tanto, da igual quién sea el perpetrador material. El atentado es obra del Gobierno iraní, de manera que una de dos: o el Gobierno iraní condena el crimen y retira la recompensa -sus primeras reacciones han ido justo en la dirección contraria- o algo tendrán que hacer los gobiernos de Estados Unidos, escenario del crimen, y de Gran Bretaña al ser la victima ciudadano británico.