Salvar la proposición del prójimo

La vinculación entre violencia y falta de libertad en la reclamación de sus propias reivindicaciones -políticas, lingüísticas y sociales- ha sido, pues, una constante en el discurso nacionalista. Una constante, por cierto, tan comprensible como encomiable.

Malo es que nuestro debate político esté tan sobreactuado. Pero peor es aún que se manipulen las palabras del adversario con el fin de hacerle decir lo que no dice. Se crea con ello un ambiente de recelo y desconfianza que impide que el debate llegue siquiera a entablarse. Queda este reducido a una sucesión de monólogos que, por mucho que se prolonguen, nunca podrán contrastarse ni encontrarse.

Del último episodio de abrir trifulcas artificiales por el método de manipular las palabras ajenas hemos sido testigos la última semana. Se dirigía el lehendakari al renovado Consejo Asesor del Euskera en su primera reunión. Al concluir su discurso, hizo la inevitable alusión al que juzga ya cercano final de la violencia. Afirmó, a este propósito, que el tan deseado final «abrirá nuevos caminos y pondrá las cosas más fáciles al trabajo en favor del euskera». Y remató su afirmación con la proposición que ha devenido en objeto de la actual trifulca: «El euskera -dijo- quedará definitivamente ligado a la libertad».

La última proposición -«el euskera quedará definitivamente ligado a la libertad»- tiene una carga retórico-poética. Admite, por ello, interpretaciones variadas, toda vez que, en virtud precisamente de esa carga, evoca más que enuncia. Pero no tolera, desde luego, ninguna exégesis que apunte a nada que tenga que ver con la falta de respeto a la lengua vasca. Y, por si la literalidad de las palabras dejara algún resquicio a la duda, no hay más que tener en cuenta el contexto en que se pronunciaron para taponarlo. No es ciertamente el lugar más apropiado para hacer de menos al euskera el foro en que se debate su defensa y promoción.
Pues bien, apenas había terminado el lehendakari de pronunciar su discurso, cuando se abrieron todas las compuertas de la crítica. A falta de euskaltzales de a pie, fueron los políticos del bando nacionalista quienes se creyeron en la obligación de, suplantando la representación de aquellos, salir en defensa de la lengua maltratada. Uno por uno, primero, y todos en tromba, después, arrastrando incluso consigo las instituciones en que se asientan, arremetieron contra el lehendakari por «politizar» e «injuriar» el euskera, a la vez que le exigían una inmediata y rotunda «rectificación». ¡Pocas veces unas palabras tan inocuas han sufrido un ataque tan malévolo!

Frente a este modo de abrir trifulcas artificiales tergiversando el sentido de las palabras del interlocutor están los métodos que buscan entablar debates sinceros para el buen entendimiento y la convivencia. El mejor -que yo recuerde- lo propuso ya, allá por la primera mitad del siglo XVI, Ignacio de Loyola. En unos tiempos que él mismo calificó de «tan periculosos», cuando la sospecha, la delación y la condena sembraban desconfianza entre los miembros de la iglesia, el santo guipuzcoano puso en el frontispicio de sus ‘Ejercicios Espirituales’ un párrafo solitario y aislado que él llamó ‘Prosupuesto’ y que es la regla básica que debe regir la relación entre quienes dialogan: ‘Se ha de presuponer que todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la proposición del próximo que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira cómo la entiende y&hellip busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve’. ‘Prosupuesto’ que vale para todo aquel que, dentro o fuera de los Ejercicios, pretenda entablar un diálogo productivo: para el buen cristiano, por tanto, y para cualquier hombre de bien.

No ha querido, sin embargo, el nacionalismo atenerse al método ignaciano para salvar la proposición del lehendakari. Y bien podría haberlo hecho, toda vez que el razonamiento que este siguió al hacerla coincide con el que el nacionalismo ha seguido en numerosas ocasiones. ¡Cuántas veces hemos escuchado decir, en efecto, al nacionalismo vasco que el mayor perjudicado por la violencia etarra es él mismo, puesto que sus legítimas reivindicaciones se ven «contaminadas» por el ejercicio de aquella! ¡Y cuántas también que los más interesados en que ETA se disuelva son los propios nacionalistas, pues así podrán defender «con plena libertad» su proyecto político!

No han sido estas, además, frases retórico-poéticas, pronunciadas a modo de espontáneo desahogo. Responden, más bien, a una reflexión sosegada y serena, que ha adquirido, en diversos momentos, la forma de propuestas oficiales. No puede dejarse de recordar, a este propósito, aquella ya famosa declaración del lehendakari Ardanza, durante el debate de política general de 1987, en la que negó que se diera, entre el nacionalismo democrático y el abertzalismo violento, una coincidencia, no ya de medios, sino siquiera de fines. La razón de tal negación estaba en que los fines habían quedado «sustancialmente contaminados» por los medios y «la libertad que dicen pretender los violentos nacería secuestrada desde su origen». Más aún. Fue también por este mismo razonamiento sobre la capacidad contaminadora del terrorismo por el que destacados nacionalistas aceptaron, expresa y públicamente, algún tipo de moratoria en la reclamación de sus aspiraciones, entretanto persistiera el ejercicio o la amenaza de la violencia.

La vinculación entre violencia y falta de libertad en la reclamación de sus propias reivindicaciones -políticas, lingüísticas y sociales- ha sido, pues, una constante en el discurso nacionalista. Una constante, por cierto, tan comprensible como encomiable. Porque, ¿quién puede negar que la ideología que alimenta el terrorismo etarra, al hacer suyas causas que, como la de la defensa del euskera, no le son en absoluto exclusivas, las ha contaminado, si no en su realidad objetiva, sí, al menos, en la percepción que de ellas tiene buena parte de la ciudadanía? ¿Y quién no entiende, por tanto, que la proposición con que el lehendakari concluyó su discurso ante el Consejo Asesor del Euskera adquiere pleno sentido precisamente en este contexto y que nada hay en ella que pueda interpretarse como mínimamente injurioso para la lengua vascongada?

José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 30/1/2011