Isabel San Sebastián-ABC

  • La próxima calamidad será la liquidación de las libertades

Era solo cuestión de tiempo. Tras el virus, con su aterradora cosecha de muerte y miseria, tenían que llegar los disturbios, los saqueos, la violencia cerril propia de una extrema estulticia bárbara independiente del color político. Vándalos carentes de patria o ideología, en el sentido digno de esos términos, alimentados por el fanatismo, las consignas huecas, la rabia y la impunidad. Más que «radicales», término demasiado noble para definir a esa canalla, antisistema, amigos de lo ajeno, gentuza que los partidos se echan en cara unos a otros, sin pudor, en un intento de aprovechamiento no solo ruin, sino peligroso. Porque esto no ha hecho más que empezar, y a medida que crezcan las colas del hambre, los confinamientos y

la desesperación, irán en aumento igualmente los episodios de destrucción que hemos visto estos últimos días en Barcelona, Burgos, Logroño o Madrid. Se extenderá la plaga por toda España, azotará con su furia ciega a unos comercios ya severamente castigados por las medidas draconianas tomadas para frenar al Covid y sembrará más ruina, más desórdenes, enfrentamientos de los que la Historia guarda pavorosos recuerdos.

En las naciones serias de nuestro entorno, líderes como Angela Merkel o Emmanuel Macron tienen el coraje de empuñar las riendas y ejercer el liderazgo en la lucha contra la pandemia. Ellos, personalmente, sin delegar en ministros o personajes siniestros como Fernando Simón, quien no solo miente y se equivoca constantemente en el diagnóstico de la situación, sino que se permite reírse en las ruedas de prensa o hacer chistes soeces sobre un colectivo tan heroico como el de las enfermeras, con el aval del Gobierno que lo mantiene en su puesto contra toda decencia. Allí, en las naciones serias, respetuosas consigo mismas, estos dirigentes asumen la responsabilidad de sus decisiones y utilizan el presupuesto para compensar las abrumadoras pérdidas de los sectores más severamente afectados por esta tragedia. Aquí, un Pedro Sánchez impotente, falaz, obsesionado con la conservación del poder y cobarde, deja tirados a millones de autónomos y pequeños empresarios, mientras sube el sueldo de su Gabinete, inyecta fondos en las redes clientelares que nutren de votos a la izquierda y escurre el bulto tras las comunidades autónomas, en un ejercicio de escapismo que convierte España en un caos: diecisiete ratones peleando cual pollos sin cabeza contra un monstruo gigantesco, en un sálvese quien pueda que nos aboca al desastre.

Primero fue el virus, causante de unos estragos que nos colocan a la cabeza del mundo en índices de letalidad. Después vino la resaca económica, también caracterizada por cifras récord en los daños. Estamos ahora en el primer estallido de violencia, extendiéndose por todo el país. Y, al amparo del terror que atenaza a la ciudadanía, ya se atisba en el horizonte la liquidación de las libertades democráticas, aceptada mansamente en ausencia de alternativa. La lista de calamidades parece no tener fin.