Ignacio Camacho-ABC
- Si va a haber otro confinamiento hay que decidirlo a tiempo de preservar la Navidad como objetivo estratégico
«Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 12, 27)
Ha bastado que Salvador Illa descarte un nuevo confinamiento para que la opinión pública dé por hecho que no tardaremos mucho en volver para adentro. Ésa es la credibilidad que se ha ganado este Gobierno. El cierre no es un deseo pero empieza a convertirse en un apremio en las autonomías a las que Sánchez ha endosado el aprieto de enfrentarse por su cuenta al incremento exponencial de enfermos. Con el presidente desaparecido y la ocupación de las UCI rozando niveles de riesgo serio, los gobernantes autonómicos que sí escuchan a expertos de carne y hueso están implorando al ministro que siquiera por una vez tome medidas a tiempo. Merkel, Macron, Johnson y hasta el vecino portugués Costa se han
decidido a hacerlo, en la convicción de que el retraso empeorará los efectos. Con un mínimo pensamiento estratégico -basta mirar el calendario- intentan salvar la Navidad como última esperanza del consumo, la hostelería y el comercio.
Porque de eso se trata. El debate es ahora más socioeconómico que sanitario. La transmisión se ha desbocado. Las cifras de contagio son similares, cuando no superiores, a las de abril o marzo y es muy difícil que las actuales y confusas políticas de contención logren cambiar esos parámetros. Las autoridades tienen que evaluar el peligro de esperar demasiado; si se hace inevitable el cerrojazo, mientras más se demore mayor será el estrago. Otro error de cálculo pondrá en juego las expectativas de una mínima reactivación en el último y decisivo tramo del año.
La cuarentena general, que requiere una modificación del decreto de alarma, no puede fragmentarse. Requiere una orden a escala de país, no de comunidades regionales. Los hilos invisibles que cosen España se enlazan en las Navidades mediante un intenso tráfago de viajes que las limitaciones territoriales convertirían en un caos inmanejable. Le guste o no a Sánchez y a los gurús que lo pretenden mantener a salvo del desgaste, se aproxima la hora de ejercer responsabilidades y hacer frente a las consecuencias de decisiones impopulares. Que además serán más antipáticas cuanto más tarden.
Al presidente se le está estrechando el círculo de escapismo en el que se refugió tras dar por derrotado al virus. Tiene que ejercer los poderes excepcionales que ha asumido; la cogobernanza con las autonomías no es más que un trampantojo político, un esfuerzo baldío por contraponer a su fracaso de primavera un relato alternativo. El primer fin de semana bajo toque de queda ha resultado un fiasco con 55.000 nuevos infectados. Abundan ya los hospitales amenazados de colapso. Si hay que confinar, se acaba el plazo para evitar, o al menos procurarlo, que los españoles pasen la Nochebuena en arresto domiciliario.